Las protestas pacíficas tienen el doble de probabilidad de tener éxito para conseguir sus objetivos que los movimientos armados. Todo lo que se requiere es conseguir involucrar a 3.5% de la población en esas protestas. Ese es el número mágico, según la investigación de Erica Chenoweth, profesora de Harvard. Sin embargo, a pesar de lo contundente de los datos que esta autora reporta en su libro del 2011, la mayor parte de los movimientos que ella analiza en esa publicación precede a la década que termina en unos días. Y vaya si el mundo está cambiando. Habrá que revisar los datos bajo las condiciones actuales, y entender qué sucedió con movimientos como Siria, Libia o Yemen que iniciaron pacíficamente y se fueron tornando violentos. Pero sin lugar a dudas el 2019 tiene mucho material que aportar para ese análisis. Este año termina fuertemente marcado por las protestas masivas y, sobre todo, con una reflexión de carácter global. Es claro que cada caso obedece a factores locales y a una lógica propia, pero no parece ser casual que al mismo tiempo estemos viendo manifestaciones masivas en sitios tan diferentes como Chile y Colombia, Irak, Irán, Líbano y Hong Kong, o antes en Sudán, Argelia o Ecuador entre muchos casos más. Se puede estudiar, obviamente, cada historia de manera separada. Pero además de ello, vale la pena mirar el sistema en su conjunto y detectar algunos patrones.

Las olas de manifestaciones masivas no son un fenómeno nuevo en la historia. No obstante, la velocidad a la que estos movimientos se están encendiendo y reproduciendo, y la amplitud que están alcanzando no parecen tener precedentes. Esto podría obedecer a una combinación de factores, como dije, locales y globales, varios de los cuales hemos estado analizando en este espacio desde el 2011. A partir de esa experiencia, enlisto algunos elementos que necesitan revisarse: (a) factores materiales, estructurales y de contexto, (b) factores sociales, políticos y psicológicos, (c) factores detonantes, y (d) factores contribuyentes.

1. Factores materiales, estructurales y de contexto.

Es claro que en países muy diversos se puede observar altos niveles de desigualdad o falta de acceso a oportunidades, combinados con elementos sistémicos como los efectos de largo plazo de las crisis financieras globales, o las crisis de endeudamiento. A eso, a veces hay que sumar las exigencias de bancos o de instituciones como el Fondo Monetario Internacional, o bien, la escasez de recursos por parte de los gobiernos, circunstancias que los orillan a implementar medidas de austeridad. Estas circunstancias, entre otras similares, terminan afectando de forma distinta a sociedades varias, muchas de las cuales han experimentado el crecimiento de sus clases medias, particularmente golpeadas por hipotecas o créditos impagables, o por los incrementos a los precios de los servicios. En otras partes del mundo se puede apreciar también el impacto laboral como resultado de la segmentación transnacional de los procesos productivos por parte de empresas globales, las cuales, ahora gracias a la tecnología y a la globalización, han encontrado cómo disminuir costos y alcanzar mayores niveles de eficiencia a través de cadenas de abasto. Al margen de que no todos estos factores se manifiestan de la misma forma en todos los países, quizás éstos por sí solos no siempre serían suficientes para provocar las olas de manifestaciones con la fuerza y magnitud que estamos experimentando.

