El tamaño de un acto terrorista no se valora a partir del daño material ocasionado o del número de las siempre lamentables víctimas que se generan, dado que todo ello funciona únicamente como instrumento para producir una afectación psicológica en terceros. La verdadera dimensión de un acto terrorista está determinada por el monto de cobertura mediática que atrae, la velocidad, intensidad y amplitud a la que viaja la noticia, el tamaño de estrés colectivo que genera y con ello, los efectos psicológicos, sociales y políticos que provoca. Es por todo lo anterior y no solo por la cantidad de víctimas directas e indirectas, que el 11 de septiembre del 2001 ( 11S ) marca un antes y un después en la historia del terrorismo . No obstante, el terrorismo ha permanecido como un fenómeno fluido, que sigue cobrando vidas cada semana en muy distintas partes del globo. Las estrategias de combate implementadas contra las grandes organizaciones y redes terroristas han causado que el fenómeno mute, pero no lo han erradicado. Lejos de ello, hoy hay muchos más ataques y muchas más víctimas por terrorismo que en 2001.
Con todo, la huella psicológica que permaneció afectando a amplias capas de la población incluso de manera posterior a los hechos del 11 de septiembre del 2001, como producto de su contacto con medios de comunicación o por efecto de contagio de estrés, ha sido bien documentada (vg. Cho et al., 2003). A partir del 11S, cambió el sistema de controles de seguridad en espacios públicos y aeropuertos, se alteró nuestra forma de viajar y comportarnos en distintos ámbitos. Más allá de nuestra conducta, el 11S tuvo consecuencias legales y políticas de largo plazo. La sociedad estadounidense, dispuesta a sacrificar sus libertades en aras de proteger su seguridad, aprobaba masivamente la implementación del Acta Patriótica que flexibilizaba las restricciones para que las autoridades persiguiesen terroristas. Washington inició una guerra contra el terrorismo, tanto al interior de su país, como en todo el globo, lo que incluyó dos intervenciones militares internacionales, además de despiadadas cacerías de individuos y grupos terroristas en todos los continentes.
Al mutar, sin embargo, el terrorismo no solo sobrevivió, sino creció, asistido ahora por otra serie de factores. Como resultado, podríamos decir que la evolución del terrorismo como manifestación de la violencia, desde el 2001 hasta la fecha está marcada por los siguientes elementos:
a. La persecución de actores terroristas a través de intervenciones internacionales, así como otras medidas militares y de inteligencia, produjo un debilitamiento de las agrupaciones más fuertes de la época como Al Qaeda , específicamente en su centro operativo de Afganistán y Pakistán . Esto implicó que esa organización fue cada vez menos capaz de llevar a cabo atentados coordinados y sofisticados, planeados y operados desde su base de actividades.
b. Sin embargo, esa organización tuvo la capacidad de incorporar a su red a distintas agrupaciones ubicadas en otras partes del mundo, las cuales o bien tenían sus propias raíces y su propia historia—pero juraron lealtad a Bin Laden o a su agrupación—o bien, fueron establecidas por combatientes leales a la Al Qaeda original. El común denominador era que estas células o filiales guardaban una cercanía ideológica con las metas de Bin Laden y su organización. Esto produjo, en otras palabras, una dispersión del fenómeno, lo que solo se fue intensificando cuando una de esas filiales, Al Qaeda en Irak, se transformó en lo que hoy conocemos como ISIS o “Estado Islámico”.
c. El Índice Global de Terrorismo muestra, en ese sentido, tres factores cruciales. El primero es que esa clase de violencia mantiene una lógica de crecimiento desde el 2001 a la fecha, incluso con las caídas posteriores a la victoria contra ISIS del 2016 al 2019. Esto es observable en un segundo factor: cada vez son más los países que padecen al menos un atentado terrorista. Por último, el tercer factor: a pesar de que, en países miembros de la OCDE , el terrorismo tiene alta correlación con factores socioeconómicos como marginación y exclusión, en esos países se comete menos del 1% de atentados a nivel global; en cambio, en donde se comete el otro 99%, el diagnóstico es muy distinto. Ahí, el terrorismo tiene mucho más que ver con los contextos de conflicto, inestabilidad, y debilidad institucional, además de otros temas estructurales como la existencia de redes de crimen organizando operando en esos entornos. Mientras no se encuentre cómo construir condiciones de paz para esos conflictos (o peor, mientras que, en varios de esos países como Yemen , Libia o Siria , se siga alimentando la violencia desde afuera por parte de potencias regionales y globales), las probabilidades indican que las organizaciones terroristas seguirán encontrando el caldo de cultivo para sobrevivir y seguir creciendo como lo han hecho hasta ahora.
d. Paralelamente, el mundo experimentó una nueva revolución tecnológica y de comunicaciones que transformó la manera de compartir eventos, fotografías, videos y en general, de interconectarnos. Esto alteró no solamente la forma de publicitar un acto terrorista cometido, sino también la capacidad para generar narrativas atractivas, reclutar, radicalizar, dirigir e incluso operar a potenciales atacantes, situaciones que no se limitan al campo jihadista o al terrorismo islámico.
El resultado de lo anterior es una radiografía global del terrorismo que incluye elementos como los siguientes:
1. Organizaciones centrales cuyos corazones operativos han sido fuertemente atacados, pero no completamente eliminados y desde donde se siguen cometiendo o planeando atentados.
