Confieso que lanzo esta reflexión como un texto no programado, inacabado, compartiendo en parte, algunos elementos que ya he compartido otras veces, pero en parte también, mirando el tema desde la situación global de 2023, una en la que no pensábamos encontrarnos y que por tanto reta, inescapablemente, a muchas de nuestras convicciones previas sobre lo que es y no es la paz, sobre cómo se construye, cómo se sostiene, y cómo se restablece cuando lo que se hizo para sostenerla fracasó.

Razones para cuestionarnos

Varias personalidades en el planeta (desde el mundo de la política hasta personas ubicadas en otros ámbitos como la música, el arte, la ciencia o los negocios) han estado sugiriendo, o bien, buscando activamente a lo largo de los últimos meses, la posibilidad de que haya un inmediato cese de hostilidades en Ucrania y se establezca una mesa para negociar “la paz”. Recientemente, por ejemplo, fue Lula quien hizo declaraciones en ese sentido, indicando que, desde su actual posición, buscaría mediar en el conflicto.

Rápidamente, sin embargo, responden distintos funcionarios en Ucrania y desde muchos otros países también.

Su lógica— comprensible—consiste en que hablar de “paz” bajo las condiciones actuales es insostenible. Desde la óptica ucraniana, ellos fueron el país invadido y solo están dispuestos a conversar sobre “paz” una vez que Rusia desocupe el 100% del territorio que ha ocupado. Negociar con Moscú antes de ello, supone aceptar que Ucrania deberá ceder parte de su territorio, algo inaceptable para su población (según todas las encuestas) o para su clase política. Al menos por ahora. Del otro lado, el Kremlin afirma que no se opone a negociar, pero se asume que, en esas negociaciones, Rusia exigirá al menos el reconocimiento de su soberanía sobre parte del territorio que formalmente pertenece a Ucrania, tal como Crimea o el Donbás, si no es que más.

Considerando lo anterior, entonces, se responde—a veces incluso agresivamente—a las personas que sugieren mediar, o que sugieren cesar las hostilidades, que cualquier negociación en este punto, es favorecer a Rusia.

Más aún, corren voces que indican que quien sea que se encuentre en el campo de “paz” o la promoción de la “paz”, es inocente y desconoce o deja de tomar en cuenta las condiciones actuales del globo. Las instituciones multilaterales, el derecho internacional, y los arreglos que han sostenido la “paz” global, se afirma, han mostrado su ineficacia. Por tanto, en este planeta del 2023, solo un enorme esfuerzo por avanzar en tecnología militar, una gigantesca inversión para crecer los presupuestos militares, un monumental despliegue de fuerzas, y, sobre todo, la comunicación eficaz de que los países están determinados a emplear esas fuerzas sin importar las consecuencias, solo ese conjunto de factores, podrá disuadir a otros de atacar, y así sostener “la paz”.

Pensar de otro modo, parece hoy ser cancelado.

Escucho esos argumentos. Los reconozco. Los comprendo bien, en buena medida porque a eso me dedico y los recibo por torrentes en textos, análisis, ensayos, reportes y comentarios varios.

El problema es que en el fondo hay algunos malentendidos que necesitan clarificarse. Recupero algunos elementos que acá hemos compartido antes para entenderlo.

¿Qué es paz?
1. Examinar nuestras narrativas tradicionales y automáticas.

Vivimos inmersos en narrativas automáticas que a veces omitimos pasar por nuestra revisión crítica. Permítame ejemplificarlo así: los análisis que hacemos desde la geopolítica o la teoría básica de guerra indican, citando a Clausewitz, que la guerra es la continuación de la política por otros medios, y que entonces, la política es la continuación de la guerra por otros medios, los pacíficos. Así, por tanto, los reportes que me llegan continuamente intentan, con razón, comprender y desmenuzar los objetivos políticos del Kremlin al haber lanzado esta guerra, o bien, analizar cómo es que estos objetivos han ido cambiando a medida que la guerra ha ido evolucionando, hasta llegar a decir incluso que esta guerra, bajo su situación actual, “ha dejado de funcionar a Putin para conseguir sus objetivos políticos”. La suposición básica—y automática—de estos análisis es que la guerra puede ser empleada como instrumento cuando la política falla. Ese es justo el tema. La guerra no debería ser “opcional”. La violencia no debe ser una opción alternativa “por si las cosas no salen como yo esperaba que salgan”.

Pero ¿cómo se logra eso? ¿No acaso la violencia es “natural” al ser humano y recurriremos a ella cada vez que hace falta si sentimos que ella sirve a nuestros intereses?

