A partir de la decisión de Biden de autorizar a Kiev el uso de misiles balísticos de largo alcance estadounidenses para atacar a Rusia en su territorio, ha sucedido una serie de efectos, como reacción en cadena, que naturalmente tienen a una parte importante del globo preocupada. Rusia, como ya se esperaba, consideró la decisión de Biden (y el posterior ataque con misiles ATACMS por Ucrania) como una medida escalatoria. Ya Moscú había anunciado que, si EU daba ese paso, el Kremlin consideraría a terceros países que armaran a Ucrania como partes beligerantes involucradas; que modificaría su doctrina nuclear para reducir las condiciones que ameritarían una represalia atómica por parte de Rusia y que respondería ante cualquier agresión como Moscú lo estimara adecuado. En seguimiento a dichas advertencias, Putin ha firmado ya esa nueva doctrina nuclear y se ha activado una guerra de nervios como ha sucedido en otros momentos. Ante el panorama que señalo, no obstante, se necesita efectuar un análisis lo más equilibrado posible, el cual por una parte no sobrestime, pero que por la otra tampoco minimice los riesgos que existen. En el texto de hoy buscamos aportar a esa discusión.
El riesgo de una guerra nuclear de gran escala
En teoría, la probabilidad de una guerra nuclear de gran escala es enormemente baja. Insisto, en la teoría, cualquier cálculo racional disuade a los actores de lanzar un primer ataque atómico, dado que la represalia que ese actor sufriría—a manos de otra u otras potencias nucleares, como ocurriría en el caso de una alianza militar como la OTAN—ocasionaría daños tan catastróficos en el país que lanzó el primer ataque, que el resultado sería inaceptable. Si la lógica que mueve a cualquier guerra está en ganarla, el sufrir un daño de esa magnitud pierde el objetivo de iniciar dicha guerra.
Entonces, podríamos asumir que si prevalece la lógica que señalo, Rusia no atacaría con armas nucleares a otra potencia nuclear.
Hay, no obstante, otras preguntas al respecto.
Por ejemplo: ¿Podría Rusia atacar nuclearmente a un país que no tiene armas nucleares como Ucrania? Y segundo, ¿podría Rusia atacar a miembros de la OTAN de manera convencional o mediante tácticas de guerra híbrida—como sabotajes, ataques no reconocidos que generen confusión en cuanto a quién los lanzó, ciberguerra, guerra informativa u otras herramientas de presión psicológica y política?
El debate en Rusia
“La reciente discusión pública en Rusia sobre el uso de armas nucleares contra Occidente fue, en realidad, una discusión sobre cómo Moscú puede salir de la difícil situación en la que se encuentra y qué precio está dispuesta a pagar por una victoria”, escribía Andrey Baklitskiy en 2023 para la Carnegie. Su texto abordaba el debate que hubo en ese año entre la comunidad de expertos en Rusia desde el ángulo de la preocupación de Moscú por la difícil situación que pasaba y su deseo de encontrar una solución que reforzara su posición en Ucrania y en la confrontación con Occidente. Expertos rusos, incluido Sergei Karaganov, habían planteado la posibilidad de un ataque nuclear como una forma de generar miedo en Occidente y así, lograr una victoria en la guerra. El planteamiento era que, si se atacaba nuclearmente a Ucrania, la OTAN no respondería nuclearmente contra Rusia pues no le convenía llegar a ese punto. Sin embargo, es importante señalar que la mayoría de los expertos en Rusia y la opinión pública nunca apoyaron esta idea, y consideraban que el uso de armas nucleares conllevaría riesgos y costos inaceptables.
En última instancia, la decisión sobre el uso de armas nucleares recae en el presidente ruso y en su círculo cercano de asesores, pero las opiniones de la comunidad de expertos y la opinión pública juegan un rol que puede ser cada vez más influyente en esa decisión. De ahí la necesidad de comprender cómo funciona y cómo evoluciona en el tiempo una dinámica escalatoria más allá de las voluntades de los individuos.
