A lo largo de las últimas semanas, se ha venido construyendo una poderosa narrativa acerca del fracaso ruso. Putin habría cometido un error estratégico, se ha argumentado, subestimando la capacidad ucraniana para defenderse, y también subestimando la disposición de Occidente a imponer a Rusia sanciones sin precedentes. Como resultado, sigue el argumento, Rusia terminará mucho peor posicionada al final que al inicio de esta historia. Puede ser. El tema es que cuando estamos en medio de eventos que no han concluido, a veces vale más la pena esperar un poco, observar y escuchar. Por ahora, trabajemos con cuatro elementos. Uno, el ámbito de la guerra, en el que, tras un número bien documentado de fallas tácticas mayores, Rusia se reposiciona y replantea para seguir adelante—de otra forma—con sus metas. Dos, la evaluación de un historiador de las sanciones. Tres, declaraciones de Putin, de Marine Le Pen, candidata de extrema derecha a la presidencia de Francia y de un experto de Oxford, las cuales coinciden en expresar lo que todo el mundo sabe, y cuatro: la evaluación de Axios acerca del ascenso en los flujos de efectivo de Rusia. Adelanto la conclusión: a pesar de las primeras semanas llenas de obstáculos y colapsos en la estrategia de Putin, sería prudente no subestimar la capacidad rusa para adaptarse a distintos escenarios y mantener con ello vivas, en lo general, sus metas mayores.

Empecemos por lo militar. Rusia ha comprendido—sorprendentemente tarde pues se trata de conocimiento de manual—que en la guerra no todo se trata acerca del monto de efectivos y equipo militar. Hay otros factores que cuentan como la logística para abastecer a esas tropas (desde alimentarlas hasta proveerlas de gasolina, municiones y suministros para subsistir y pelear), la competencia entre la moral propia y la moral del rival, y, sobre todo, la necesidad de prepararse para pelear una guerra asimétrica en territorio desconocido, plagada de tácticas estilo guerrilla, emboscadas, ataques sorpresa, repliegues y retornos, y muchas más. Aunque esa comprensión llegó posiblemente muy tarde, como dije, hoy parece estar siendo tomada en cuenta. Al reposicionar las tropas hacia el este y el sur ucranianos (más cerca y con más fácil acceso para Rusia), trayendo a combate a un experto general que dirigió operaciones rusas en Siria (además de miles de combatientes y mercenarios también con experiencia en esa y otras guerras), el Kremlin pretende (1) resolver sus problemas logísticos, (2) afianzarse en un territorio que conoce mejor y en el que cuenta con el apoyo de decenas de miles de combatientes ruso-ucranianos que han peleado en ese territorio desde hace años, y (3) cambiar la narrativa de sus derrotas por victorias (por sangrientas que éstas sean).

Con ello, Putin busca, además de levantar la moral de su ejército, solidificar su posición para negociar y exigir si no todo, buena parte de lo que ha demandado desde el principio: las metas políticas que son la causa fundamental de haber lanzado esta guerra. Es verdad que la OTAN se encuentra hoy fortalecida y, si Suecia y Finlandia ingresan a esa alianza, ello representaría un revés estratégico para los objetivos originales de Rusia. Pero, de nuevo, se trata de eventos en pleno desarrollo. La eficacia de las nuevas tácticas de Moscú está por verse, y antes de evaluar el desenlace, habrá que esperar.

Segundo, históricamente las sanciones económicas tienen un historial de fallar más que las veces que sí funcionan. Es verdad que como dijo Nicholas Mudler, un historiador de las sanciones a The Atlantic , “estamos en un territorio totalmente nuevo…la velocidad, el alcance y el tamaño de estas sanciones…las hacen extraordinarias”. Sin embargo, explica Mudler, las sanciones han tenido éxito apenas en alrededor de un tercio de las veces que se han intentado. No porque no sean enormemente dañinas para las finanzas y economía del país objetivo, sino porque en el 66% de los casos, las sanciones no alteran el comportamiento del país sancionado. Más aún, diría yo, en ocasiones tienden a radicalizar a su liderazgo. Ejemplos recientes de ello son Corea del Norte e Irán. La experiencia histórica muestra que, incluso en los casos en los que se construye un considerable disenso al interior del país sancionado, los gobiernos tienden a reprimir ese disenso con métodos cada vez más brutales.

