Hace once meses, en todo el planeta se hablaba con harta preocupación sobre la misteriosa desaparición del líder norcoreano. Luego, Kim Jong-un simplemente reapareció. Hoy, casi un año después, cuando Pyongyang lanza las primeras pruebas con misiles durante la gestión de Biden , el tema atrae pocos reflectores. Y, con tantas cosas ocurriendo en el mundo, esto se entiende. Salvo que la delicada situación de la península coreana no se ha marchado a ninguna parte. Apenas el 11 de enero, mientras Washington absorbía el shock del asalto al Capitolio , paralelamente tenía lugar el congreso del Partido de los Trabajadores de Corea, en el que Pyongyang adoptaba una línea dura de cara al nuevo gobierno estadounidense: Kim recordaba al mundo que Estados Unidos es su mayor enemigo y llamaba a continuar los avances en su proyecto nuclear, fijando la meta ahora de una mayor precisión en sus misiles balísticos intercontinentales y cabezas nucleares más pequeñas y ligeras. Si bien los dos ensayos con misiles de esta semana, así como los de los últimos dos años, son de bajo perfil, se trata de recordatorios de que la cuestión norcoreana se encuentra irresuelta y siempre con un potencial de explotar. ¿Cómo es que se pasó del diálogo que aparentemente estaba avanzando con Trump a esta etapa de estancamiento?

Quizás hay que empezar por comprender qué es lo que lleva a Kim en 2018 a mostrar signos de distensión y a sentarse a la mesa de negociaciones. Si nos apegamos al planteamiento que hacía Trump, el haber “sometido” al joven líder norcoreano gracias a su “presión máxima”, mostraba la eficacia de sus tácticas negociadoras. Gracias a ese presidente, según tuiteaba, la amenaza nuclear norcoreana había “desaparecido”. No obstante, una visión alternativa plantea que, en realidad, la retórica exaltada y las amenazas de Trump, en combinación con su aparente disposición al uso de la fuerza, no detienen, sino aceleran el progreso del programa nuclear y el programa de misiles de Corea del Norte , los cuales alcanzan en 2017 niveles que no habíamos apreciado hasta entonces. Ese año, Pyongyang demostró que contaba ya con (a) bombas atómicas al menos 10 veces más potentes que las previamente detonadas, (b) la capacidad de miniaturizarlas y montarlas en misiles balísticos intercontinentales, y (c) la capacidad de hacer llegar esos misiles a territorio continental estadounidense. Si bien hay opiniones serias que indican que el proyecto nuclear de Pyongyang aún está incompleto y requiere de ajustes, lo que quedaba claro es que su posibilidad para emplearlo como herramienta disuasiva, se transformaba en una poderosa arma para negociar sus intereses. Por consiguiente, más que un joven derrotado por las estrategias y las amenazas de Trump, ese proceso de diálogo exhibía a un líder que sentía que, gracias a sus avanzadas capacidades nucleares, podía desplegar posturas de negociación mucho más firmes que en el pasado.

Asimismo, para Kim era indispensable reducir la brecha entre cómo él entendía la “desnuclearización de la península”, y cómo la entendía la Casa Blanca . Mientras que Trump pensaba que se trataba de eliminar la capacidad nuclear de Pyongyang exclusivamente, Kim visualizaba un esquema que incluía eliminar todas las amenazas que hoy pesan en contra de su país, lo que contempla, por supuesto, reducir al mínimo la presencia militar de Washington en la zona.

Esta brecha provocó que, más allá de las fotografías, las declaraciones e incluso los continuados intentos para que el diálogo avanzara, las conversaciones se estancaran. Cuando, en 2018, la Casa Blanca inicia el diálogo, su demanda era la de una desnuclearización “completa, irreversible y verificable” de Corea del Norte antes de siquiera pensar en eliminar las sanciones. Ya para 2019, Trump parecía satisfecho con un progreso más paulatino, y por lo que sabemos, estaba dispuesto a ceder en el calendario del levantamiento de las sanciones, exigiendo eso sí, pasos serios encaminados hacia esa desnuclearización . Lo que aparentemente ocurrió es que Kim quiso cobrar más caro de lo que Trump estaba dispuesto a pagar, el desmantelamiento norcoreano de su central nuclear en Yongbyon, y, por tanto, no hubo acuerdo en cuanto al monto de sanciones que era aceptable levantar, considerando que hay otras instalaciones nucleares y mucha más actividad de misiles que desmantelar.

