El mundo vive momentos de altísima incertidumbre. Llama la atención que, ante este panorama, se efectúan proyecciones sin considerar factores que hoy mismo presentan variaciones incluso por minuto, y que dependen de decisiones que en este instante ni siquiera han sido tomadas. Solo considere el tema de Medio Oriente e intentemos responder: ¿hay alguna certeza de que se implementará un plan de cese al fuego temporal en Gaza? Si eso se logra, ¿durará? ¿Cuánto tiempo? ¿Hay certezas de que la escalada entre Israel y Hezbollah no crecerá? ¿Y hay certezas de que ello no arrastraría a Irán al conflicto? ¿Qué sucedería, por ejemplo, con las variables financieras que estamos proyectando para el tercer y cuarto trimestre si ello ocurre? O bien, ¿cómo impactará el uso de armas estadounidenses por parte de Ucrania para atacar territorio ruso? ¿Qué tipo de escaladas se proyectan? Y una más, ¿cómo impactaría todo ello en este año electoral en EU? Esto, sin mencionar la infinidad de variables internas que operan en ese país. Por ejemplo: tres estados que han sido cruciales en las dos elecciones previas, Michigan, Pensilvania y Wisconsin, podrían definir la nueva elección en noviembre. Por tanto: ¿cómo están jugando esas variables internacionales en esos estados (considerando el voto de protesta en las primarias contra Biden por su política en Medio Oriente)? ¿Cómo jugará el veredicto contra Trump, también en esos u otros estados clave? La verdad es que no son preguntas simples de responder. Por eso, el nuevo gobierno en México necesitaría trabajar con escenarios, asignar probabilidades y prepararse para todos y cada uno de ellos. De eso hablamos hoy.

Primero, hace falta comprender mejor qué significa la noción de que algo tenga probabilidades de ocurrir. En el podcast de Michael Lewis “Against the Rules”, una científica explica que se ha hecho un muy mal trabajo de pedagogía cuando se habla del tema. El canal del clima nos dice que hay 20% de probabilidades de lluvia, y nuestra lectura es “no va a llover”. En una conferencia con colegas del área de seguridad, se los planteé de este modo: si solo 2 de 10 balas que disparan contra nuestro cuerpo, atinan en su objetivo, solo dos, ¿nos parece poco? ¿Qué haríamos para prepararnos para un escenario así? Lo digo porque, cuando Trump ganó en 2016, el sitio de Nate Silver le daba durante las semanas previas a la elección, un 35% de probabilidades de ganar. La lectura que de ello se hizo, no obstante, fue que Silver y todos los demás “se equivocaron” porque Hilary tenía 65%. O cuando Rusia acumuló tropas alrededor de Ucrania (no en 2022, sino desde un año antes), por factores varios, podríamos decir que la mayor probabilidad no era que Rusia invadiera, pero eso no significaba que no existiesen probabilidades de que ello ocurriera. Y cientos de empresas y gobiernos cometieron errores de cálculo cuando asumieron que los escenarios de baja probabilidad no se materializarían, y posteriormente se culpó a las “proyecciones” por haberse “equivocado”. “Rusia nos sorprendió”, se dijo.

De modo que, más allá de hacer árboles enteros con escenarios y probabilidades acerca de múltiples variables internacionales, el gobierno mexicano tiene que trabajar con el escenario Trump y también con el escenario Biden para los siguientes cuatro años (independientemente de a quién se asigne una mayor probabilidad de ganar y a quién una menor, o cómo varíen esas proyecciones durante los meses que siguen).

Pensemos en las probabilidades de Trump: Más allá de las encuestas nacionales (que en EU son solo informativas dado que en ese país el voto popular nacional no define la elección), hasta hoy, Trump tiene ventaja en la mayoría de las encuestas en los estados que sí definirán la elección. Según el NYT, Trump adelanta a Biden en cinco de seis estados “bisagra” o “campo de batalla”. Además, la experiencia nos muestra que Trump ha tendido a ser subestimado en esas encuestas. Esto no solo ocurrió en 2016, cuando ganó, sino también en 2020 cuando perdió. En varios de esos estados, justo como Michigan o Wisconsin, Biden ganó por muchos menos votos de los proyectados, lo que, entre otras cosas, permitió a Trump tejer la narrativa del fraude. Esto podría repetirse. O no. Pero como no sabemos, no jugamos con ello, y asumimos que las probabilidades de que Trump se lleve al menos cuatro de esos estados clave es alta. Esto es fortalecido por otro tipo de factores como la baja calificación que la sociedad en EU da a Biden en temas que están siendo mencionados como clave para los electores como la economía, la migración o la política exterior. O bien, por la “nostalgia del pasado”: hoy en día, 55% del electorado piensa que la gestión de Trump fue positiva (siendo que hace 4 años, justo un 55% pensaba que la gestión de Trump había sido un fracaso). Es decir, es un porcentaje alto de personas que lo extrañan.

Pero nada de lo anterior implica que las posibilidades de Biden sean inexistentes. De hecho, como lo explica Nate Cohn, Biden tiene un camino claro para ganar: Michigan, Wisconsin y Pensilvania. Los números dicen que, si Biden gana todos los estados que se asume de antemano, favorecerán a los demócratas como siempre sucede, y logra vencer además en esos tres estados señalados, incluso si pierde todos los demás estados bisagra, Biden podría ganar la elección. A favor de esta tesis también podemos mencionar que la intención de voto favorable a Trump se ubica entre personas que no están teniendo contacto con las noticias. Si la narrativa del veredicto y la sentencia contra Trump penetra lo suficiente como para convencer a unos cuantos de no votar por él, los escenarios en esos estados podrían moverse. ¿Qué tanto? ¿Cómo impactarán otras variables como las recientes medidas migratorias que Biden adoptó? ¿O qué pasaría si Biden finalmente logra gestionar un cese al fuego en Medio Oriente? ¿Suficiente para que Biden gane? La verdad es que no lo sabemos. Por tanto, pensamos en el escenario Biden y trabajamos con las probabilidades de que ello se materialice (y con los movimientos que esas probabilidades tendrán de acá a noviembre).

