Barbara Walter, profesora de UCSD, se dedica a estudiar las guerras civiles. Las ha estudiado en todas partes del globo incluidos sitios como Siria, Libia, Yemen o Irlanda del Norte. Durante un tiempo trabajó para la CIA buscando predecir, mediante un índice que elaboraron, qué sitios eran más proclives a la inestabilidad y a la violencia política. Después de años de estudio y trabajo, su grupo encontró que, de un total de más de 30 indicadores que medían, había dos determinantes mayores que podían predecir el riesgo de una guerra civil. Hace unos días, en una entrevista con Foreign Policy, explicó que ambos indicadores se encuentran altamente presentes en la sociedad estadounidense y que, por tanto, los riesgos de violencia política son reales. El conductor quiso saber su respuesta ante una serie de textos que argumentan que hablar de guerra civil en EU es exagerar la línea. Ella explicó que eso es porque normalmente se piensa en una guerra civil como la del siglo XIX. Pero las guerras civiles hoy son muy diferentes, dijo. En ellas no participa una gran masa de gente, sino pequeños grupos de personas radicalizadas y armadas. Yo no sé si en EU existen condiciones para que se produzca justo lo que Walter indica tal cual, pero es verdad que la violencia política es un fenómeno en crecimiento. Dos intentos de asesinato de un expresidente y candidato, son una muestra de ello. Unas notas al respecto:
1. Encuestas recientes muestran que el porcentaje de estadounidenses que considera válido el uso de la violencia con motivaciones políticas sigue siendo enormemente elevado. Según el NYT, “Robert Pape, un politólogo de la Universidad de Chicago, encontró (hace tres meses) que el 10 por ciento de los encuestados dijo que el uso de la fuerza está justificado para evitar que Donald Trump se convierta en presidente. Un tercio de los que dieron esa respuesta también dijo que poseía un arma”. El otro lado del polo es igualmente preocupante: “El siete por ciento de los encuestados dijo que apoya el uso de la fuerza para restaurar a Trump en la presidencia”. La mitad de ellos dijo que poseía armas. Otras encuestas de los últimos años reflejan, igualmente, que en EU hay entre 10 y 15% de las personas que respaldarían el uso de la violencia para obtener sus fines políticos.
2. Eso nos lleva entonces a incorporar al análisis: (a) el contexto social y político en EU, (b) la forma como ese contexto social y político es interpretado por organizaciones e individuos y cómo esto contribuye a sus procesos de radicalización personal y, en ciertos casos, organizacional, y, por supuesto, (c) el fácil acceso a las armas en ese país.
3. Walter explica que los dos indicadores que mejor predicen la violencia política son la existencia de una anocracia y la prevalencia de la política basada en identidades. Una anocracia es un tipo de régimen político que se encuentra a medio camino entre una democracia y una autocracia. En este tipo de sistema, el poder está parcialmente controlado por instituciones democráticas, pero también existen elementos de autoritarismo. Las anocracias suelen tener instituciones inestables, lo que genera un alto riesgo de conflictos internos o cambios de gobierno abruptos. En el indicador que usaba el grupo al que ella pertenecía, las democracias eran medidas (a través de muy diversas variables) entre +10 y -10. Lo que ella explica es que, en los últimos años, EU fue cayendo desde el +10 hasta el +5, justo el territorio en donde inician las anocracias (que se ubican entre +5 y -5).
4. El segundo elemento es la política basada en identidades. Algo que autores como Carothers y O’Donohue revisan con detalle en su libro Democracies Divided. No se trata solamente de divergencias por tener puntos de vista distintos. Sino que son sociedades en donde se van produciendo divisiones enraizadas en las identidades sociales en conflicto: “Nosotros contra Ellos”. Es un “No estoy contra ti por lo que piensas, sino por lo que eres y por lo que soy”. Así, disminuye la confianza, la tolerancia para con la otra “tribu”; disminuye la cortesía, la capacidad de coexistir, aumenta el odio, la ira, y sí, la violencia. Hay muchos factores económicos, sociales y políticos que impulsan estos procesos, pero si revisamos el caso de EU, es verdad que el contexto macro que señalo, existe, y que éste ha terminado manifestándose con violencia en los últimos años desde la derecha y desde la izquierda.
5. Para ser claros, el panorama que retratan los datos indica que los ataques cometidos por extremistas de derecha del 2001 a la fecha en el caso específico de EU, han ocasionado aproximadamente 15 veces más muertes que los ataques cometidos por extremistas de izquierda. En ocho de esos años, los extremistas de derecha causaron el 100% de las muertes, y en otros tres, incluidos 2018 y 2019, fueron responsables de más del 90 % de esas muertes. Esto no significa, sin embargo, que la violencia política de izquierda, u otras ideologías, sea inexistente. En general, a nivel global, muchos de los atentados han sido perpetrados por atacantes de izquierda. EU no se ha salvado de esta tendencia.
