Cien personas muertas en siete atentados llevados a cabo a lo largo de las últimas dos semanas. Tras un receso por el invierno, la rama afgana de ISIS, conocida como ISIS-Khorasan o ISIS-K , ha reanudado sus brutales ataques. Durante los últimos 4 meses del 2021, esa misma organización llevó a cabo 119 atentados contra civiles y contra personal de seguridad del gobierno talibán que tomó el control de Kabul el pasado agosto. En ese momento, todos los focos estaban en Afganistán. Poco a poco, los temas que movían a muchas personas en la comunidad internacional tales como los derechos de las niñas, las mujeres, las minorías étnicas o la vida de quienes colaboraron con Washington, fueron perdiendo reflectores. Más aún, desde hace meses, la mayor atención de medios y audiencias internacionales se encuentra, de manera comprensible, enormemente concentrada en lo que sucede en Ucrania . Pero, ¿qué ha pasado con el gobierno talibán? ¿Por qué ISIS ha crecido en Afganistán y por qué ataca a los talibanes?
Vayamos por partes. Primero, recordar que, aunque Estados Unidos comienza su repliegue de Afganistán desde hace años, es Biden quien instruye a sus fuerzas retirarse del país definitivamente en agosto del 2021. Los cálculos y predicciones de Washington fallan rotundamente, y en pocos días, el gobierno afgano presidido por Ghani, así como el ejército del país armado y entrenado por EU y sus aliados, colapsan dramáticamente. Los talibanes toman el control de Kabul incluso mientras el personal estadounidense y sus colaboradores no se habían terminado de retirar. La conmoción que esto genera es enorme. Las mujeres, las niñas y las minorías étnicas habían padecido condiciones terribles durante el período del gobierno talibán previo al 2001. Se temía por la seguridad, por la estabilidad del país, por el congelamiento de recursos y el apoyo procedentes del exterior.
Los talibanes—responsables, por cierto, de miles de atentados terroristas contra civiles durante dos décadas de resistencia—buscaron en ese agosto, mostrar una faceta menos radical, más negociadora y dispuesta a conceder algunas de las demandas que se les hacían para reanudar los flujos de apoyo económico y para no quedar aislados diplomáticamente.
Tras nueve meses de gobierno, sin embargo, la realidad dista mucho de las promesas iniciales. En algunos muy contados casos el gobierno talibán ha efectuado algunas concesiones limitadas como, por ejemplo, la instalación de “horarios segregados” para clases mediante los que los hombres asisten a sus estudios tres días a la semana y las mujeres otros tres, o bien, se permiten clases simultáneas separando a hombres de mujeres con barreras o sábanas. Pero en la gran mayoría de poblados y casos, las mujeres no pueden asistir a escuelas, desempeñarse en sus profesiones, y en general, sus derechos se encuentran fuertemente vulnerados. Adicionalmente, los talibanes han estado persiguiendo a personas y grupos que llegaron a colaborar con Washington o la OTAN a lo largo de las dos décadas de guerra en el país. En otros rubros relativos a derechos humanos, tales como la libertad de expresión o el respeto a las diversas etnias, el récord del actual gobierno en Kabul es lamentable.
Si a esos factores sumamos que la economía del país se encuentra colapsada y que el terrorismo no ha cedido, se puede entender por qué más de un millón de personas han huido del país en estos meses.
Ahora bien, como ya se había previsto, el vacío estadounidense ha tenido también un impacto en otra serie de rubros. Por ejemplo, Rusia y China—preocupadas ambas por sus propios intereses—ofrecieron desde hace meses tender puentes para negociar con el gobierno talibán. En estos últimos tiempos, como sabemos, Rusia ha estado mucho más concentrada en su guerra con Ucrania, pero China está aprovechando los vacíos para ganar espacios de influencia con una visión de largo plazo. Hace solo unos días, por citar un caso, la Compañía de Construcción y Fabricación Beijing-Nangarhar firmó un contrato con el gobierno talibán para construir un complejo industrial en Kabul. El 24 de marzo, a un mes de estallada la guerra en Ucrania, el ministro exterior de China, Wang Yi, realizó una sorpresiva visita a Kabul durante la que se reunió con el ministro exterior de los talibanes, Amir Khan Muttaqi, para discutir la ayuda humanitaria, así como la profundización de los lazos comerciales, incluida la participación de Kabul en la mega iniciativa china “Ruta-Cinturón” también conocida como la “Nueva Ruta de la Seda”.