2. Un número de filiales o agrupaciones leales a esas grandes organizaciones, las cuales a veces son disminuidas gracias al combate de fuerzas locales o internacionales, pero que también frecuentemente resurgen. Este ha sido el caso de Al Shabab en Somalia o de la antiguamente llamada Boko Haram (actualmente “Provincia de África Occidental del Estado Islámico”).
3. Células dispersas en distintas partes del globo, las cuales son leales o bien, han sido directa o indirectamente preparadas por las matrices o por alguna de las filiales, y comúnmente actúan a nombre de alguna organización central. Células como estas llevaron a cabo atentados en sitios como París en 2015, Bélgica en 2016, o Cataluña en 2017.
4. Atacantes solitarios o minicélulas, quienes no tienen conexión directa, lazos operativos o financieros con alguna organización central, pero quienes a veces se manifiestan leales a esas agrupaciones, o bien, leales a alguna ideología que frecuentemente publicitan en línea. Del 2006 al 2015, el 70% de muertes por terrorismo a raíz de atentados cometidos en países occidentales fueron de esta naturaleza, lo que incluye, pero no se limita a ataques a manos de jihadistas. Existen individuos o pequeñas células que cometen atentados por causas muy diversas desde anarquistas hasta ecologistas, desde causas nacionalistas o independentistas hasta otros motivados por ideologías, convicciones religiosas o filiaciones diferentes.
5. Hay que señalar, adicionalmente, a los “reclutas virtuales”, personas que han sido detectadas y radicalizadas en línea, y son instruidas por unidades especiales para cometer atentados a distancia. El ataque perpetrado en Niza, Francia, en 2016—en el que un individuo arrolló a decenas de personas durante el Desfile de la Bastilla—es un ejemplo de este rubro.
Es decir, es posible analizar las transformaciones del terrorismo en tiempos recientes de varias maneras. Una de ellas es estudiando los grandes datos para comprender las mayores tendencias. Ello, sin embargo, corre el peligro de dejar de lado otras facetas—aunque de menor dimensión en cuanto a número de atentados y fatalidad—que el terrorismo ha venido adoptando, como lo es el aumento en el terrorismo de extrema derecha, cuyas cifras palidecen, en términos cuantitativos, si se compara con el perpetrado por islamistas, pero que, sin embargo, nos dice mucho acerca de la evolución del fenómeno en cuanto a radicalización de extremistas y propagación de ideas.
Esta es la síntesis de los datos: después de los ataques del 2001, podemos apreciar dos ciclos mayores en cuanto al monto de atentados terroristas y muertes por terrorismo. En ambos casos los ciclos obedecen, principalmente, al aumento de actividad de organizaciones de terrorismo islámico. El primero de ellos tiene su pico más elevado en 2007, con un descenso hasta 2011, año a partir del cual la violencia terrorista vuelve a ascender hasta alcanzar niveles históricos hacia 2014 y 2015. Si bien durante los años siguientes se puede apreciar un considerable nuevo descenso (2016-2019), hay un nuevo ascenso en 2020. Lo más importante: las gráficas muestran que el uso del terrorismo sigue siendo mucho más elevado hoy que en 2001.
Al mismo tiempo, sin embargo, se puede observar la dispersión de la actividad terrorista. Por ejemplo, en 2018, 103 países sufrieron al menos un atentado de esta naturaleza, lo que representa el número más elevado de países que experimentan terrorismo desde que éste se mide. En otras palabras, a pesar de la caída en atentados cometidos por ISIS en Irak y Siria (lo que explica los descensos en muertes del 2016 al 2019), seguimos apreciando una expansión geográfica del fenómeno, incluso un ensanchamiento de esa misma organización que ha sido prácticamente derrotada en su centro operativo. Esa agrupación, sus filiales o individuos que actúan en su nombre, perpetraron atentados en 56 diferentes países durante 2019, la mayor cantidad desde que la actividad de ISIS y sus filiales se mide. Uno de sus grupos afiliados, en este mismo 2021 tenía el control de amplias zonas de territorio en Mozambique, justo en el sitio de mayores inversiones de gas en África. Otra filial de ISIS , la de Afganistán, lleva más de 80 atentados cometidos en el año, uno de los cuales, hace pocos días, cobró la vida de 170 civiles afganos y 13 militares estadounidenses.
Adicionalmente, el fenómeno se sigue extendiendo más allá del terrorismo islámico. Según la base de datos de la CIA, hay más de 80 grupos terroristas mayores activos (sin considerar atacantes solitarios o agrupaciones más pequeñas), lo que abarca toda clase de ideologías y filiaciones. De ese total, 12 son responsables de 100 ataques por año o más.
Por último, una de las grandes tendencias que pueden observarse en la última década es el incremento de los nexos entre organizaciones terroristas y organizaciones criminales transnacionales.
En suma, el terrorismo es un fenómeno en crecimiento, a pesar de los picos y caídas que presentan las gráficas. Aunque el grado de sofisticación de los atentados claramente ha disminuido y la fatalidad de los atentados no siempre es tan elevada, las tecnologías de comunicación de la actualidad facilitan el que actos terroristas aparentemente “menores”, consigan una enorme eficacia no solo en cuanto a generar terror, sino en cuanto a atraer seguidores blandos y duros, y entre estos últimos, potenciales reclutas. En ese sentido, el internet y las redes sociales se han convertido en plataformas cada vez más utilizadas como espacios para detectar, radicalizar, reclutar, dirigir y propagar, lo que tiene efectos netos tanto en el impacto psicológico y político de cada uno de los ataques cometidos, como en el número de organizaciones que sacan partido de estas plataformas para su crecimiento.