2. Factores sociales, políticos y psicológicos.

A las condiciones materiales prevalecientes, se necesita añadir la percepción que de éstas se tiene, el agravio que esas condiciones provocan y el sentimiento que tiene una parte de la población acerca de quiénes son los causantes de ese agravio. La percepción generalizada, por ejemplo, de que esas condiciones materiales no afectan de forma pareja a toda la sociedad, o de que las élites políticas o económicas se encuentran absolutamente desconectadas del resto de la población y sus prioridades. Por ejemplo, el movimiento de chalecos amarillos en Francia que critica al presidente Macron por pasearse alrededor el mundo en cumbres, foros y asuntos de otros, o intentando resolver el cambio climático mientras que fuerza a los transportistas a pagar un impuesto “verde” a las gasolinas cuando ellos no saben “cómo llegarán siquiera al final de la quincena”. A la desigualdad material, o a las medidas de austeridad financiera, por tanto, se agrega la percepción de que ciertos sectores solo buscan conservar sus privilegios, o que no existen canales políticos adecuados y eficaces para procesar las demandas sociales, o bien, la percepción de que las instituciones son ineficientes, o corruptas. Así, se genera un cóctel altamente explosivo. Pero la cuestión es que no se trata de percepciones puramente locales. El Barómetro de Confianza Edelman, detecta que en 75% de los países del globo los gobiernos son percibidos como incompetentes y corruptos mientras que en el 82% de los países hay una brutal desconfianza hacia los medios de comunicación tradicionales. Esta desconfianza se encuentra particularmente presente entre poblaciones jóvenes. Todo eso ocurre, además, en un entorno de procesos de polarización severa que se ven alimentados por las percepciones que señalo. Grupos sociales y políticos que ven en sus “otros” o “rivales” la responsabilidad de los problemas que padecen y que, por tanto, cada vez se sienten más incapaces para coexistir con ellos. Nuevamente, no se trata de procesos nuevos en la historia. Lo novedoso es la velocidad a la que estos procesos tienden a intensificarse en nuestra era.

3. Los factores detonantes.

La chispa que enciende las llamas. En Irán podemos hablar de un incremento al precio del combustible. En Líbano, un impuesto al Whatsapp. En Chile, el alza del precio del metro. En Hong Kong, una iniciativa para extraditar a potenciales criminales a China. En fin, dados contextos como los arriba señalados, ya sea que éstos se presenten de manera total o solo en parte, únicamente hace falta una gota y el vaso se derrama. La cuestión es que la derrama es veloz, profunda y enciende temas que rebasan, con mucho, a estos factores detonantes, de manera que entonces, cuando las autoridades quieren dar marcha atrás en las medidas que prendieron el fuego, ahora es demasiado tarde, princesa. Los factores estructurales, políticos, económicos y/o sociales, han salido todos a la vista y la situación puede fácilmente escapar del control de las autoridades.

4. Los facilitadores.

Como escribí hace unas semanas, es imposible entender lo que estamos viendo si no añadimos el rol que en nuestros días están jugando las tecnologías de comunicación y la explosión de la información. Esto va desde la organización de marchas o convocatorias por medio de redes sociales, hasta otro tipo de elementos como la viralización de textos, videos e imágenes que tienden a acentuar sentimientos como el enojo, la frustración, la impotencia, el miedo o la vulnerabilidad y que, de acuerdo con lo que se está investigando, facilitan los procesos de polarización arriba descritos. Por si fuera poco, la explosión informativa permite que personas de muy distintas partes del mundo se enteren y experimenten en tiempo real lo que está ocurriendo en sitios distantes. El video de una mujer libanesa pateando a un guardia de seguridad, por ejemplo, viaja de manera instantánea no solo por todo Líbano, sino por muchos otros sitios del planeta. Esto, a veces, contribuye a que otros movimientos o situaciones similares se repliquen en otros países y regiones. En ese mismo rubro podemos añadir también las guerras informativas o la activa participación de actores internos o externos que encuentran en el descontento social un buen espacio para promover sus intereses y han entendido cómo aprovecharse de ese descontento para alimentar el caos operando en línea, o incluso en la calle.

Hay un facilitador adicional: la respuesta que algunas de las autoridades deciden dar a las protestas. En muchos casos, la decisión de reprimirlas o detenerlas, no hace otra cosa que activar una espiral ascendente que, entre ciertos sectores, puede terminar por incentivar la radicalización. Esto está siendo muy claro, por ejemplo, en Hong Kong, en donde las autoridades llevan ya meses intentando detener un movimiento que se mantiene con fuerza.

Es obvio que el cambio de año no mueve, en absoluto, las condiciones que describo. Estamos hablando de procesos explosivos que ya tienen tiempo de cocción. Lo que llama la atención es que esa explosión esté ocurriendo en tantas partes del globo al mismo tiempo, algo que, con toda seguridad, no va a disminuir con el inicio del 2020, sino que probablemente se intensificará.

Analista internacional
Twitter: @maurimm

Google News

TEMAS RELACIONADOS