No estábamos preparados para esto. De hecho, pocas veces estamos realmente preparados para enfrentar muchas de las circunstancias que nos llegan, pero una situación como la que nos está tocando vivir rebasa nuestra experiencia y capacidades. No tenemos un parámetro previo (al menos en las últimas décadas) mediante el cual podamos medir, contrastar, aprender y mucho menos predecir. Eso, naturalmente nos produce incertidumbre, la cual rápidamente se traduce en miedo colectivo y en última instancia en pánico masivo. Es decir, nos encontramos ante un fenómeno de múltiples vetas, que tiene factores de amenaza a la vida humana, a la salud pública, a la economía, a las finanzas, a los vínculos que sostienen lo social, la política y la paz. Todo eso al mismo tiempo y, además, bajo condiciones de retransmisión y contagio que, por su velocidad, intensidad y amplitud, nunca antes hemos experimentado. El problema es que, bajo circunstancias de miedo colectivo y pánico masivo, nos comportamos de maneras específicas, las cuales terminan por alimentar esa misma cadena. Pero, ¿cómo se rompe ese círculo? ¿Por donde se empieza? ¿Se necesita terminar materialmente con las amenazas para mitigar los efectos del miedo que provocan? ¿Es posible crecer a través del trauma? Obviamente no hay respuestas claras ante preguntas como esas. Aún así, en mi texto de hoy comparto algunos de los aspectos que hemos investigado al respecto con el propósito de contribuir con la discusión.
1. El miedo no es un tema menor.
La investigación ha mostrado que las personas que están bajo estrés o tienen miedo, tienden a ser menos tolerantes, más reactivas, y más excluyentes de otras personas. La tensión generada por el miedo provoca un sentimiento de amenaza que nos hace comportarnos de maneras excluyentes o que apoyemos menos los esfuerzos de paz. Los estudios también muestran que las personas bajo situaciones de miedo, tienden a desconfiar más de las instituciones de justicia, de los mecanismos institucionales para procesar nuestras diferencias, respaldan menos el respeto a los derechos humanos y tienden a apoyar a figuras autoritarias o medidas de mano dura que, en su percepción, ofrecen seguridad. Cuando sentimos que nuestra integridad se encuentra en riesgo, estamos dispuestos a sacrificar nuestras libertades.
2. Lo que está en riesgo entonces, no es solamente la vida, la salud y la economía que sostiene a nuestros países.
El miedo colectivo tiene el potencial de colocar bajo riesgo el mismo entramado social, las reglas e instituciones que difícilmente hemos ido poco a poco construyendo para procesar el conflicto y para proteger las libertades democráticas.
3. Esto nos obliga a comprender primero, cómo es que hoy en día, ese miedo se propaga
y transmite, y segundo, a pensar en acciones o medidas para mitigarlo y transformarlo. No son tareas fáciles, pero permítame colocar acá apenas un punto de partida que procede de nuestra investigación acerca del tema en otros países y en México en particular.
4. Vivimos en una sociedad hiperconectada
en la que la retransmisión masiva de noticias se vuelve parte de nuestra vida cotidiana. Sin embargo, investigación reciente conducida por Harvard indica que la información falsa viaja más rápida y ampliamente que la información verdadera. Un tuit falso tiene 75% más probabilidades de ser retuiteado, y las noticias falsas pueden llegar hasta 100 veces más lejos que las noticias verdaderas. Esto potencia el problema que abordamos en el texto de hoy, dado que no solo estamos expuestos a las noticias reales acerca del Covid-19, las cuales ya son por sí solas lo suficientemente alarmantes, sino que hay que añadirle toda la masa de noticias que no lo son.
5. Adicionalmente, hemos encontrado que los síntomas sugerentes de estrés agudo
y estrés post traumático se correlacionan altamente con nuestra exposición a medios de comunicación tradicionales y redes sociales. Específicamente en nuestra investigación en México, hemos detectado desde 2011, y más recientemente en una muestra representativa a nivel nacional (2018), que la alta exposición a medios se asocia a síntomas de estrés y trauma como angustia, irritabilidad, pesadillas e insomnio, o bien, emociones como la frustración, la impotencia y la desesperanza. Es decir, no solo padecemos estrés por efecto directo, sino que padecemos el estrés por contagio y a la vez, contagiamos a otros del estrés que sufrimos.