El riesgo de un primer uso de bomba atómica
El tema central a discutir, en ese sentido, estaría en la posibilidad de que Rusia valorara que sí es posible lanzar un primer ataque, especialmente contra un país que no es potencia nuclear—como Ucrania—estimando que los miembros de la OTAN no se aventurarían a responder con un ataque nuclear a Rusia por el temor a una represalia contra ellos por parte de Moscú. Al final, si es Ucrania—país no miembro de la OTAN—quien recibe ese hipotético ataque nuclear, los países occidentales, dice esta lógica, no estimarán que tendría sentido pagar el costo de una escalada mayor. Menos aún si Rusia atacara a tropas ucranianas empleando bombas nucleares tácticas con una potencia relativamente menor, inferior a las de Hiroshima y Nagasaki.
Esta racionalidad, sin embargo, ha sido desestimada a lo largo del último par de años. Hay tres factores a considerar. Primero: las ventajas tácticas de lanzar una bomba nuclear de esta naturaleza son limitadas. Es decir, la dinámica de la guerra no será demasiado diferente a lo que estamos viendo todos los días, incluso si se usa un arma nuclear táctica. Segundo: los costos para Rusia podrían salirse de las manos. Es imposible saber con certeza cómo responderá Occidente, esto sin mencionar el aislamiento internacional que afectaría a Moscú (aún más que lo que hoy sucede), o su distanciamiento con aliados como China, además de que tanto las tropas rusas como la población ruso-ucraniana también podrían sufrir los efectos radioactivos. Así que los potenciales beneficios no parecen rebasar costos como los que señalo. Tercer factor: Rusia cuenta con muchas otras herramientas y tácticas de guerra para ir consiguiendo sus metas de largo plazo, sin tener que correr ese tipo de riesgos. La prueba está en los resultados de sus tácticas militares tras casi tres años de guerra. Quizás no son los resultados que Putin previó inicialmente, pero al final, Moscú conserva más de la quinta parte de territorio ucraniano y todos los meses avanza un poco más en esa dirección.
En suma, la lógica diría que tampoco tiene sentido lanzar un arma nuclear táctica de manera específica y controlada.
El factor Trump
Además de todo lo que indico, ya viene Trump. Como expliqué hace unos días, el arribo de ese presidente podría ofrecer condiciones estratégicas mucho más favorables para Rusia en términos de sus metas de largo plazo. Pensémoslo así: si Putin consigue el aval de Washington para controlar la quinta parte de Ucrania o buena parte de ese territorio (lo que incluye Crimea, es decir, el acceso al Mar Negro) y desmilitarizar una zona que considere cómoda, además de garantías de que Ucrania no formará parte de la OTAN, puede dar por satisfecha su empresa, al menos por ahora, y dedicar los siguientes años a recuperarse.
Así que este es uno más de los factores que de acuerdo con la lógica, desincentivarían a Rusia de lanzar una bomba atómica táctica o estratégica.
Sin embargo, todo lo anterior asume que el ser humano, y en particular alguien como Putin siempre toma decisiones a partir de consideraciones racionales.
El riesgo de la toma no racional de decisiones
Sin entrar en todo el detalle, solo indicar que, desde la neurología y la psicología, hasta la economía conductual (o economía del comportamiento), a lo largo de las últimas décadas la investigación ha demostrado que los seres humanos no siempre tomamos decisiones racionales. A veces podemos elegir a partir de la fatiga o a partir de la frustración, otras veces a partir a partir del placer inmediato o la satisfacción temporal, entre otros factores. Somos seres más emocionales de lo que a veces nos damos cuenta. Por eso la teoría de juegos que dicta que en última instancia los seres humanos siempre haremos cálculos y decidiremos sopesando costos y beneficios, a veces falla para explicar por qué reaccionamos como lo hacemos.
