¿Será capaz Maduro de sostenerse en el poder bajo esta nueva serie de circunstancias internas e internacionales? ¿Qué factores podrían orillarlo a desistir o al menos a negociar? ¿Y qué pasaría si no lo hace? ¿Hay condiciones para que el movimiento opositor sostenga su ímpetu? Son algunas de las grandes preguntas que emergen al respecto de Venezuela, sus disputadas elecciones, las consecuentes protestas y los posicionamientos internos y externos. Hay una vasta investigación y experiencia internacional al respecto. Cada caso es, por supuesto, diferente, y nada de lo que indica dicha investigación acerca de otros países tendría que cumplirse por fuerza en el caso venezolano. No obstante, esa experiencia internacional puede aportarnos al menos algunas pistas acerca de factores clave que tendríamos que estar observando para poder responder mejor las anteriores preguntas. En el texto de hoy lo explicamos.
¿Qué sabemos acerca de posibilidades de éxito de protestas sociales?
A través de un análisis de decenas de protestas sociales en países muy distintos a lo largo de años, Erica Chenoweth de Harvard, encontró en que, si las manifestaciones lograban convocar al menos al 3.5% de la población de un país, sus posibilidades de éxito se elevaban considerablemente. La autora explicaba en su libro del 2011 que, cuando logran ese tipo de convocatoria, los movimientos sociales, si son pacíficos, resultan enormemente eficaces para conseguir reformas o incluso cambios de gobierno.
Cuando leí ese libro, sin embargo, noté que su análisis se detenía en 2010, y que, claramente, la autora no había podido incorporar los casos de la Primavera Árabe. Y es que, en efecto, las cosas desde el 2011 en adelante, estaban cambiando. En una mucho más reciente investigación, Chenoweth (2022) encuentra que durante la última década la eficacia de las protestas sociales se ha reducido dramáticamente. ¿Por qué? Acá algunas claves tomadas de la misma autora, así como de otras personas que estudian el tema:
a. Horizontalidad y dispersión. El internet y las redes sociales han favorecido, efectivamente, una enorme convocatoria, así como una veloz y amplia organización de manifestaciones. Pero al mismo tiempo, en muchos de los casos, se trata de movimientos dispersos y horizontales, sin liderazgos visibles capaces de aglutinar los agravios o demandas expresadas. Esa ausencia de liderazgos tiende a dificultar su prolongación o continuidad.
b. Aprendizajes de autoridades en cuanto a cómo reprimir. A lo largo de los años, varios gobiernos han ido aprendiendo cómo utilizar justamente esas mismas plataformas—internet y redes sociales—para sofocar los movimientos de maneras más eficaces. Esto incluye el monitoreo de redes y el uso de datos para detectar, señalar y en su caso, detener a personas. Pero hay más:
c. Uso de propaganda y desinformación. Las redes sociales, como hemos visto, también son empleadas para esparcir información falsa o confusa, sembrar miedo, producir divisiones e intensificar la polarización.
d. Detección de liderazgos cuando éstos sí surgen, y aplicación más estratégica de la represión, encontrando y destinando esfuerzos en contra de personas específicas como objetivos.
e. Estrategias compartidas entre gobiernos. Se ha observado también, que distintos gobiernos están aprendiendo los unos de los otros. Ya sea porque se comunican, porque comparten, o porque simplemente se observan. Esto hace que ciertas estrategias que han sido eficaces para sofocar o reprimir protestas sociales en un sitio, sean replicadas posteriormente en otros países.
Factores como los señalados, si bien no son los únicos y pueden variar de caso a caso, terminan por contribuir en los datos que arrojan los últimos estudios al respecto:
Hacia inicios de los años 2000, dos de cada tres movimientos de protestas pacíficas conseguían una eficacia total o relativa. Hacia mediados de esa década, la eficacia de esos movimientos se fue reduciendo. En la actualidad, solo uno de cada seis de esos movimientos sociales no violentos tiene éxito total o parcial en conseguir reformas o transformaciones.
