Probablemente el momento que más me marcó en mi quincuagésimo segundo año de vida fue Bérgamo, Italia. Un reportaje que publicó el NYT el 27 de marzo. Con Bérgamo no pude. Yo, acostumbrado a leer todos los días notas, reportes, ensayos, papers y libros acerca de conflictos armados, violencia extrema y tragedias cotidianas, me quebré y me solté a llorar como bebé. Porque, aunque a veces parezcamos fríos o “racionales” por el tipo de temas que tocamos, acá detrás de las teclas no hay otra cosa que una persona que vive y sufre con cada una de las circunstancias que pretende narrar de manera “objetiva”, forjando una especie de armadura para ver si de pronto, puede aportar un poco a fin de que esos eventos y su relevancia puedan entenderse tantito mejor. Pero con Bérgamo no pude. No eran ya solo las fotos, o los testimonios, sino el concientizar por primera vez lo que implicaba que el personal médico estaba teniendo que decidir a quién asignar las insuficientes camas de hospital, de acuerdo con las probabilidades de salvarse. Había gente, especialmente mayor, a quienes la cama era negada para salvar una vida más joven. No pude resistir ante la idea de pensar en quienes tenían que recibir esa noticia. Tampoco, ante la sola imagen de quienes tenían que decidirlo y comunicarlo. ¿En qué momento nos habíamos tenido que tornar en semidioses como para tener que elegir entre quiénes debían vivir y quiénes no? Esas elecciones entre vida y muerte, entre costos peores y costos más peores, no iban a parar en todo el año, llegarían a países como México de formas multiplicadas y yo, al leer Bérgamo, lo estaba empezando a visualizar. Por eso me quebré. Por eso mi año 52 quedó marcado para siempre.
Porque me quedó claro que esto no iba a ser acerca de cómo aislarse y salvarse en primera persona, ni siquiera en familia, en la pequeña comunidad o incluso al interior de cada uno de nuestros países. Este mal comenzaba y terminaba en la decisión colectiva de cómo proteger la vida, la salud física y mental, la integridad, la economía, las relaciones y el espacio social de las otras personas, de todas las personas, de las que yo soy solamente una más. Esto iba a ser acerca de aprender a balancear y equilibrar lo inescapable, lo ineludible, con el arte de lo posible.
Supe también, al leer Bérgamo, que íbamos a fallar continuamente porque no solo vivimos, muchos de nosotros, inmersos en nuestras pequeñas islas a nivel personal, sino que, a nivel global, vivimos expuestos a una enorme ola de nacionalismos, aislacionismos y "yo-primero-ismos" que ocasionarían que quienes podían hacerlo, intentarían salvarse antes ellos o salvar a sus propios países y ya luego verían, si acaso, cómo ayudar a los demás. Supe que, como pasa en esta clase de eventos, las desigualdades en el mundo y especialmente en países como México se iban a acentuar. La distribución desigual de la riqueza y la pobreza, y la distribución desigual de la violencia y la paz, iban a golpear e intensificar la también desigual distribución de la salud, la enfermedad y sus consecuencias sociales y económicas.
No obstante, y para bien, había otra historia que contar en este quincuagésimo segundo año de mi vida, pues como lo fuimos viendo, se abría también la oportunidad para sacar lo mejor de nosotros y crecer como especie a través de esfuerzos coordinados y solidarios. Si no siempre desde los gobiernos, sí desde nuestras sociedades, mostrando nuestra enorme capacidad de resiliencia, de adaptarnos y adaptar, y de incluir en los frutos de esas grandes habilidades a las otras personas, cuando sabemos comportarnos como humanos. Esa otra cara marca de igual manera esta vuelta al sol que hoy se me acaba.
Al final, acá estamos. Cumpliendo uno más. Con algunas cosas claras, otras menos, pero con vida, con salud, rodeado de gente espectacular. Trazando mapas. Tejiendo redes. Tramando planes, no solo porque esto va a pasar, sino porque tenemos que hacer que pase.
Analista internacional
Twitter: @maurimm