Ese es precisamente otro de los temas que debemos repensar y replantear. Sin meternos demasiado a la teoría, según el constructivismo social, la violencia, la guerra o la paz, no son “pre-sociales”, o “externos” a lo humano, como si fuesen condiciones que se generan “allá afuera” de nuestras interacciones con otros sujetos. La guerra, la violencia o la paz son constructos sociales que se van edificando a medida que transcurre la historia, a medida que labramos nuestras culturas, nuestras representaciones, nuestros símbolos, a partir de los distintos tipos de relaciones e interacciones que vamos tejiendo, desde el lenguaje, hasta lo material. A diario. Desde que nacemos, desde que nos cuentan las historias de héroes y villanos. Desde que las reproducimos en las escuelas, en los libros, los diarios, los medios. Somos seres relacionales; no vivimos en un vacío, y, por tanto, no hay un “allá afuera” separado de esas interacciones. Somos el resultado de lo que hemos ido socialmente construyendo. Es por ello que cuestionarnos y cuestionar nuestras narrativas automáticas, son pasos iniciales si pretendemos imaginar situaciones diferentes.

2. La paz no se limita a la ausencia de guerra o violencia. Estudiar la guerra o estudiar la violencia no es estudiar la paz. Por ende, negociar el final de una guerra, es apenas un paso necesario, pero no suficiente, para construir paz. La paz es un tema serio que debe abordarse a partir del desarrollo de investigación y conocimiento de las sociedades pacíficas de la historia y del presente, o de las sociedades que eran menos pacíficas y que han logrado avanzar ciertos grados en su construcción de paz. Es decir, al igual que es indispensable estudiar y entender todo lo que produce guerra y violencia, es también necesario estudiar los factores que promueven, generan y sostienen la paz. Y no es lo mismo. Sintetizando mucha literatura existente al respecto (vg. Galtung, 1985; Alger, 1989; Instituto para la Economía y la Paz o IEP, 2022), podemos decir que hay un ángulo o parte negativa de la paz, y otra parte positiva. La paz negativa—eso que no debe haber para considerar que una sociedad está en paz—es la ausencia de violencia, así como la ausencia de miedo a la violencia. En cambio, la paz positiva consiste en “la presencia de actitudes, instituciones y estructuras que crean y sostienen a sociedades pacíficas” (IEP, 2022).

3. Distintos ángulos. Para una gran cantidad de autores, organizaciones y centros de estudio ubicados en países del norte, la paz tiene que ver más con el desarrollo de la legislación internacional, las organizaciones internacionales y tratados que promuevan el desarme y la solución pacífica de las controversias entre países que a lo largo de la historia se han confrontado entre sí. En cambio, para autores y sociedades del sur, quienes estamos más inmersos en conflictos étnicos, religiosos, políticos o sociales, la paz tiene mucho más que ver con los factores internos que promueven y sostienen la paz desde las estructuras. Es interesante ver cómo, por ejemplo, en foros internacionales sobre la materia, frecuentemente pareciera que las discusiones giran por canales paralelos pero separados; como si las preocupaciones en el norte y en el sur al respecto estuviesen desvinculadas. En ese sentido, a veces hacen falta los puentes que conecten lo uno con lo otro para que se comprenda cómo es que todos esos componentes del sistema terminan relacionándose entre sí.

4. Niveles . Por tanto, vale la pena aproximarse a la paz como un gran sistema compuesto de múltiples factores, vectores y niveles que interactúan entre sí y que interactúan con el todo. Esto puede iniciar por “niveles de paz” que van desde cada una de las personas que habitan este planeta, pasando por las familias, los barrios, las comunidades, de ahí ir ascendiendo hacia otros niveles como las regiones, las sociedades, los países y la comunidad internacional. En cada uno de esos niveles hay factores de paz negativa y de paz positiva que se encuentran presentes o ausentes. Como resultado, pensar en construcción de paz supone una gran cantidad de acciones a ser ejecutadas en cada uno de esos ámbitos.