Las fuerzas armadas y el respaldo internacional
Además de lo que explica Chenoweth, podemos revisar algunos casos de las últimas décadas en términos del rol que han jugado factores como las fuerzas armadas y el respaldo internacional al respecto de movimientos opositores y de protestas.
a. Por ejemplo, en el caso egipcio del 2011, el ejército jugó un rol crucial. Entendiendo que la energía, vitalidad y convocatoria del movimiento social parecía imparable, fueron las fuerzas armadas quienes retiraron su respaldo al dictador Mubarak, quienes “se pusieron del lado de la revolución” (así lo decían) y quienes forzaron la transición. Cuando Mubarak se vio obligado a retirarse, la junta militar tomó el poder, convocó a elecciones y Egipto tuvo a su primer presidente electo democráticamente en décadas, Mohammad Morsi. El ejército, sin embargo, nunca realmente soltó el poder, poco después lo derrocó y lo apresó. Morsi fue juzgado y condenado a pena de muerte. El general que se encargó de todo lo anterior, Sisi, se mantiene al día de hoy como presidente de Egipto.
b. El caso libio fue muy distinto. Las protestas internas rápidamente se tornaron violentas en algunas zonas del país y el ejército de Gadafi se encargó de reprimirlas una tras otra. Argumentando que venía una masacre por parte del dictador, un sector de la comunidad internacional encabezado por Washington, armó una coalición militar que obtuvo el permiso en la ONU para conducir una “misión humanitaria”. La caída del dictador Gadafi no se entiende sin el rol militar de esa coalición internacional que en los hechos fue liderada por Francia y Reino Unido pero que también incluyó a varios países árabes.
c. Siria ofrece muchas lecciones para entender esa combinación de factores. Las protestas en contra del presidente Assad iniciaron en marzo del 2011 siendo pacíficas. El régimen las reprimió hasta llegar a las balas. Cada vez que salía la gente a la calle, teníamos que reportar decenas de muertos entre los manifestantes. Lo que sorprendía es que cientos de miles seguían saliendo a manifestarse a pesar de los disparos. Hasta que un día, un sector de la sociedad se cansó y se convenció de que solo la violencia contra el gobierno podía lograr el objetivo de derrocar a Assad. Esto fue acompañado por una ola de deserciones en el ejército, pero sobre todo en mandos de nivel medio y bajo (los mandos militares mayores esencialmente permanecieron a lado de Assad). Cuando el movimiento se convierte en guerra civil, recibe el respaldo internacional de países como Arabia Saudita, Turquía y Qatar, pero también de otros como EU, Francia y Reino Unido. El respaldo no fue solo financiero, sino en armamento, entrenamiento y en inteligencia. La diferencia con Libia es que, en el caso sirio, Assad también contó con respaldo internacional, principalmente por parte de Rusia e Irán (y su eje de milicias aliadas), quienes terminaron por intervenir de manera directa en el conflicto y consiguieron rescatar al presidente Assad. Hoy, ese presidente sigue gobernando el país.
d. Pensemos en Myanmar. Un país en donde después de un movimiento social de décadas (que también tuvo fases altamente violentas) se encontró un espacio para negociar. Tras la dictadura militar de 50 años, se estableció un modelo de poder compartido entre civiles y militares, pero la relación siempre fue tensa. A pesar de sus victorias electorales, Aung San Suu Kyi, la ganadora del premio Nobel, enfrentó críticas por su pragmatismo político, especialmente tras defender al ejército en la crisis Rohingya. Luego, sin embargo, en 2021, sobrevino un nuevo golpe militar, que reflejó el temor de los castrenses de perder su poder. Hoy, con el respaldo de Rusia y China, la junta militar sigue gobernando, Aung San sigue bajo arresto, y el país se encuentra sumido en una cruenta guerra civil.
