Cuando el viernes pasado, un buque petrolero operado por una compañía israelí fue atacado con drones cerca de las costas de Omán, todo apuntaba a que se trataba de un incidente más en la guerra de “baja intensidad” que sostienen Irán e Israel. Ese enfrentamiento, que lleva ya bastante tiempo, tiene muchas manifestaciones e incluye ataques en Siria, intercambio de fuego con misiles y drones, ciberataques, actos de sabotaje y asesinatos entre otras. Pero dentro de los escenarios de choque, el marítimo se ha venido convirtiendo en uno de los principales. Anteriormente, los ataques mutuos en el mar, permanecían bajo un relativo silencio. No obstante, la confrontación ha escalado y los ataques se han tornado más sofisticados y letales. Lo del viernes, por tanto, parecía uno más de esos incidentes. Tres factores, sin embargo, parecen indicar que se trata de algo que rebasa con mucho el enfrentamiento bilateral Israel-Irán y se entreteje con los planes de Biden, ya no solo para su política en esa región del mundo, sino con su política exterior en general.
El primero: el ataque mencionado golpea no solo intereses de una compañía israelí, sino de otros países; el buque de bandera liberiana, era propiedad japonesa, y la compañía operadora tenía su base en Reino Unido, además de que dos civiles—uno británico y uno rumano—murieron como resultado del mismo. Esto causó que rápidamente Londres condenara el incidente, responsabilizando a Irán de atacar una embarcación civil mediante el uso de drones. Poco después, Washington se sumó a las condenas, además de otros de sus aliados. Ayer incluso el G7 emitió una declaración conjunta acusando directamente a Teherán por dicho ataque. Irán, por supuesto, niega cualquier involucramiento en este incidente, pero le cuesta trabajo defenderse dados los antecedentes que existen, la inteligencia que ha estado siendo compartida y ampliamente publicitada (como los restos de los drones y la dirección de donde llegaron). El incidente, por tanto, no es bilateral sino internacional.
Segundo, pocos días después se activa otra serie de eventos en la misma zona, esta vez ya no vinculados a Israel. El 3 de agosto se reportó que cuatro embarcaciones que navegaban en el Golfo habían perdido el control. Luego se hizo oficial que al menos un buque petrolero, propiedad de Emiratos Árabes Unidos, había sido secuestrado en el Golfo de Omán a manos de personas altamente armadas. Incidentes muy similares ocurrieron a lo largo del 2019, tras el abandono estadounidense del pacto nuclear con Irán y la campaña de presión máxima de Trump contra ese país. Este tipo de ataques formaron parte de las respuestas que orquestó Irán contra EEUU y sus aliados con el fin de impactar para un cambio de política por parte de Washington.
Tercero, los tiempos. Estos últimos hechos tienen lugar justo el 3 de agosto, la fecha en que el presidente Rohani deja el cargo y lo asume Ebrahim Raisi, un presidente de línea mucho más dura que el primero, y coincide con dos situaciones—una interna y otra externa—ocurriendo de manera simultánea.
Internamente Irán está volviendo a experimentar manifestaciones masivas en diversos puntos del país. Los factores que han encendido esas protestas son de naturaleza diversa, pero en realidad muestran la frustración colectiva acumulada tras tres años de sanciones que tienen a la economía en una situación muy complicada, aunado a un año y medio de pandemia. Considere esta sucesión de eventos: Hace algunas semanas, justo en las vísperas de Eid al-Adha, el festival islámico del sacrificio, las autoridades tuvieron que imponer un nuevo confinamiento en Teherán y en la provincial de Alborz a causa de la pandemia. Esto incluyó el cierre de bancos, oficinas de gobierno, escuelas y centros públicos. Miles de iraníes que buscaban regresar a casa para la festividad se estancaron en el tráfico. Según reportes diversos, los pasajeros del metro sufrieron por los retrasos y la escasez de trenes, además de que nadie les informó de los nuevos horarios a causa del confinamiento impuesto. Esta situación detonó manifestaciones espontáneas en distintas estaciones del sistema subterráneo, pero las denuncias eran menos contra el metro, y mucho más en contra del régimen y en contra de Alí Khamenei, el líder supremo. Estas manifestaciones se sumaron a otra serie de protestas multitudinarias a causa de la escasez de agua y electricidad, las cuales han continuado a lo largo de estas semanas. La frustración colectiva, sin un alivio económico a la vista, tiene el potencial de seguir creciendo. El nuevo presidente, por tanto, a falta de mejores opciones, tratará de desviar la atención hacia afuera, como frecuentemente sucede bajo circunstancias similares.