6. Como es natural, el contexto que describo no implica que amplias masas de personas necesariamente apruebe el uso de la fuerza contra un candidato como Trump. La cuestión es que basta que 10% de esas personas sí lo haga (como señala Pape en sus encuestas) y que una tercera parte de ellos posea un arma, para elevar los riesgos de una forma considerable. Esto nos lleva a revisar de nuevo el proceso psicológico de radicalización individual.
7. Para que un individuo decida perpetrar esta clase de violencia políticamente motivada, normalmente opera un proceso de radicalización que Moghaddam explica con la metáfora de una escalera ascendente en la que, en cada paso, el individuo decide que su actividad política es insuficiente para generar cambios a un entorno que percibe necesita ser transformado, hasta el punto en esa escalera en el que decide que solo la violencia puede conseguir esos objetivos. El individuo está dispuesto a sacrificar su libertad y en muchos casos incluso su vida (como con los ataques suicidas) con tal de producir un efecto que, a su entender, avanzará sus metas políticas (o las del grupo del que se percibe parte). Todo este proceso tendría que ser muy bien investigado y explicado para poder determinar hasta qué punto el segundo atacante de Trump buscó cometer un acto con las características que indico. Llama la atención que ese atacante, llamado Routh, parecía tener una obsesión con el tema de la guerra en Ucrania. Incluso había sido entrevistado por el NYT hace un tiempo. Él, según decía, estaba dispuesto a pelear y morir por Ucrania, y esto puede haber jugado un rol en su decisión de atentar contra Trump. Habrá que verlo.
8. Pero una vez más, vale retomar esto que ya he dicho: Estamos ante un entorno que ya estaba políticamente muy cargado con un expresidente en campaña sobre el que ya pesa un juicio que arrojó 34 veredictos de culpabilidad, además de otra serie de procesos legales (que seguramente tardarán largo rato en dirimirse). Más aún, se trata de un expresidente que desde hace años ha planteado que existe una serie de fuerzas, muy en lo profundo del sistema, trabajando en su contra. De acuerdo con esa narrativa, esas fuerzas orquestaron inicialmente una fiscalía especial para culparlo de conspirar con Rusia, luego, organizaron un primer juicio de destitución, posteriormente cometieron fraude electoral y armaron un segundo juicio de destitución en su contra, para terminar con otra serie de casos en los que le inculpan. Todo ello tiene, en su percepción—y la de una gran base de personas que le respaldan—responsables con nombre y apellido, incluidos varios medios de comunicación, personalidades relevantes y varios demócratas hasta el propio presidente Biden.
9. Ese es el ambiente enrarecido en el que este intento de asesinato ocurre. Por tanto, dependiendo de cómo se cuente la historia, ese intento de asesinato puede ser percibido de forma completamente aislada (un lobo solitario que se radicalizó de manera individual y que optó, él solo, por cometer la violencia de un magnicidio). O bien, la misma historia puede ser insertada, por parte de algunos actores políticos, dentro de la narrativa mayor en la que la radicalización de ese individuo no puede separarse del entorno que describo y dentro de la que ese acto no es sino el último intento de algunas personas para eliminar a Trump del camino. Este último relato, muy presente tras el primer atentado contra Trump, cobrará fuerza en los próximos días, con toda probabilidad.
10. El impacto que estos hechos pueda tener en las encuestas es difícil de prever en este punto. Kamala Harris vivió en sus primeras semanas un impresionante ascenso en sus preferencias. Posteriormente ese ascenso se detuvo, regresando la contienda a niveles de empate técnico. De acuerdo con encuestas publicadas hace dos días, ya posteriores al debate, Harris estaba volviendo a crecer a nivel nacional, aunque no es posible conocer, ni siquiera medir sin un muy amplio margen de error, el impacto de esta serie de hechos en votantes de estados que definirán la contienda como Michigan, Wisconsin y, sobre todo Pensilvania. Estos temas se tienen que monitorear, pero es necesario considerar que, en las últimas elecciones, en cada uno de ellos, las diferencias entre lo que marcaban las encuestas y los resultados finales, llegaron a ser de 5, 6 y hasta 9 puntos. Así que, mientras no ocurra otra cosa, seguimos en territorio incierto. Modelos de predicción como The Economist, están dando 50/50 probabilidades de ganar a cualquiera de los dos.
Más allá de quien gane, sin embargo, sí es necesario observar que, bajo un contexto social y político tan enrarecido y predispuesto a la comisión de violencia, en un entorno en el que las armas están accesibles a la vuelta de la esquina, no se requiere ni siquiera de un 10% de personas que piense que la violencia es justificable para eliminar a un candidato o candidata; basta con que unos cuantos pasen por un proceso de radicalización individual u organizacional, y los riesgos de un magnicidio u otros tipos de violencia seguirán creciendo.
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