En su viaje más reciente, el papa Francisco visitó Irak, uno de los países más castigados no solo por la pandemia, sino también por la guerra, la intolerancia y la pobreza. Jorge Bergoglio se convirtió en el primer jerarca católico en hablar desde Bagdad, en conversar con el líder chiíta Ali al-Sistani (fundamental para combatir el radicalismo del ISIS) y en entablar un diálogo directo con los kurdos de la Región Autónoma del Kurdistán. Pensar en que los viajes papales tienen exclusivamente intereses pastorales sería errado, en este sentido, ¿cuáles son entonces las posibles razones (geo)políticas de los viajes papales?
Las visitas papales contienen una fuerte carga simbólica, que sirve para reforzar mensajes políticos. Así, su principal función radica en amplificar los mensajes centrales de la Santa Sede, dirigidos tanto a la sociedad internacional moderna, como a la feligresía católica universal.
Juan Pablo II, por ejemplo, estaba muy interesado en comunicar la vigencia de la fe católica en el mundo moderno, particularmente frente a la ideología socialista. No extrañan entonces las múltiples visitas a países como Polonia y México, donde gracias a la presencia de grandes comunidades católicas fue posible enunciar frases como “México siempre fiel” o “Sin Jesús, no es posible entender la historia de Polonia”. En zonas de minoría cristiana, se emplean otras estrategias, como beatificar figuras locales: como ocurrió con 124 mártires coreanos, beatificados por Francisco en 2014.
También es común que los papas visiten lugares “estratégicos” para la iglesia católica. Dos ejemplos de ello son Tierra Santa y Estados Unidos. El primer destino implica comunicar la intención de mantener una relación tersa con aquellos países donde están los lugares sagrados para los católicos, así como el deseo de lograr una zona de paz para todos los cultos religiosos.
Estados Unidos por otra parte, es estratégico por su calidad de gran potencia mundial y por albergar a una de las iglesias más ricas del mundo: Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, han ido a pedir la ayuda estadounidense para defender causas como la libertad religiosa, la cooperación internacional o la defensa de los derechos fundamentales, así como para alentar a los católicos nativos a seguir impulsando proyectos caritativos en otras partes del mundo. En este sentido, otras visitas que podríamos denominar “estratégicas” son Cuba (como símbolo de las relaciones con regímenes adversos a la difusión de la fe) y las sedes de la ONU y del Parlamento Europeo, debido al gran poder que ahí se concentra.
Un tercer tipo de mensaje es el que podemos llamar “defensivo”. Los pontífices también pueden visitar países con la intención de ratificar la ortodoxia oficial frente a interpretaciones y prácticas alternativas. Juan Pablo II fue a los Países Bajos para reprender al ala más liberal del obispado neerlandés; Benedicto XVI, habló en Francia, cuna de la laicidad, sobre los riesgos de una modernidad empeñada en desterrar a la fe de la vida pública y Francisco reprochó a los obispos mexicanos su alejamiento de la feligresía local.
Finalmente, los viajes papales también tienen una intención ligada a los grandes problemas globales, quizá el papa Francisco sea el mejor ejemplo: viajar a la isla de Lampedusa para hablar sobre refugiados; en Sudamérica, hablar de la cuestión ambiental; tratar en Japón el asunto nuclear; pedir desde Irak acciones contra el extremismo violento. Asimismo, Benedicto XVI opinaba desde Camerún sobre el SIDA y la salud pública y Pablo VI, fue a Nueva York a elogiar una gobernanza global de tipo multilateral.
Así, la falta de recursos militares y territoriales ha convertido a los viajes papales en una de las herramientas de política exterior más valiosas al alcance de la Santa Sede para intentar incidir en las trayectorias del sistema internacional, debido al enorme poder discursivo que permiten ejercer: viajar para comunicar y comunicar para influir.
Mauricio Rodríguez Lara
Internacionalista por El Colegio de México, actualmente cursa el posgrado en Ciencia política del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). Se ha desempeñado como consultor en asuntos internacionales y comunicación política.