Mauricio Rodríguez Lara

Cuestionarse si las elecciones presidenciales en Estados Unidos interesan o afectan a la iglesia católica sería una mala pregunta, pues la respuesta es fácil de hallar: sí le interesa y sí le afecta, en tanto la iglesia es una parte activa del sistema político interno y externo en los que las decisiones estadounidenses tienen un peso significativo. Mucho más interesante sería indagar en qué tipo de relación sostienen ambos imperios.

Washington y el Vaticano estuvieron lejos de haber tenido vínculos tersos, más bien lo contrario: el sentimiento anticatólico (que duraría hasta bien entrado el siglo XX) con supermayoría protestante en el Congreso impidió incluso que hubiese relaciones diplomáticas con la Santa Sede desde 1867 hasta 1984, cuando el Presidente Reagan normalizó las relaciones con Juan Pablo II, un aliado estratégico en su combate al comunismo.

Desde ese momento, se ha configurado una relación que podríamos llamar “oscilante”: la Santa Sede se entiende bien con el Partido Republicano en términos morales (como el rechazo al aborto o al matrimonio entre personas del mismo sexo), pero los temas sociales -como la migración o los derechos sociales- y de política exterior (por ejemplo la actitud hacia medio oriente o el escepticismo hacia las instituciones multilaterales) dan pie a desacuerdos importantes. Con el Partido Demócrata hay un efecto espejo: desacuerdos en lo moral y mayor acercamiento en lo social y en lo diplomático.

No obstante, independientemente del vencedor que haya en la contienda del 3 de noviembre, Estados Unidos y la Santa Sede tendrán que desplegar una relación bilateral que deberá considerar algunas cuestiones nuevas, que van más allá de su oscilación tradicional.

Una primera tiene que ver con la relación que la Santa Sede busca mantener con las grandes potencias internacionales a fin de poder desarrollar sus actividades con la mayor libertad posible en esos territorios y sus zonas de influencia.

Si bien Estados Unidos implica un nexo de suma importancia, la Sede Apostólica también está muy interesada en cultivar sus relaciones con Rusia y especialmente con China -hay que decirlo- a pesar de las resistencias de muchos laicos, clérigos y del propio Departamento de Estado, cuyo Secretario, Mike Pompeo, recientemente encabezó quizá la protesta más enérgica contra este acercamiento: “el Vaticano pone en peligro su autoridad moral si renueva el acuerdo con China”.

No obstante, más que el papel de “aliada”, a la Santa Sede le interesa jugar el papel de interlocutor; y si el gobierno estadounidense insiste en evitar que la jerarquía católica se acerque a estos poderes emergentes, solo erosionará un apoyo importante para sí mismo en la comunidad internacional. Una señal de esto fue la negativa del Papa a reunirse con Pompeo, bajo la elegante pero obvia excusa de no involucrarse en un proceso electoral.

Segundo: con la elección del Papa Francisco en 2013, la iglesia parece haberse embarcado en un proyecto (¿irreversible?) de fuerte contenido social; humanizar la migración, cuidar el medio ambiente, proteger a las comunidades indígenas y a los sectores sociales más pobres parecen reivindicarse como los caballos de batalla del catolicismo oficial para encarar el mundo moderno en el que se desenvuelve. ¿Hasta qué punto debe la potencia temporal acompañar, o contener, el proyecto de la potencia espiritual?

Por último, queda esperar para ver el efecto que los cambios demográficos y culturales en Estados Unidos tendrán sobre la relación con la Santa Sede: si gran parte de la sociedad de este país se diversifica étnicamente, se complejiza culturalmente y se mueve más hacia el ala progresista del espectro político, entonces podríamos ver a la relación bilateral perder ese carácter oscilante y transitar hacia puntos de cooperación y conflicto mucho más estáticos, aunque no por ello menos espinosos, pues el entendimiento político ya no sería nunca más con una sociedad mayoritariamente protestante, blanca y anglosajona. Al parecer, tanto el pontifex como el POTUS tienen mucho en qué pensar sobre el otro.

Mauricio Rodríguez Lara

Internacionalista por El Colegio de México, actualmente cursa el posgrado en ciencia política del Centro de Investigación y Docencia Económicas. Se ha desempeñado como consultor en asuntos internacionales y comunicación política tanto en el ámbito partidista como en el gubernamental y el legislativo.

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