6. Esto no significa que los medios de comunicación o las redes sociales sean los “culpables”
de la situación emocional que vive una buena parte de sus audiencias. Pero sí significa que las condiciones de recepción de esas noticias impactan nuestro entendimiento de la realidad y nos afectan emocionalmente para enfrentarla. Nuestros resultados indican que las personas primero sí buscan saber qué sucede y, por tanto, las noticias como aquellas acerca de la violencia sí generan inicialmente interés, pero, tras sobresaturarse y estresarse hasta la impotencia, muchas personas terminan por evadirse de la información y se refugian en otro tipo de espacios como el entretenimiento, la música, los programas culturales o deportivos, o bien, simplemente se desconectan. Tendemos a huir de aquello que nos produce estrés, frustración o desesperanza.
7. En resumen, estamos ante una crisis sistémica sin precedentes
en las últimas décadas, que ya de entrada, nos hace experimentar toda clase de amenazas en lo individual, lo comunitario y lo nacional, y que, además de todo, nos está forzando a experimentar de manera simultánea, veloz y colectiva, las amenazas que se viven en muchas otras partes del mundo, sumadas a las amenazas percibidas por el cúmulo de noticias falsas compartidas. Esto produce síntomas que van desde lo físico hasta lo emocional, los cuales se contagian en todo nuestro entorno y tienen efectos sociales enormes.
8.
Ahora bien, nuestra revisión literaria al respecto, indica que una buena parte de esta sintomatología tiene que ver con la impotencia que estas situaciones nos provocan. Por lo tanto, la solución no está en dejar de informar o evadir una realidad que abruma, sino detectar esas pequeñas áreas o zonas mediante las que sí podemos empoderarnos . Esto no es sencillo, pues requiere un esfuerzo colaborativo, en el que a veces participan los propios medios o actores sociales (como empresas, escuelas, universidades y otras organizaciones) para pensar en acciones o recomendaciones para dicho reempoderamiento.
9.
Hay literatura que afirma que los individuos pueden desarrollar herramientas psicosociales para superar eventos traumáticos. Esto también se conoce como Crecimiento Post Traumático , o el “cambio psicológico positivo experimentado como resultado de la lucha con circunstancias de vida altamente desafiantes” (Tedeschi y Calhoun, 2004). Este cambio positivo se puede manifestar de muchas formas. Las más frecuentes incluyen más aprecio a la vida, mejores relaciones interpersonales, mayor sentimiento de fortaleza, prioridades nuevas o reacomodo de prioridades, y una vida espiritual más rica. Tedeschi y Calhoun (2004) no niegan las reacciones negativas (como culpa, irritabilidad, depresión y estrés) de los individuos ante los sucesos traumáticos, sino que incorporan esas reacciones como parte del mismo proceso. El crecimiento y la lucha coexisten. Crecimiento Post Traumático no es lo mismo que resiliencia ya que lo primero no significa nada más resistir y adaptarse, sino dar un paso adicional de donde se estaba anteriormente (Tedeschi y Calhoun, 2004).
10.
En estos días, estamos viendo muchos ejemplos de iniciativas que van desde servicios de “fact-checking” o verificación de hechos para evitar el esparcimiento de noticias falsas, la colecta de fondos de ayuda a través de redes sociales, los cientos de despensas colocadas en las calles turcas para que las personas que las necesitan las puedan recoger y llevar, o esfuerzos de contacto y conexión usando las plataformas virtuales, reuniones, conferencias, sesiones de ejercicio, consultoría, soporte o simplemente de convivencia social, hasta el apoyo físico y directo por parte de miles de personas a los servicios de salud locales, entre muchos más.
11. El foco se encuentra en devolver, dentro de las circunstancias y dentro de lo viable, el poder a las personas para hacer algo, lo que sea, al respecto de este trauma colectivo. Primero, a nivel individual y familiar. Luego, a nivel comunitario y si acaso se puede, a nivel nacional o internacional.
Hablando acerca de la gran situación global, Yuval Harari lo pone de esta manera. “En este momento de crisis, enfrentamos dos tipos de alternativas particularmente importantes. La primera es entre la vigilancia totalitaria y el empoderamiento ciudadano. La segunda es entre el aislamiento nacionalista y la solidaridad global”. Podemos aterrizar esa misma idea a un nivel mucho más micro y decir que este miedo tan severo que sentimos, reproducimos y contagiamos, podría tal vez combatirse a través de pequeñas medidas y acciones para fortalecer el empoderamiento de las personas y la solidaridad colectiva y, quizás, conseguir, al menos un poco de crecimiento post traumático. ¿De qué parte de esa ecuación cada una y uno somos responsables?
Twitter: @maurimm