El 7 de octubre de este año hubo un shock masivo, pero no solamente en Israel y en la región de Medio Oriente. También en Kiev. Las implicaciones del conflicto entre Israel y Hamás rápidamente rebasaron lo regional y permean más cada vez en muchos otros ámbitos, como el de la guerra en Ucrania, y en un plano mayor, el ámbito de la conflictiva entre Rusia (y algunos de los países que le son afines) y la OTAN. En el texto de hoy revisamos tan solo algunas de esas implicaciones.
Primero, lo más evidente: el desplome del tema ucraniano en la agenda informativa y consecuentemente, en la agenda política. Como muestra, es impactante el número de medios globales que simplemente desaparecieron sus actualizaciones minuto a minuto de la guerra en Ucrania, para poder destinar su tiempo y recursos a la cobertura del conflicto en Medio Oriente. Han pasado ya varias semanas desde entonces. En estas semanas los enfrentamientos en Ucrania continúan, el monto de muertes en ambos lados sigue creciendo, y, sin embargo, nada parece ya atraer los reflectores de otros momentos.
Hay que comprender que este proceso no inició en realidad el 7 de octubre. Venimos ya de un contexto de sobresaturación y agotamiento entre las audiencias acerca del tema ucraniano. Esto se debe en parte a la prolongación de la guerra, la falta de “noticias”, es decir, temas que sean percibidos como novedades, la incapacidad de la ofensiva ucraniana para conseguir avances que sean percibidos como sustantivos (como, por ejemplo, los del año pasado), sumado a la capacidad rusa de mantener, en lo general, sus posiciones y el territorio que controla. Todas esas percepciones tienen impactos políticos que ahora se van a combinar con nuevos factores y que terminan por traducirse en alteraciones en la toma de decisiones de actores políticos que, hasta hoy, han estado muy cerca de Ucrania a lo largo de estos 20 meses. Es decir, la ausencia de Ucrania en la agenda pública tiene implicaciones reales, ya no en lo mediático, sino a nivel de la política interna y exterior de los países que señalo.
Segundo, el replanteamiento del repliegue estadounidense de la región de Medio Oriente. Parte de la discusión actual en EU consiste en revisar críticamente la decisión—iniciada por Obama, continuada por Trump e intensificada durante la administración Biden—de ir paulatinamente retirándose de Medio Oriente y priorizar en cambio los temas mayores: la competencia, conflictiva y confrontación entre las superpotencias. De acuerdo con lo que se analiza, el haber semiabandonado esa zona del mundo sin paralelamente asegurar que se trabajara en soluciones a los temas de fondo—como el conflicto palestino-israelí—arrastra a Washington nueva e inescapablemente a la región. Esto tiene, evidentemente, implicaciones varias como la redirección de personal, armamento y recursos hacia Medio Oriente, la reorganización del tiempo escaso, y sobre todo la dosificación de la atención que puede destinar la superpotencia a todo lo que acontece en el globo. Esto impacta, por supuesto, en la capacidad de EU y de varios de sus aliados de atender lo que ocurre en Ucrania al mismo tiempo y con la misma intensidad que como hoy se está atendiendo la conflictiva en Medio Oriente. Naturalmente, Kiev pierde en el camino.
Esto se vincula entonces con un tercer factor: la competencia por recursos en un entorno en el que sociedades como la estadounidense se encontraban ya cada vez más convencidas de que a Ucrania se le había ayudado demasiado y que ello tenía que cambiar. Entonces, no solo los recursos son escasos y tienen ahora que ser repartidos con Israel y con todos los nuevos despliegues estadounidenses en Medio Oriente, sino que la Casa Blanca tiene que atravesar las barreras políticas de un conflicto interno entre republicanos y un Congreso altamente disfuncional que está condicionando el financiamiento a aliados estadounidenses frente a sus agendas internas. Kiev también pierde en este camino.
Cuarto factor, el rol del eje proiraní y sus vínculos con el tema Rusia-Ucrania. Como ya hemos discutido en este espacio, Irán también está peleando contra Israel. No solo porque ese país financia, arma y entrena a Hamás y a la Jihad Islámica, sino porque desde Líbano hasta Yemen, pasando por Siria e Irak, Teherán ha activado a varias de sus milicias aliadas para que defiendan la causa de Hamás enviando misiles y drones contra Israel y también contra posiciones estadounidenses en la zona. Pero esto tiene un efecto inmediato en cuanto a Ucrania. Teherán se ha vuelto una fuente crucial de armamento (drones y misiles) para Moscú, mientras que el Kremlin a su vez, ha comprometido tecnología y otro tipo de armamento para Irán. Más allá de eso, Rusia e Irán muestran políticas coordinadas de manera cada vez más más clara, estableciendo lazos que se extienden hasta Beijing y Corea del Norte. Por consiguiente, lo que resulte del actual conflicto en Medio Oriente y especialmente del rol que en éste jueguen Irán y sus aliados, también tendrá otro tipo de impactos en cuanto a la guerra en Ucrania. Sobra decir que Moscú no se beneficiaría de un Irán golpeado o dañado, y que, por tanto, hará lo que esté en sus capacidades (que hoy, hay que decirlo, son francamente limitadas) para apoyarle.
Por lo pronto, tome nota, según un reporte del Wall Street Journal, funcionarios estadounidenses creen que el grupo paramilitar Wagner (el cual desde la muerte de su líder Prigozhin, ha quedado prácticamente bajo el control de Moscú), podría proporcionar un sistema antiaéreo a Hezbollah mientras crece el segundo frente en la frontera entre Israel y Líbano.
Quinto factor, la ruta hacia el conflicto congelado en Ucrania. Por muchas causas propias de esa guerra que ya han sido acá discutidos, y ahora por factores nuevos como los arriba señalados, la situación en Ucrania, por ahora, se percibe detenida. Hay en efecto, brutales enfrentamientos todos los días, pero las líneas defensivas de ambos ejércitos están teniendo muy poco movimiento. Además, a los limitados progresos de la ofensiva ucraniana, hoy hay que añadir las nuevas dificultades de Kiev ocasionadas por temas de política interna en EU y en otros países aliados, la escasa atención y priorización del tema ucraniano, la competencia por recursos escasos y la llegada de un nuevo invierno. Todo ello orienta a la guerra ruso-ucraniana hacia el camino que Putin deseaba: el desgaste, la fragmentación y la incapacidad de Ucrania para avanzar en sus metas. Como resultado, quizás empezaremos a observar el replanteamiento, si no en Kiev, sí entre varios de sus aliados, de la necesidad de eventualmente negociar—y aunque hace poco se veía difícil—de efectuar concesiones (¿incluso territoriales?) a Moscú.
Así que, como vemos, cuando hace unos días observamos al liderazgo de Hamás e Irán arribar a Moscú, no se trataba de una visita de cortesía: las metas y vínculos de sus respectivos conflictos, se encuentran altamente alineados.
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