5. Los pilares de la paz. El IEP ha llevado a cabo investigación que demuestra ocho áreas básicas o indicadores que se encuentran presentes en las sociedades más pacíficas del globo. Estos son conocidos como los ocho pilares de la paz; o para ponerlo de otra forma, el ADN de la paz. Estas columnas son las siguientes: “(a) Un gobierno que funciona adecuadamente; (b) distribución equitativa de los recursos; (c) el libre flujo de la información; (d) buenas relaciones entre vecinos (o cohesión social); (e) altos niveles de capital humano; (f) la aceptación de los derechos de los demás; (g) bajos niveles de corrupción; (h) un entorno empresarial sólido” (IEP, 2022). Por tanto, pensar en estrategias y diseños de corto, mediano y largo plazos para abordar, uno por uno, esos pilares, puede incidir directa y positivamente sobre los niveles de paz de un país. Este conocimiento, sin

embargo, nos habla sobre todo de la paz estructural al interior de las sociedades. Pero si de verdad pensamos sistémicamente, lo internacional no se encuentra desvinculado de ese entramado de columnas.

6. La dimensión internacional de la paz positiva. Pensar en la paz positiva a nivel internacional requeriría un esfuerzo de adaptación que nos llevase a comprender cuáles son las actitudes, las estructuras y las instituciones que generan y sostienen paz entre los distintos países. En ese sentido, sin elaborar una lista exhaustiva, podríamos pensar por ejemplo en la necesidad de adaptar pilares o columnas como (a) un sistema sólido de derecho internacional y de organismos internacionales que funcionen adecuadamente para procesar las controversias entre los estados y garantizar su convivencia armónica (acá es donde se podría incluir la legislación y las instituciones que garanticen el desarme, y otras legislaciones, además de la solidez, el diseño o rediseño del Sistema de Naciones Unidas y organismos regionales y globales, las garantías para que esas instituciones sean eficaces, incluyentes y respetadas); (b) una más equitativa distribución entre los recursos globales y/o su explotación; (c) buenas relaciones entre naciones vecinas; (d) aceptación y respeto a los derechos de todos los estados y los pueblos; (e) bajos niveles de corrupción global; y (f) un buen ambiente para el desarrollo de los negocios (en condiciones de respeto a los derechos y distribución equitativa de los recursos), entre varios otros aspectos semejantes.

¿Qué hacemos ahora, en plena guerra, con toda esa información?

Ese es justo el reto.

Partamos de que, es completamente cierto que una enorme cantidad de los elementos que señalo, brillan por su ausencia, o exhiben brutales debilidades en el entorno actual.

¿Significa entonces que la promoción de un sistema de paz global es insensible ante una intervención internacional que busca cubrir objetivos de seguridad por parte de la potencia invasora a través del uso de la fuerza? ¿Y que no se entiende que, en el camino, hay cientos de miles de personas que están muriendo, que están siendo heridas o afectadas, o que se están perpetrado crímenes de lesa humanidad?

Pienso que no. Pero también pienso que nuestro sistema de paz global no tiene en este momento respuestas eficaces ante una situación a la que francamente no se enfrentaba desde la Segunda Guerra Mundial. Por supuesto que en estas décadas hubo cientos de conflictos armados de toda índole. Pero el actual, por su dimensión y características, tiene una naturaleza diferente, mucho más similar a las guerras de siglos anteriores o a la primera parte del siglo XX.

La paz negociada

Pensar solo en “la paz negociada”, es, de entrada, incompleto, y no aborda las fallas integrales del sistema. Efectivamente, es posible intentar ceses al fuego, esquemas de mediación y otras estrategias. Pero si existe un compromiso serio con un sistema estructural de paz, la propuesta no debería consistir en conseguir una paz negativa (fin a las hostilidades), sin considerar en ese mismo proceso todos los otros factores mencionados, es

decir, el rol de las instituciones y las estructuras para conseguir que se diseñe y se sostenga una paz con verdad y con justicia. Y sí, es posible que hoy nos encontremos en un momento muy complicado para hablar de esos otros temas y que, por tanto, la mediación sea interpretada como un esquema favorable al país invasor. Pero también tiene que considerarse que la prolongación (por meses o quizás años) de una guerra en la que participa una potencia nuclear, asumiendo que, porque no lo ha hecho hasta ahora, es 100% seguro que esa potencia no escalará las hostilidades o que es impensable que se arrastre a terceros países a la confrontación, también son suposiciones muy arriesgadas.

En suma, las propuestas de paz no solo deberían ser bienvenidas, sino que se debería trabajar activamente en ellas. Salvo que debe tratarse de propuestas integrales, que no solo aborden cómo detener las bombas y dejar a los ejércitos congelados en sus líneas actuales, sino que se enfoquen en restablecer el rol de las instituciones y de las estructuras para sostener una paz de fondo. Y entonces sí, comunicar esas propuestas de manera eficaz, para que sean consideradas por las partes con seriedad. No tengo—no tenemos—respuestas claras, pero me encantaría ver un debate más serio en el mundo al respecto.

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