Trump es una ficha impredecible, no en todos, pero sí en muchos aspectos. En estos días se ha publicado una tonelada de tinta intentando evaluar diversos escenarios para temas internacionales, si es que Trump llega a ganar. Por ejemplo, ¿cómo se comportaría Trump ante la situación de Medio Oriente? ¿Cómo “resolverá” la guerra en Ucrania, la cual él dice “ya tiene un plan para negociar” del que nos contará más adelante? O bien, para efectos de un país como el nuestro, ¿qué depara a nuestra relación con Washington? ¿Hasta donde endurecerá su política migratoria o comercial, como lo adelantó a la revista Time? ¿Va a declarar a “los cárteles” como grupos terroristas? ¿Cómo será su relación con cada una de las tres personas que hoy compiten por la presidencia en México? En fin, cantidad de temas para los cuales podemos plantear escenarios. El tema es que, si algo aprendimos entre 2017 y 2021, es que Trump juega con su impredecibilidad y eso le otorga ciertas ventajas. Solo sabemos, como dice Bannon su exconsejero, que “Trump, esta vez, viene en modo de guerra total”.

Considere lo siguiente: un buen miércoles del 2017, se filtraba la noticia de que la Casa Blanca estaba preparando una orden ejecutiva para retirar a EU del TLCAN. Los mercados reaccionaban. Algunas voces indicaban que la filtración no podía ser sino una táctica de presión puesto que lo que anunciaba la nota evidenciaba una contradicción con la línea que había sostenido la Casa Blanca a lo largo de los meses previos, la cual consistía en no anteponer el retiro a la negociación. Sin embargo, la verdad es que, por aquellos días, todos estábamos convencidos de que lo que la nota indicaba era francamente posible porque, si algo había demostrado Donald Trump, era lo impredecible que podía actuar. Un día decía que en los salones de clases debía haber armas, otro día decía que se oponía a esa política. Un día decía que la OTAN es obsoleta y que Estados Unidos no debería salir a la defensa de sus aliados en todos los casos, otro día decía que estaba comprometido con la alianza atlántica. Un día decía que se oponía a ser el primer atacante en una confrontación nuclear, luego decía que nada puede ser retirado de la mesa. En una entrevista decía que acusaría de crimen a una mujer que abortara, y en otra entrevista indicaba lo contrario. Estas características que, tratándose del presidente de una superpotencia como EU, pudieran ser consideradas poco serias o hasta exasperantes, fueron utilizadas de manera cada vez más frecuente por la Casa Blanca al servicio de su agenda.

Pensemos en el caso sirio. La postura de Trump al respecto de la guerra en ese país fue expresada numerosas ocasiones a lo largo de la campaña: Bajo su presidencia, Washington no tendría el interés o la prioridad de atacar al presidente Assad o siquiera impulsar su salida del poder. Esto—altamente congruente con el aislacionismo de Trump—fue repetido el 30 de marzo del 17 por la entonces embajadora de EU ante la ONU, Nikki Haley. Es por ello que Assad pudo haber estimado que Trump tenía otros asuntos en la cabeza y lo último en lo que estaba pensando era en lanzar una represalia militar contra Damasco. Mucho menos cuando el presidente estadounidense había manifestado querer buscar acercamientos con Putin, y cuando atacar al aliado sirio del Kremlin era precisamente la manera de obstaculizar esos acercamientos. Más aún, si Obama no se había animado a una represalia directa contra Assad por el uso de armas químicas, ello se debió en parte a los riesgos de escalar una confrontación con Rusia en un territorio considerado como parte de la esfera de influencia de Moscú. En cambio, fue justamente Trump, el personaje percibido como “cercano” a Putin, el “aislacionista” Trump, el promotor del “America First”, quien se aventuró a hacer lo que Obama no hizo en seis años: desafiar a Rusia en una zona de su control estratégico lanzando no una sino dos represalias militares directas en contra de Assad tras acusarlo de emplear armas químicas en contra de la rebelión.