Por tanto, es imposible descartar la posibilidad de que, dadas ciertas circunstancias, algún actor que tenga el botón rojo en la mano, podría reaccionar de formas impredecibles. No significa que esto sea lo más probable de ocurrir, pero es importante entender que a medida que una guerra como la de Ucrania se prolonga, y mientras existan circunstancias que favorezcan el escalamiento de las hostilidades, en esa medida, las bajísimas probabilidades de que los actores como Putin tomen decisiones que no siempre se ajustan a la lógica racional, podrían paulatinamente crecer.
El riesgo de otros tipos de escalada
Aún así, hay que entender que, como dije arriba, alguien como Putin tiene muchísimas otras herramientas a su disposición antes de escalar hacia el uso de armas nucleares.
La primera de ellas es precisamente el uso de la retórica nuclear—la guerra de nervios: hacer que una parte de la sociedad ucraniana y las sociedades occidentales piensen que la utilización de armas nucleares y, por tanto, una guerra mundial, sí es posible, impactando ello en sus actitudes, sus opiniones y sus conductas.
De manera similar, Rusia puede emplear eficazmente otras tácticas de guerra híbrida que van desde guerras informativas hasta ciberataques, actos de sabotaje o ataques frente a los que “no hay responsables” o autores claros, permitiendo a Moscú siempre la “negabilidad plausible”: desconocer cualquier autoría al respecto. Este tipo de tácticas provocan daños, confusión y también un sentido de nervio o disrupción a la estabilidad en los países afectados.
Además de todo ello, Rusia puede optar por seguir escalando como lo ha hecho en el pasado, a través de más profundos y frecuentes bombardeos sobre la infraestructura civil y energética de Ucrania, intensificar sus avances territoriales, o bien, la utilización de armamento nuevo o más desarrollado como ya lo estamos viendo, y así seguir persiguiendo su estrategia de asfixiar, fragmentar y agotar a Ucrania, hasta el punto en el que las condiciones de Putin sean satisfechas.
La lógica, nuevamente, diría que esta serie de tácticas ofrece más beneficios y menos costos, que el empleo de armas nucleares tácticas o estratégicas.
El riesgo mayor
Quizás en el fondo, el riesgo mayor y más palpable es este: Entre más días pasan, tanto los estados involucrados directa o indirectamente, como otros estados que observan con detalle lo que ahí acontece todos los días, se convencen de que el sistema de leyes internacionales y arreglos institucionales que el mundo construyó después de la Segunda Guerra Mundial, son incapaces de resolver controversias y garantizar su seguridad. El gran peligro de ello está en el crecimiento de la concepción de que solo la fuerza asegura el que otros países se contengan de conductas disruptivas del orden global. Esto implica no solamente tener y crecer la fuerza propia—mediante carreras armamentistas, por ejemplo, sino también mediante la inversión de recursos exorbitantes incluso a veces al costo de endeudarse, para la investigación y desarrollo permanentes—luego, exhibir esa fuerza y, por último, demostrar que existe la determinación de usar esa fuerza sin temor a las consecuencias.
Esta serie de factores combinados es la que activa espirales que se pueden volver incontrolables para personas o actores individuales. Por ejemplo, la sustitución de instituciones multilaterales por sistemas de alianzas militares que arrastran a terceros países a las guerras. Incluso asumiendo que dichos actores sí se comportan todo el tiempo de manera racional, quedan rebasados por la dinámica de aprendiz de brujo—fenómenos activados por esos actores, pero que crecen hasta volverse incontrolables—que han desatado.
Ese riesgo mayor se alimenta a medida que la guerra se prolonga. Por tanto, el peligro de una guerra nuclear está mucho menos en lo inmediato y mucho más en la medida en que todos los actores de este planeta se siguen convenciendo de que solo los despliegues y el uso de la fuerza nos protegen. La alternativa no es fácil, pero está en transformar y dotar al orden de leyes e instituciones internacionales de herramientas para ofrecer respuestas creíbles que garanticen la paz y la estabilidad a nivel global. Y hoy, lamentablemente, no estamos caminando hacia allá.
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