Tercero, el presidente Putin dijo hace unos días que la economía rusa ha sido capaz de resistir el impacto inicial de las sanciones impuestas por la invasión de Ucrania. Para sostener su argumento, Putin mencionó la recuperación del rublo, así como la decisión del banco central de reducir su tasa de interés, como ejemplos, diciendo que el mundo depende demasiado de las exportaciones rusas de alimentos y energía para permitirse su completo aislamiento. Con toda su labor propagandística, Putin no se equivoca del todo. James Henderson, experto de Oxford, escribe para el NYT que Europa se había beneficiado del gas natural relativamente barato de Rusia durante décadas. Pero a pesar de todo lo que se habla ahora de diversificarse hacia afuera de este suministro, la realidad es que no será fácil encontrar alternativas. Será una empresa de años. La pregunta que habrá que hacerse es en qué medida las economías dependientes de los productos rusos, dirigidas por gobiernos que tienen que competir electoralmente y mostrar eficacia inmediata, cuentan con esos años. Algunos de esos gobiernos, obviamente, estarán dispuestos a pagar el costo. Pero, como se aprecia, hay muchos otros que no.

Esto va en línea con las declaraciones de Le Pen, la candidata de extrema derecha en Francia quien contenderá con Macron en la segunda vuelta. Le Pen dijo con claridad lo que todo mundo sabe al indicar que apoyaba la mayoría de las sanciones contra Rusia por la guerra en Ucrania, pero se oponía a las relativas a la energía toda vez que podrían “perjudicar los bolsillos franceses…No quiero que los franceses se lleven la peor parte de las decisiones”.

Por último, la evaluación de Axios: Los flujos de efectivo de Rusia se dispararon durante el primer trimestre de 2022, a pesar de las sanciones económicas impuestas por Occidente. Moscú se benefició del aumento de los precios de la energía provocados por la guerra. “Las finanzas sorprendentemente sanas de Rusia muestran que sus ventas continuas de petróleo y gas siguen siendo una herramienta económica formidable para el gobierno de Putin”, indica Axios. El superávit ruso en el primer trimestre de 2022 subió a 58,200 millones de dólares, comparado con 22,500 millones de dólares del primer trimestre del año pasado. El Instituto de Finanzas Internacionales, un grupo de investigación, proyecta que Rusia registrará un superávit récord de 250 mil millones de dólares para este año, lo que según Axios “podría compensar la totalidad de las reservas del banco central ruso que las potencias occidentales congelaron mediante las sanciones”.

La conclusión: No solo en lo militar, sino también en lo económico, Rusia podría estarse adaptando. No necesariamente por el tamaño de su economía, sino por el tipo de productos que comercia con el mundo (por ejemplo, energéticos, alimentos y fertilizantes) y la alta dependencia que decenas de países tienen de esos productos específicos. Esto, además de la indisposición de un sinfín de gobiernos a entrar en conflicto político con Moscú. Considere que el Kremlin tiene una lista de unos 48 países “hostiles” (los que han sancionado a Rusia). Bien, pues hay otra lista de casi 150 que han optado por no hacerlo. No solo es China quien ofrece a Putin el salvavidas, sino muchos otros estados como India, las monarquías árabes, Turquía, y decenas de países en Asia, África y América (y esto sin mencionar a los países que sí son “hostiles” a Rusia pero que han optado por solo sancionarle de manera limitada).

Considerando todos los elementos anteriores, entonces, es al menos posible decir que Rusia cuenta con suficientes herramientas para seguir adelante con su embestida, lo que deja pocas opciones a quienes piensan que es posible doblegar a Putin. Esto significaría, si las siguientes semanas lo confirman, que un proceso de negociación más serio y doloroso de lo que muchas personas hoy estiman o desean, podría volverse necesario si se quiere detener la masacre, ya que la alternativa sigue siendo un conflicto prolongado, aunado a un desgaste político enorme (que seguirá mostrando fisuras entre gobiernos occidentales—considere el caso de Hungría, la disputa Alemania-Ucrania, o la posibilidad de éxito de actores políticos anti-OTAN como Le Pen), y una crisis humanitaria difícil de dimensionar.

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