Hace poco escribí que “todo empieza con un detonante”. Para ser más precisos, todo lo que observamos, cuando ya nos llega la noticia, empieza con un detonante como puede ser el alza a los precios del combustible, algún impuesto o reforma tributaria, algún resultado electoral o algo similar. Pero en realidad, cuando una situación social explota como ocurrió en Sri Lanka, se trata de condiciones muy hondas que vienen de tiempo atrás, las cuales efectivamente llegan a punto de ebullición por ese tipo de detonantes. Sri Lanka es un caso emblemático que muestra qué es lo que sucede cuando se combina una crisis global y malos manejos locales, con añejos agravios políticos, pues se produce una percepción de que esa crisis no golpea a todos por igual y se desata una serie de sentimientos colectivos que quizás se encontraban hasta cierto punto contenidos. La cuestión que debe preocupar a toda clase de gobiernos hoy consiste en que estamos viviendo momentos muy complejos en el planeta, que tienen el potencial de seguir produciendo ese tipo de detonantes en todos los continentes. De manera que, si además de las crisis actuales, hay pendientes políticos por resolver, vale más atenderlos a tiempo, y adecuadamente. Coloco en el texto de hoy algunos apuntes al respecto:
1. Echemos primero un vistazo a lo que está pasando en el globo:
considere usted que, solo en junio de este año, hubo manifestaciones o protestas en países como (en orden de aparición): Sri Lanka, Pakistán, Kazajstán, Perú, Irán, Armenia, Corea del Sur, Argentina, Senegal, Sudáfrica, Ecuador, Uzbekistán y Guinea. Solo en junio. Hoy, hay que añadir otros que incluyen a China, entre varios más. Además de temas eminentemente locales como detonantes de esas protestas, destacan temas comunes como las alzas en los costos de alimentos y medicinas, los aumentos en los costos de el combustible y la electricidad, la escasez que esas condiciones producen, y, frecuentemente, la percepción de ineficacia por parte de las autoridades por atender esas circunstancias.
2. Esto conecta de manera inmediata dos fenómenos globales que estamos viviendo: una pandemia
que no ha terminado—con sus costos humanos, económicos, políticos y sociales—y una guerra en Europa con repercusiones en todo el planeta que van desde la seguridad hasta la economía y las finanzas internacionales. El traslape de ambos fenómenos globales—pandemia y guerra—produce un sinfín de crisis; dos de ellas impactan de manera particular en la vida diaria: la energética y la alimentaria.
3. Ese es el contexto en que, cuando existen, afloran condiciones estructurales que funcionan como la base de cualquier clase de conflicto.
Esto puede incluir, de caso a caso, temas como la desigualdad socioeconómica (y otros tipos de desigualdades horizontales como las que existen entre grupos religiosos o étnicos, o desigualdades de género, entre otras), la corrupción, la inexistente o frágil democracia, la falta de respeto a derechos humanos como la libre expresión, entre muchos otros ejemplos que exhiben una distancia material entre quienes concentran el poder económico y/o político y la sociedad en su conjunto.
4. La conciencia colectiva de esa distancia material va produciendo una percepción
generalizada de que el impacto por situaciones como la crisis por la escasez de alimentos, o por el alza en el costo de la vida, golpean de manera muy diferente a las élites que concentran el poder que a esa sociedad que vive y sufre cotidianamente esos impactos. Esto acumula frustración que, además de todo, se comparte—hoy, principalmente a través de redes sociales y de manera viral—y tiende a crecer.
5. Lo siguiente entonces es revisar cómo se absorbe, se atiende o se procesa esa frustración colectiva acumulada.
Cuando el Estado (en sus distintas ramas y niveles de gobierno) resulta ineficaz para procesar esas condiciones de una manera que sea percibida por esa sociedad como adecuada, se pueden detonar manifestaciones masivas (pacíficas o violentas), otro tipo de movimientos sociales como huelgas, y en última instancia también rebeliones armadas de distintos grados.
6. Sri Lanka es emblemático
porque combina no uno sino todos los factores arriba señalados y quizás más. Veamos:
a) La persistencia en el poder de la dinastía de los Rajapaksa.
Solo considerar que Mahinda Rajapaksa, el hermano de Gotabaya—quien fuera presidente hasta su renuncia hace pocos días—gobernó al país con mano dura desde el 2005 hasta el 2015, cuando perdió las elecciones. Mahinda ya representaba una segunda generación de políticos. Durante su gobierno, había más de 40 Rajapaksas en distintos puestos. Entre otros cercanos personajes que empleó, el propio Gotabaya fue el ministro de defensa justo cuando Mahinda lanzó la ofensiva final en contra de los rebeldes Tigres Tamil poniendo fin a una guerra civil de 26 años. Esa ofensiva no estuvo libre de cuestionamientos y críticas internacionales por su crudeza: 40 mil civiles muertos es apenas uno de sus saldos. La cuestión es que una vez que pierden el poder, los Rajapaksa encuentran la forma de regresar en 2019. Ahora Gotabaya como presidente y Mahinda como primer ministro. Este no es un caso único, o por sí solo, un caso negativo, salvo que se combina con toda la otra serie de factores mencionados; el abuso de poder percibido es uno de esos factores.
b) El factor internacional: su alianza con China.