Todo esto continúa más allá de la elección. Es decir, habrá que proyectar escenarios para el caso de que Trump gane, por ejemplo, en materia de seguridad, comercio o migración. Pensemos por citar un caso, que ese personaje, ya en la Casa Blanca, llega como dice Bannon su exasesor “en modo de guerra total”. Pensemos que declara a varios cárteles mexicanos como “grupos terroristas”, y que Washington por tanto adopta medidas extraterritoriales de combate al terrorismo como sucede en otras partes. ¿Ocurrirá? No lo sabemos. ¿Es un escenario plausible? Sí lo es. Entonces, ¿qué tipo de preparación, política, diplomática y legal, debería tener el gobierno mexicano para una situación así? Imaginemos que Trump ordena enviar drones o misiles contra laboratorios de la droga en México (cosa que ya en el pasado sugirió a su entonces secretario de defensa, quien lo contuvo de semejante intento). Estoy hablando de un escenario de baja probabilidad, pero no imposible. ¿Nos preparamos para tal eventualidad o no? O bien, pensemos ahora escenarios en los que Trump deporta a millones—literalmente millones—de personas, como lo amenaza. ¿Qué preparaciones deberíamos efectuar ante tal posibilidad? O si decide imponer aranceles incluso en violación del T-MEC o de lineamientos de la OMC como chantaje para que México detenga los flujos migratorios. En el pasado estas amenazas sí fueron emitidas, aunque al final se gestionó un acuerdo al respecto. Nuevamente, si Trump viene en “modo de guerra total”, ¿qué debería hacer la administración Sheinbaum para prevenir esos escenarios, para contenerlos si es que no se logran prevenir, o para seguir adelante en caso de que sí se materialicen? Se trata de planes que ya mismo deben estar siendo elaborados.

Al mismo tiempo, trazar rutas para el caso de que Biden renueve su mandato sería igualmente importante. Tanto en la campaña electoral como de manera posterior, mantener una relación institucional fuera del forcejeo político resultará indispensable. Pensar en un escenario de victoria de Biden, pero la cual es nuevamente cuestionada por Trump, no es descabellado, por lo que ir planeando cómo actuar bajo un escenario así no nos haría daño. Paralelamente, comprender las presiones políticas que están llevando a Biden a tomar decisiones que no nos gustan (lo que puede manifestarse de manera posterior a las elecciones) supone trabajar de manera conjunta para negociar y hallar solución a temas de mutuo interés, lo que incluye por supuesto los históricos picos migratorios o la crisis del fentanilo, o muchos temas más. El escenario Biden puede encontrar un terreno más fértil para atacar las causas raíz de la migración o el crimen (ambos temas están en la agenda de Claudia); habrá que ver cómo impulsar esa agenda colaborativa. Por cierto, en ese tema Trump ya anunció que “no le dará a México ni diez centavos” para combatir las causas raíz de la migración. Y también habrá que considerarlo.

Por último, con Estados Unidos se tiene que trabajar con la conciencia de las otras decenas de temas que se encuentran actualmente en su agenda y con la conciencia de que todo el tiempo buena parte del mundo demanda cosas de Washington (respaldo, recursos y atención). Ni Trump ni Biden tendrán la mencionada atención, tiempo o recursos humanos y políticos que quisiéramos para atender nuestros temas. Así que la primera tarea consiste en estar verdaderamente al día, moviendo y trabajando los escenarios de los múltiples asuntos que sí quitan el sueño a la Casa Blanca, lo que incluye temas como Rusia y Ucrania (y todo lo que en torno a la OTAN suceda), como China (especial atención en Taiwán en los años siguientes, pero también en la guerra comercial y tecnológica), o como Medio Oriente (y los escenarios y probabilidades de que la situación escale y pueda arrastrar a EU al conflicto). Pero también habrá que estar atentos a otros temas como Corea del Norte, las relaciones entre Washington y Europa, América Latina o África, la lucha de EU contra el terrorismo, y cómo todo ello puede conectarse con temas de nuestra agenda. Teniendo todo eso en consideración, México necesitará trabajar no solo con escenarios de crisis, sino pensando en construir espacios de colaboración para impulsar metas que podamos identificar como comunes, pero no solo en lo bilateral. Esto incluye la labor dentro de organismos internacionales u otros espacios de concertación multilateral como el G20 (y también el G7, como invitados). También incluye alinear posiciones con Washington en donde sea posible, o contener el conflicto generado por los temas internacionales en donde las diferencias sean profundas y colaborar en todo lo que se pueda a pesar de ello. Esto es válido por si gana Biden, conociendo su estilo, sus formas y su agenda, o bien, si gana Trump, conociendo también su estilo, sus formas, su agenda e incluso su impredecibilidad.

En suma, los escenarios en la relación bilateral y en temas globales pueden tener mayores o menores probabilidades de cumplirse, pero si se elaboran con información y cuidado, ninguno de ellos debería ser sorpresivo.

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