Trump ya ha entendido que eventualmente se tendrá que ir de la Casa Blanca. Lo que pasa es que, en lugar de actuar como un presidente clásico quien, a estas alturas estaría principalmente concentrado en la transición, está implementando una serie de medidas que parecerían descabelladas no por lo que implican, sino por el momento en el que son implementadas. Considere esto: apenas conociendo los resultados de las elecciones, el presidente despidió a su secretario de defensa y llevó a cabo una purga en el Pentágono para colocar ahí a personas leales a sus posturas políticas. En una sola semana, se anunció un importante retiro de tropas de Afganistán, las cuales serán seguidas de reducciones de tropas en Irak y Somalia, se aprobó un acuerdo de venta de armas a Emiratos Árabes Unidos por 23 mil millones de dólares, a pesar de la oposición de legisladores (incluidos varios republicanos), y se ordenó desistir de los cargos contra el General Cienfuegos. En esos mismos días Trump quiso lanzar un ataque a los reactores nucleares de Irán, de lo cual fue disuadido por sus asesores. El hecho de que todas esas cosas ocurran tras un complicado proceso electoral—que no ha terminado—ha orillado a muchos analistas a sostener que el presidente parece un animal herido que está dando sus últimas brazadas. Puede ser que eso sea cierto en parte, pero la realidad es que Trump—un personaje que no abandonará la política y cuyo papel protagónico no cesará—parece estar buscando dos objetivos básicos: El primero, asegurarse de dejar su marca como un presidente que sí cumplió con lo que prometió, y segundo, crear condiciones que Biden no pueda cambiar, o bien, si lo hace, que ello sea con costos muy elevados.
Pensemos por ejemplo en el caso de Afganistán. Trump negoció y firmó en febrero un acuerdo con los talibanes que garantizaba la salida de tropas estadounidenses de ese país para mayo del 2021. Por tanto, la reducción de la presencia de EEUU en esa zona ya era esperada. Sin embargo, eso ocurriría bajo determinadas condiciones que suponían estabilizar la situación del conflicto afgano, el más violento del globo. Entre otras cosas, los talibanes entablarían un proceso de negociaciones internas con el gobierno en Kabul, y se comprometían a neutralizar a las distintas organizaciones terroristas en el país.
Sin embargo, pasados los meses, el proceso de negociaciones entre los talibanes y el gobierno afgano ha avanzado muy poco, por no decir que se encuentra virtualmente estancado. El terrorismo sigue golpeando brutalmente a Afganistán. El mes de octubre con más de 200 muertes y cientos de heridos, fue el más sangriento para los civiles desde 2019. Como lo explicamos en su momento, es muy complicado que los talibanes puedan cumplir con el compromiso de desactivar a los grupos terroristas en ese país, al menos por ahora.
Es por ello que el hasta hace unos días secretario de defensa, Mark Esper, se oponía a una reducción apresurada de tropas en Afganistán, al igual que se oponía a los repliegues que Trump está decidiendo llevar a cabo en otros países como Irak y Somalia en estas mismas semanas. De manera que no es casual que una vez que Esper es retirado de su puesto, los anuncios de estos retiros se dejan venir en cascada.
Para entenderlo se necesita considerar dos factores: El primero, el “America First” (o Estados Unidos Primero) de Trump (que nutre a su base, pero que también se nutre de ella). El segundo, la decisión del magnate de permanecer en la agenda política a pesar de su salida de la Casa Blanca, y posiblemente incluso contender en próximas elecciones.
Desde su campaña en 2016, Trump prometió que él pondría fin a “todas esas interminables guerras” en las que participa EEUU, guerras “ajenas, lejanas y costosas” que “solo extraían recursos humanos y económicos de la superpotencia sin darle nada a cambio”. Washington no tiene por qué ser el “policía” de Medio Oriente ni de ninguna parte, decía una y otra vez.
Lo que pasó es que los tiempos se le vinieron encima. En parte porque las cosas se fueron complicando en cada uno de esos sitios. En parte porque siempre tenía en frente a figuras como Bolton (exasesor de seguridad nacional), o como Mattis (exsecretario de defensa) que terminaban convenciéndolo de no apresurar los repliegues. En parte porque la pandemia y la crisis económica concentraron su atención en lo interno.
Consecuentemente, ahora que ha perdido las elecciones y que—aunque exprese lo contario—sabe que ya se va de la Casa Blanca, para él era indispensable retirar de su camino cualquier obstáculo que obstruyera su determinación de cumplir con esas promesas, así fuese a última hora. El hacerlo, además, crea condiciones que dificultan la toma de decisiones de Biden y permitirán al todavía presidente mantenerse compitiendo bajo la misma bandera y agenda.
Para ejemplificar, regresemos al caso afgano. Imaginemos que, cumplida la orden de Trump, se quedan únicamente 2,500 soldados estadounidenses en ese país, que la actual situación de inestabilidad se prolonga o aumenta durante los meses que siguen, y que las negociaciones entre los talibanes y Kabul siguen sin avanzar. Aunque Biden en su momento también abogaba por el retiro de tropas estadounidenses de Afganistán, ahora desde la Casa Blanca, al igual que le ocurrió a Obama, se tendría que enfrentar al dilema entre mirar desde lejos cómo es que el conflicto se recrudece y las organizaciones terroristas—como la rama afgana de ISIS—se fortalecen, o bien, bajo la probable presión del Pentágono, tomar la impopular decisión de volver a escalar la presencia de sus tropas en ese país.
Si esto último sucede, y considerando que Trump seguirá en campaña permanente, probablemente volverá a utilizar este tema en su discurso. Algo así como: “Yo combatí eficazmente al terrorismo, eliminé al líder de ISIS, neutralicé a los talibanes en Afganistán y gracias a ello, traje a mis soldados a casa y puse fin a ese interminable conflicto. Vean, en cambio, lo que hizo Biden. Permitió que el terrorismo resurgiera y volvió a mandar a nuestros soldados a pelear guerras ajenas que yo ya había concluido”.
Hay por supuesto factores muy específicos que impulsan otras decisiones que están siendo tomadas justo en estos días como lo ha sido apresurar el acuerdo de armas con Emiratos Árabes Unidos al que se oponen varios congresistas y senadores, o la decisión de desistir de los cargos contra el exsecretario de defensa mexicano, que debe entenderse bajo un contexto de relaciones bilaterales. Pero más allá de esos componentes específicos, tenemos que observar el panorama amplio. Trump está verdaderamente activo en sus últimas semanas dejando huella y trazando caminos difíciles de modificar. Por ejemplo, si el presidente hubiese conseguido atacar los reactores nucleares de Irán como deseaba hacerlo, hubiese alterado quizás definitivamente el curso de las negociaciones que, potencialmente, Biden busca reactivar con ese país.
Es decir, más que las últimas patadas de un animal herido de muerte, pareciera que lo que estamos viendo en esta etapa final son decisiones y acciones con un alto contenido político que le permiten, por una parte, mostrarse como un presidente que cumple con una base que le sigue siendo leal, y, por otra parte, generar hechos consumados que Biden no pueda cambiar o bien, elevarle el costo si es que decide cambiarlos. Todo esto, catapultado tras haber asumido que a esta gestión le quedan solamente 60 días para cumplir con esas tareas.
Analista internacional.
Twitter: @maurimm