En otras palabras, la toma de decisiones y el comportamiento errático de Trump son muy difíciles de prever, y eso hace que los cálculos que se llevan a cabo a la hora de negociar con él, intentar enfrentarle o contenerle, continuamente fallen. Su impulsividad, sus vaivenes, su velocidad para emitir respuestas que no son siempre meditadas, su estómago, por así decirlo, son elementos de tal magnitud que dejan la sensación de que cualquier opción cabe sobre la mesa. En cualquier momento. Por lo tanto, nada puede ser de entrada descartado, incluso cuando una evaluación fría y racional indicase lo contrario. Esta impredecibilidad se torna entonces en una poderosa herramienta y ésta fue utilizada de manera intensa por parte de su equipo y su gabinete. Dos casos adicionales para ejemplificar:

Primero, en la cuestión norcoreana, para 2017, a Kim, a China, y al mundo entero, pareció quedar muy claro que la posibilidad de una guerra entre Washington y Pyongyang era absolutamente real. Tanto así, que el gabinete de guerra estadounidense tuvo que ofrecer un informe ante los 100 miembros del Senado con el fin de expresarles que los despliegues militares que Washington había estado efectuando en las costas coreanas, no eran para llevar a cabo un ataque preventivo, sino para desanimar a Kim Jong-un de efectuar su ensayo nuclear. “No buscamos que Kim se arrodille, sino que entre en razón”, expresó posteriormente ante la Cámara de Representantes el Almirante Harris Jr., entonces comandante en el Pacífico. Es decir, a lo largo de aquellas semanas del 2017, se tomó una serie de pasos que lograron transmitir eficazmente la idea de que con Trump a la cabeza de la Casa Blanca cualquier cosa podía pasar, incluso una guerra de proporciones incalculables que se pudiera salir de las manos. De hecho, aún tras el informe militar ante el Senado, la realidad es que, dado el carácter impredecible de Trump, la posibilidad de un ataque estadounidense quedaba ahí, en el aire, de manera permanente. Y este factor fue empleado como mecanismo de intimidación, no solo hacia Kim, sino sobre todo hacia Beijing quien se vio obligada a tomar las cosas con mayor seriedad que en tiempos de Obama.

No solo por esos factores, pero sí en parte debido a ellos, vimos al año siguiente los intentos más serios de negociación entre Washington y Pyongyang en décadas. Y sí, nada de ello implica que a Trump todo le salga como él desea. Justo ese proceso con Corea del Norte colapsó en 2019. Pero ahora mismo será cómo va a jugar sus cartas el ya no tan joven Kim Jong-un si es que Trump retorna a Washington considerando que la vez anterior, una fatal guerra pudo desencadenarse.

Segundo, en cuanto a negociaciones comerciales como el TLCAN, la cuestión de la impredecibilidad de Trump también terminó jugando a su favor como estrategia. Porque a pesar de las posturas de varios políticos y actores económicos al interior de su país, incluso entre agricultores de estados que le dieron la victoria, a pesar de lo que muchos pensaban que Estados Unidos perdería si ese tratado se eliminaba, Trump consiguió proyectarse como impredecible y con la posibilidad real de que un buen día abandonara la mesa de negociaciones y diera por terminado todo el asunto de un plumazo. Eso produjo la sensación generalizada de que realmente no le importarían las consecuencias de acabar con lo que consideraba “el peor tratado jamás firmado”. Por lo tanto, su capacidad de imponer sus términos aumentó hacia las negociaciones que posteriormente culminaron en el T-MEC.

Dialogar, lidiar con, o enfrentarse a un actor así es enormemente complicado, pero en 2017-18 pasaba por valorar al menos estos dos temas: (1) aún cuando él era y seguiría siendo el jefe, y a pesar de los tuits y los discursos que no paraba de emitir, Trump estaba rodeado de un importante número de actores que sí estaban continuamente efectuando cálculos y pensando las cosas no con el estómago, sino con la cabeza, y quienes hasta ese momento, habían demostrado tener un enorme peso e influencia en la toma de decisiones de la Casa Blanca; estamos hablando de lo que el general Mattis, su exsecretario de defensa posteriormente llamó “los adultos en la sala”; y (2) que en estos cálculos que sí se llevaban a cabo de manera constante, estos actores aprendieron cómo aprovecharse del carácter impredecible de Trump para obtener concesiones y beneficios a favor de su agenda.

La cuestión es que 2024 no es 2017. Según entrevistas y declaraciones recientes, Trump dice “haber aprendido de sus errores” como, por ejemplo, “el haber sido demasiado suave”, o bien, el haberse rodeado de gente (justo los “adultos en la sala”) que posteriormente lo traicionaron (ahí están los libros de Bolton o Woodward para documentar todo lo que señalo). En palabras simples, y si hacemos caso a Bannon, en caso de que Trump gane la Casa Blanca, ahora sí tendrá poca contención en muchos aspectos que tienen que ver con la política interna en EU, y por supuesto, con la política exterior. Pero uno de esos aspectos tiene que ver con no dejarse leer, no permitir que su comportamiento pueda predecirse, y usar ese carácter a favor de su agenda.

Instagram: @mauriciomesch

Twitter: @maurimm

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