Como lo hemos comentado en otros momentos, Beijing busca expandir su esfera de influencia cuanto le es posible en los países de su región (así como en otras). Sri Lanka es estratégica por su vecindad con la India—rival de China y con la cual también compite por influencia—y por su ubicación para las rutas navales de comercio. La estrategia china, como sabemos, incluye importantes proyectos de infraestructura y millones de dólares en inversión, temas para los cuales, los Rajapaksa resultan instrumentales. Así, Beijing les va a proteger con su poder de veto frente a las investigaciones de Naciones Unidas por las acusaciones de crímenes de guerra en su contra. Pero, tal y como sucede en otros países, el blindaje chino no alcanza para proteger a líderes como los Rajapaksa en su propia casa.
c) Hay un tema adicional a agregar: el atentado terrorista del 2019
que causó 269 muertes y cientos de heridos. Más allá de lo que en este espacio comentamos ampliamente en su momento, para efectos de lo que hoy estamos revisando, el ataque funcionó para Gotabaya como un factor para alinear a los singaleses en torno a la bandera y el nacionalismo. Pero solo por un tiempo pues pronto llegó la pandemia.
d) El COVID-19.
Además de condiciones económicas y sociales a nivel global que ya conocemos, la pandemia golpeó las dos mayores fuentes de divisas del país: el turismo y la confección. De hecho, el gobierno de Sri Lanka había decretado una “Emergencia Alimentaria” ya desde el 31 de agosto del 2021 en medio de la escasez de productos como el azúcar o el arroz. Además, ya desde entonces el gobierno singalés carecía de divisas para adquirir medicinas y equipo del exterior. Sri Lanka ya estaba cargada de deudas. En un esfuerzo por proteger las divisas, Gotabaya prohibió la importación de vehículos extranjeros y especias. La moneda del país también había ya perdido el 20 % de su valor frente al dólar.
e) Y luego, la guerra en Ucrania con repercusiones en la crisis energética, con la escasez y alzas en los alimentos y medicinas.
Lo de Ucrania, solo vino a sumarse al cóctel explosivo: condiciones económicas que impactan directamente en la vida diaria de las personas, aunadas a condiciones sociales y políticas por la desigualdad material, por la desigualdad política percibida y por la ineficacia de las autoridades para procesar las demandas de la población, sin mencionar los añejos agravios por la mano de hierro de los Rajapaksa.
f) El resultado es el inicio de protestas masivas desde el mes de marzo
del 2022 que demandaban la renuncia del presidente. Las protestas se expanden como olas imparables. En un esfuerzo por calmar las aguas, Mahinda Rajapaksa renuncia en mayo a su puesto de primer ministro (además de otras renuncias en el gabinete en abril), pero nada de eso basta para tranquilizar las protestas. Éstas continúan hasta culminar las imágenes que vimos hace pocos días—la irrupción en la casa presidencial y las oficinas de gobierno por parte de los manifestantes—hasta finalmente la renuncia del presidente Gotabaya y su actual primer ministro.
7. El resultado en Sri Lanka puede entonces haber sido la caída de la dinastía Rajapaksa, pero la realidad es más compleja y hay que tratar de leerla desde nuestro humilde sitio: la pandemia, la guerra en Ucrania, la guerra económica de Occidente contra Rusia y también de alguna manera la rivalidad entre occidente y China, producen, de manera combinada, condiciones globales que funcionan como contexto a cualquier clase de situación local. Esa combinación de factores no tiende, por ahora, a mejorar, y vale más la pena irlo entendiendo para comenzar a afrontarlo de manera seria, porque si, además de esas condiciones, sumamos las circunstancias estructurales de cada país, entonces el margen para gobernar es muy escaso. Ese margen permite, si acaso, muy pocos errores, y por supuesto, cero tolerancia al abuso de poder y a la perpetuación de la desigualdad desmedida (desigualdad no solo en términos económicos, sino desigualdad entendida también desde los derechos políticos y sociales). Actuar de manera realista supone asumirlo y atenderlo.
para recibir directo en tu correo nuestras newsletters sobre noticias del día, opinión, planes para el fin de semana, Qatar 2022 y muchas opciones más.