e. Por último, podemos revisar un reciente caso europeo: Bielorrusia. Un caso en donde, al igual que en Venezuela, la oposición argumentó en 2020 que se cometió un macro fraude electoral. Cientos de miles salieron a protestar durante días, semanas y meses. Sin embargo, el presiente Lukashenko, a quien llaman el último dictador de Europa, mantuvo firme su mano dura y consiguió sofocar las protestas. Al respecto, es muy interesante observar cómo la KGB de Bielorrusia aprendió muy bien cómo vigilar las redes sociales e internet para ir detectando, uno por uno, a los liderazgos del movimiento, luego los perseguía de manera quirúrgica para posteriormente encarcelarlos u obligarlos a exiliarse. Sin duda, el respaldo de Rusia fue también crucial para que Lukashenko se mantuviera en el poder.
Con esa información, ¿qué observar en Venezuela?
Primer factor, la dimensión y resistencia del movimiento de protestas. Si nos apegamos a la regla del 3.5% de Chenoweth, en teoría, alrededor de un millón de personas tendrían que protestar en las calles de manera sostenida. Es decir, contra la represión que está siendo documentada, además de los encarcelamientos, habría que evaluar hasta dónde la gente en Venezuela tiene la disposición y capacidad de seguir saliendo a la calle a lo largo no de días o semanas, sino quizás de meses.
Segundo, habrá que observar el comportamiento de las fuerzas armadas quienes hasta ahora (y a lo largo de años) se mantienen a lado de Maduro. Esto implicará monitorear no solo a los mandos altos, sino también a mandos medios, y en todo caso, observar si esas potenciales deserciones tienen alguna capacidad de convocatoria. No se pueden descartar brotes de violencia que eventualmente podrían crecer por parte de esos grupos a los que potencialmente se podrían sumar civiles frustrados con la situación. Y luego, si acaso los militares o un sector de éstos retirasen el respaldo a Maduro, será crucial comprender los términos de una transición, dado que seguramente las fuerzas armadas buscarán no solo blindarse ante cualquier posible cambio de gobierno sino probablemente, conservar buena parte del poder que hoy mantienen.
Tercero, observar la dimensión y el ímpetu o energía de la parte de la comunidad internacional que apoya a la posición venezolana, y su posible capacidad de acción. Como ha sido ampliamente documentado, el efecto de las sanciones internacionales es enormemente limitado (especialmente cuando el gobierno en cuestión cuenta con otros respaldos internacionales). El aislamiento diplomático a veces funciona a la inversa y la dirigencia venezolana podría incluso atrincherarse y radicalizarse más aún. El caso norcoreano ejemplifica un ejemplo extremo de ello.
Cuarto, por contraparte, observar la medida de respaldo internacional con la que Maduro podría contar. Acá, sobra decir que ciertos países como Rusia, China o Irán, apoyan al presidente. La cuestión será observar la dimensión y fuerza de ese respaldo. Venezuela no es Siria ni se ubica en la órbita de seguridad rusa, china o iraní. Hay intereses, sin duda, en apoyar a Maduro, pero esto pudiera ser, en el largo plazo, limitado, especialmente considerando otras prioridades geopolíticas de esos países. Habrá que monitorearlo y dimensionarlo, así como también, el potencial que pueda tener el apoyo directo de países latinoamericanos como Cuba.
Quinto, por último, la capacidad de negociación que pueden tener países latinoamericanos que están buscando posicionarse de manera conciliatoria. Especialmente Colombia y Brasil.
Es decir, si hacemos un juego de combinaciones de los factores arriba señalados tanto en términos de la experiencia internacional como en el caso específico de Venezuela, lo que resulta es una serie de escenarios, algunos con mayores y otros con menores probabilidades de materializarse, pero todos plausibles. Podemos dedicar un espacio a ese juego de escenarios. Mientras tanto, dejamos ahí los puntos para poder continuar el análisis.
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