Xi Jinping podría no asistir a la Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP 26) que muy pronto tendrá lugar en Glasgow, Reino Unido. Boris Johnson habría sido informado que el presidente chino no acudiría, de acuerdo con The Times de Londres, “en un entorno de pesimismo” respecto al éxito de la cumbre. Esa importante noticia, me parece, debe leerse en conjunto con otras situaciones y reportes que también han ido surgiendo estos días. Señalo algunas: el Reporte de Amenaza Ecológica emitido por el Instituto para la Economía y la Paz (IEP); la actual crisis energética y su vínculo con los problemas relativos a la transición hacia una energía verde, un tema ampliamente explicado por The Economist esta semana, y una nota que procede de EU: todo parece indicar que la enorme iniciativa que Biden está intentando pasar en el Congreso para política social y ambiental, tendrá que prescindir, por lo pronto, de su parte ambiental ya que, en su versión actual, carece de los votos para su aprobación en el Senado.
Empiezo por el Reporte de Amenaza Ecológica (ETR) dada la relevancia de sus hallazgos. El IEP no solo mide distintos aspectos del impacto de la degradación ecológica (como los riesgos por escasez de alimentos o agua, crecimiento demográfico, alteraciones climáticas y eventos naturales, entre otros factores), sino que efectúa una serie de correlaciones con otros dos de sus índices: el Índice Global de Paz y el Reporte de Paz Positiva, a fin de entender mejor los vínculos entre los temas ambientales con la violencia, la paz, y la resiliencia socioeconómica que exhiben los países más pacíficos del globo. El mayor hallazgo es, probablemente, el círculo vicioso que se genera entre degradación ecológica y conflicto violento. Mientras mayor degradación ecológica existe, mayores probabilidades hay de que estallen conflictos violentos, pero a la inversa, los conflictos violentos generan también mayor degradación ecológica. Esto no es un asunto “del futuro”. De los 15 países con calificación más baja en el reporte ecológico, 11 ya experimentan conflictos violentos severos, y 4 corren el riesgo de enfrentarlos próximamente. En cambio, ninguno de los países con altos niveles de paz se ubica en la zona de riesgo en el reporte ecológico. De hecho, el 89% de los países más altos en dicho reporte, presenta altos niveles de paz y cuenta con fortalezas sociales, económicas y políticas para enfrentar de mejor manera las afectaciones ambientales y los riesgos por el cambio climático.
El reporte invita a las agencias internacionales, a las organizaciones locales y a los gobiernos, a asumir enfoques integrales en la atención a las degradaciones ecológicas más severas. Hay que mitigar los impactos por escasez de alimentos, escasez de agua o por eventos naturales, por supuesto, pero al mismo tiempo, se necesita edificar o reforzar las estructuras, las instituciones y las actitudes que crean y sostienen la paz. Esto incluye, por ejemplo, el combate a la desigualdad socioeconómica, el impulso al respeto de los derechos humanos, la construcción y solidificación de instituciones eficientes, un enfoque de desarrollo del capital humano y el combate a la corrupción, entre otros factores. Además, dice el IEP, necesitamos repensar el enfoque militarista en la atención de conflictos en regiones como el Sahel, el Cuerno de África, Medio Oriente o Asia Central. Todo está conectado con los resultados del reporte que señalo.
Sin embargo, vamos a encontrar que varios de esos aspectos no pueden ser atendidos exclusivamente de manera local. Considere, por poner un caso, el tema de la corrupción. A pesar de lo mucho que tendríamos que hacer al interior de nuestros países en ese rubro, solo eche un vistazo a los Pandora Papers para darse cuenta de los esquemas transnacionales bajo los que la corrupción o el lavado de dinero pueden evadir a autoridades locales. Esto, en pocas palabras, obliga a los diferentes países a cooperar.
Así como ocurre con la pandemia que vivimos, las crisis ambientales son crisis sistémicas. Y en un sistema no hay pequeñas islas que se pueden salvar a sí mismas, sino un conjunto de partes que interactúan, que son afectadas por el todo y que a su vez impactan al todo. De ahí la relevancia de la colaboración internacional, y la coordinación para establecer compromisos, medidas, mecanismos para hacer que esas medidas sean vinculantes, verificables y que existan consecuencias de no cumplirse.
Por tanto, la potencial ausencia de Xi Jinping en Glasgow podría representar un serio golpe a las aspiraciones de esa cooperación internacional, del mismo modo que en su momento lo hizo el anuncio de Trump de la salida de EU del acuerdo climático de Paris, acuerdo al que afortunadamente Biden se ha reincorporado. El problema de la ausencia de Xi, se especula, es que ello podría significar que China—el país más contaminante del planeta, responsable del 27% de las emisiones de carbono—se podría negar a establecer objetivos climáticos más radicales. Habrá que verlo, pero hasta ahora, aproximadamente la mitad de los países del G20 aún necesita expresar públicamente sus compromisos.
Por ahora, la cooperación internacional se vuelve indispensable ya no solamente en materia de políticas públicas para hacernos más resilientes ante los inminentes riesgos que enfrentamos, sino en términos de la transición de energías contaminantes hacia energías más limpias. En palabras de The Economist: “Mientras (los países) se preparan para comprometer su parte en este esfuerzo de 30 años (la COP), el primer gran susto energético de la era verde se desarrolla ante sus ojos. Desde mayo, el precio de una canasta de petróleo, carbón y gas se ha disparado en un 95%. Gran Bretaña, el anfitrión de la cumbre, ha vuelto a encender sus centrales eléctricas de carbón, los precios de la gasolina estadounidense han alcanzado los 3 dólares el galón, los apagones han afectado a China e India, y Vladimir Putin acaba de recordar a Europa que su suministro de combustible depende de la buena voluntad de Rusia”.
En el fondo, explica el texto, la vida moderna requiere de vastas cantidades de energía y no se ha hecho una inversión suficiente a nivel global para cubrir los desabastos con energías limpias. La pandemia generó, naturalmente, una crisis en la demanda energética. Pero a medida que la demanda ha regresado, se ha exhibido el problema. La inversión en energías fósiles se ha venido reduciendo sin que exista un contrapeso en energías renovables que puedan cubrir la demanda existente.
Esto se conecta inmediatamente con el tema estadounidense. La porción más importante de la agenda climática de Biden, un programa para reemplazar las centrales eléctricas de carbón y gas de EU con energía eólica, solar y nuclear, probablemente se tendrá que eliminar del mayor proyecto de ley de presupuesto que el presidente está intentando pasar en el Congreso, según reporta el NYT. La oposición del Senador Manchin, demócrata, está siendo crucial pues sin su voto, este presupuesto no pasa.
En suma, estamos viviendo una crisis sistémica. Los efectos de esa crisis ya se están sintiendo, y no solo en temas climáticos o en las consecuencias por los fenómenos naturales, sino en otro tipo de temas cuyos vínculos con la degradación ambiental son evidentes y bien documentados, como lo es el conflicto armado, el desplazamiento humano, y todas sus consecuencias sociales, económicas y políticas en distintas regiones del mundo. Si no para resolver esa crisis sistémica de raíz, al menos para intentar mitigar sus múltiples efectos, se requiere mucha imaginación, cooperación y acción coordinada. Esto implica tener en cuenta y atender de manera integral una serie de aspectos y deficiencias a nivel local y nacional, pero también promover la colaboración multilateral a nivel global. Nuestro país, con vasta experiencia en ese tipo de cooperación, necesita jugar el rol que hoy le corresponde en esta materia. Es indispensable entenderlo.