De modo que, así como se hablaba de la cumbre de Singapur como un “éxito total”, la cumbre de Hanoi en 2019 era vista como un “fracaso absoluto”.

Luego, llegó la pandemia. Durante 2020, Kim Jong-un desapareció y reapareció, las tensiones entre las Coreas ascendieron y volvieron a calmarse. De su lado, Estados Unidos vivió las tensiones raciales , políticas y electorales que ya conocemos, además de todos los efectos sociales y económicos por el coronavirus. Trump se fue. Vino Biden con mil y un prioridades en su agenda y por lo que entendemos, Corea del Norte no está entre las primeras cosas que necesita resolver.

Ante este panorama, Kim necesita hacerse sentir presente y relevante. Pero al mismo tiempo, necesita balancear una compleja serie de factores y por eso lleva a cabo pruebas limitadas con misiles, y no por ahora un ensayo nuclear. Las circunstancias económicas en Corea del Norte, ya terriblemente afectadas por las sanciones internacionales , hoy son incluso peores. A pesar de que, según el gobierno en Pyongyang en ese país no ha habido muertes por el coronavirus (algo difícil de verificar), lo que sí se sabe es que la pandemia ha tenido un considerable impacto en su economía, afectada además por problemas en las cosechas y desastres naturales.

En otras palabras, a Kim le urge el diálogo. Pero desea también ser reconocido por la fuerza que ha adquirido dados sus avances militares.

A todo ello hay que añadir el factor China, la mayor aliada y sostén de Pyongyang. De un lado Beijing se encuentra verdaderamente preocupada por la situación en la península. China no desea ver a Corea del Norte con un proyecto nuclear y de misiles en pleno progreso, no solo por las amenazas que ello representa para la propia China y la región, sino porque ello atrae a Washington a la zona y produce riesgos de escalamientos militares que afectan los intereses de Beijing. Por otro lado, sin embargo, China necesita la supervivencia del régimen en Pyongyang. La política resultante es un intento continuo por equilibrar esos factores. Además, el hecho de que sus relaciones con Washington (así como las relaciones de EEUU con Rusia , otro actor importante en este tema) estén pasando por un momento muy delicado, no parece generar el mejor ambiente para dialogar. De hecho, para China y Rusia, Kim actúa como actúa debido a que se siente bajo amenaza perpetua, y, por tanto, sería indispensable lograr transformar esa percepción. Desde la óptica de Moscú y Beijing, Trump hizo todo lo contrario; de ahí la velocidad con la que Pyongyang se sentía forzada a mostrar adelantos en su capacidad nuclear. A pesar de todo lo anterior y pensando en lo mucho que las distintas partes tienen por ganar si un diálogo fuera retomado, el relanzamiento de las conversaciones no es imposible.

Lo que haría falta en teoría sería tomar el asunto de Corea del Norte con absoluta seriedad y contemplar un calendario de negociaciones (por largo que sea) que deberá incluir, de manera pausada, todos y cada uno de los elementos a atender para alcanzar la desnuclearización comprehensiva a cambio de un alivio de las sanciones y otros alicientes para Pyongyang. Estos elementos incluyen al menos los siguientes: (a) desmantelamiento y remoción de armas nucleares ya existentes; (b) detener el enriquecimiento de uranio; (c) inhabilitar los reactores; (d) cerrar los sitios para ensayos nucleares; (e) eliminar la producción de combustible para bombas de hidrógeno; (f) destruir las armas biológicas; (g) destruir las armas químicas; (h) detener el programa de misiles; (i) un régimen permanente de inspecciones internacionales para verificar todos estos puntos; y no menos importante, (j) asegurar que Pyongyang suspenda su intercambio y comercio internacional de armas y tecnología nuclear con actores estatales y no estatales a nivel global.

Para lograr lo anterior, no obstante, es indispensable que señales como el lanzamiento de misiles en esta semana, sean leídas y tomadas en serio, y generar incentivos para todas las partes a fin de avanzar el diálogo lejos del ruido y los reflectores, de manera mucho más honda que en los años y décadas pasadas. Corea del Norte lo necesita probablemente hoy más que nunca. Habría que aprovechar el momento.

Analista internacional.
Twitter: @maurimm

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