Esta visita, sin embargo, también mostraba otra cara de las preocupaciones chinas: la seguridad. Beijing y los talibanes hablaron del compromiso talibán de no albergar a terroristas y proteger la seguridad en la región. Dichas preocupaciones de Beijing no carecen de sustento.
En el pasado, los talibanes eran quienes más atentados terroristas cometían en el país. Por tanto, se esperaría que, una vez que esta organización asumió el gobierno en Kabul, el terrorismo disminuiría. Lamentablemente, sin embargo, otras organizaciones que emplean esa clase de violencia se encuentran en pleno crecimiento.
El caso más notable es el de la rama afgana de ISIS. El número de personas que hoy militan en esa agrupación se ha duplicado y el monto de atentados que cometía se triplicó en el último año. Hay varios aspectos que mencionar al respecto.
Es importante recordar que la organización ISIS (o “Estado Islámico”) tiene sus centros operativos en Irak y en Siria, y que a lo largo de los últimos años sufrió considerables derrotas en esos países, perdiendo el territorio que anteriormente controlaba. Sin embargo, ISIS más que un “grupo” terrorista, es una red que, además de tener esos centros operativos, tiene filiales, células y adherentes en más de 25 naciones del globo. En concordancia con su discurso—“no somos un grupo, sino un estado”—sus filiales más importantes son denominadas “provincias” (wilayat). Estas filiales no son formadas por militantes que ISIS “envía” desde Irak o Siria, sino por grupos (o escisiones) de militantes islámicos o jihadistas locales, ubicados en distintas partes de África o Asia. La mayoría de estos grupos anteriormente estaban afiliados a Al Qaeda. Comúnmente, ISIS envía representantes a esos sitios y los persuade para que cambien de bandera y se sumen a la red del “Estado Islámico”.
Eso es precisamente lo que ocurre en el caso afgano. En 2014, en el pico de sus mayores ofensivas, ISIS envía representantes a Afganistán y Pakistán, los cuales convencen a grupos de talibanes para unirse a la causa del “califato” que recién se había instaurado. Así, en 2015, se establece la “Provincia Oriental del Estado Islámico” (Wilayat Khorasan, o ISIS-K) formada y dirigida principalmente por exmiembros del grupo paquistaní Tahrik-i-Taliban, y por talibanes afganos. Las estimaciones de su tamaño que antes eran de 1,500 a 2000 miembros, hoy se encuentran en 4,000. No obstante, al operar bajo el paraguas de ISIS, el posicionamiento mediático de sus atentados contra civiles y de sus ataques contra las fuerzas de EU y la OTAN era muy considerable. Un atentado contra civiles o un ataque contra las tropas estadounidenses, podía echar por tierra la noción de que la Casa Blanca estaba combatiendo a ISIS de manera eficaz.
Una vez que EU se ha retirado de ese territorio, el objetivo de ISIS-K es múltiple. Primero, a nivel global, mantiene el nombre de ISIS vigente y relevante. Segundo, a nivel local, y más allá de las siempre lamentables víctimas de los ataques, esa agrupación consigue seguir aterrorizando a la población afgana. A través de ese terror, ISIS-K canaliza sus mensajes religiosos y políticos, proyecta su fuerza y capacidad para atraer adherentes (duros o suaves) a su causa, así como para provocar afectaciones a la psicología y la conducta diaria de la gente. Esto nos lleva a un tercer objetivo: golpear la estabilidad que los talibanes —sus rivales—buscan proyectar tras su toma del país. Después de todo, el nuevo gobierno está luchando por mostrar que tiene todo bajo control y quiere convencer a la población de que sus vidas no serán negativamente afectadas. Este mensaje es fuertemente vulnerado por ISIS-K.
Con estas líneas, simplemente reiterar que el terrorismo sigue siendo, lamentablemente, una estrategia eficaz para avanzar las metas religiosas, ideológicas y políticas de determinadas agrupaciones; que Afganistán durante años ha sido el país menos pacífico del globo y en el que más atentados se cometen; y que, muy a pesar de que hoy una parte importante de los medios no se enfoquen en lo que ahí sucede, se trata de problemas que necesitan atención urgente de la comunidad internacional.