El factor externo tiene que ver con el estancamiento en las negociaciones nucleares en Viena. Supuestamente, la administración Biden estaba buscando reactivar el acuerdo nuclear (o alguna versión de éste) entre Irán, cinco potencias y la UE, antes de la toma de posesión de Raisi, pero las conversaciones se empezaron a atorar hace algunas semanas. Para EEUU y sus aliados esto tiene distintas implicaciones; entre otras, Irán sigue aumentando su capacidad nuclear y según algunos análisis, se encontraría ya a solo 10 semanas de tener material suficientemente enriquecido como para armar una bomba atómica si tomase la decisión de hacerlo. Pero para Teherán, la falta de progreso en las negociaciones también conlleva consecuencias dada su situación económica, social y política interna, y dada la urgencia de liberarse de la asfixia ocasionada por las sanciones.
Los incidentes ocurridos en el Golfo tienen que ser leídos bajo este contexto. La naturaleza de dichos incidentes permite a quien quiera que sea el autor, negar plausiblemente su involucramiento en los mismos. Pero a la vez, dado que tanto la zona geográfica, como la inteligencia existente, los antecedentes y el contexto, apuntan hacia Teherán, los ataques parecen ser eficaces en transmitir un mensaje similar al que Irán buscaba comunicar durante 2019, expresado de manera clara por un funcionario iraní en aquél entonces: “Si nosotros no podemos exportar nuestro petróleo, nadie en la zona lo hará”.
Es decir, Irán tiene toda la intención de seguir negociando y alcanzar un entendimiento que permita reactivar el pacto nuclear que Trump abandonó en 2018. Esto es lo que dijo el nuevo presidente en su toma de posesión. Paralelamente, sin embargo, Irán parece querer transmitir que, de no alcanzar ese entendimiento, cuenta con distintas herramientas—como bien lo mostró en 2019, año en el que incluso atacó mediante un ejército de drones y una sofisticada batería de misiles, las instalaciones petroleras saudíes—para provocar disrupciones al comercio y al mercado petrolero, y para dañar intereses de Washington o de sus aliados. Estas acciones, por cierto, no se encuentran en manos de el presidente iraní, sino de cuerpos como las Guardias Revolucionarias o el propio líder supremo, el Ayatola Khamenei. Lo que pasa es que ahora, a diferencia del mucho más pragmático Rohani, en Teherán gobierna un presidente que está en línea con estos últimos actores y que es un fuerte candidato para suceder a Khamenei.
Esto último que señalo, también forma parte del mensaje.
Ahora mismo, toca comprender muy bien estos sucesos y balancear cuidadosamente las decisiones. Irán sabe que este asunto ya se ha colado entre las mayores prioridades de la administración Biden. Teherán, jugando bien sus cartas, se encuentra cada vez más cerca de Rusia, y sobre todo de China. Este contexto le permitirá seguir probando niveles de presión contra EEUU y sus aliados. No obstante, una cadena de respuestas y contrarrespuestas podría desatar una espiral con el potencial de escalar como ya ocurrió a inicios del 2020.
Pero al mismo tiempo, si Biden cede ante las presiones y decide firmar un pacto—como parecía que estaba a punto de ocurrir hace pocas semanas—que tiene incluso mayores huecos que el acuerdo nuclear del 2015, también será difícil evitar un conflicto regional, aunque no ocurra ahora mismo. Equilibrar los aspectos anteriores es uno de los retos más complicados que tienen que enfrentar todos los actores interesados en la estabilidad de esa zona del mundo.
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