Quizás porque este es un año electoral en la mayor parte del planeta, plagado de discusiones y debates, este tema está penetrando como hacía tiempo no lo notábamos, pero en realidad el fenómeno no es nuevo, y con toda honestidad no hemos terminado de comprenderlo; por más años que llevamos hablando de ello, la desconfianza en las instituciones en una gran cantidad de sociedades en el mundo sigue en aumento. Esto no es, de ninguna manera, lo único que explica los ascensos de las extremas derechas en Europa, el respaldo a Trump en EU o las victorias de candidatos que no son políticos tradicionales en regiones como América Latina. Hay muchos otros factores económicos, demográficos, sociales e internacionales que habría que incorporar a la ecuación. Pero, específicamente el factor de la desconfianza tiene que ser leído con más detenimiento toda vez que de ahí se derivan otros fenómenos como, por ejemplo, el crecimiento en cascada de las teorías de conspiración o la tendencia a confiar no en la “verdad” que procede de la evidencia, sino en la verdad que “sentimos”.

El liderazgo de AfD (el partido de extrema derecha en Alemania) indica que sus críticos lo han entendido completamente al revés: “No hubo un giro a la derecha”, dice Torben Braga, uno de los portavoces de AfD. “Lo que ocurrió es que ciertas convicciones—demandas políticas que siempre han estado presentes en la sociedad—han encontrado un portavoz después de haber sido suprimidas durante décadas”.

Podemos coincidir o no con planteamientos así, pero lo que es un hecho es que se trata de un fenómeno en crecimiento. Permítame compartirle los siguientes datos:

1. De acuerdo con Cass Sunstein (2016), el mayor predictor de que alguien crea en una teoría conspirativa es su creencia previa en otra conspiración. De manera que, si una persona ya pensaba, por ejemplo, que los ataques del 9/11 fueron obra interna de Washington, se vuelve altamente probable que otro tipo de teorías conspirativas penetre en su sistema de creencias. Las teorías conspirativas, nos explica el autor, funcionan como cascada.

2. Este tema no es menor. Investigación conducida hace unos años por instituciones como Harvard revela que: (a) las noticias falsas tienen un mucho mayor alcance e impacto que las noticias verdaderas. Un tuit con información falsa tiene 75% más probabilidades de ser retuiteado y puede llegar hasta 100 veces más lejos que un tuit con información real, y (b) la principal puerta de entrada en el proceso de radicalización de extremistas de derecha, es a través de sitios de internet que hablan de teorías conspirativas. Desde uno de esos sitios, la persona normalmente accede a otro similar, y a otro, y a otro, y así sucesivamente, dando pasos cada vez más firmes en la escalera de la radicalización. La investigación refleja que, aunque la mayor parte de esas personas limita su interacción al internet o a las redes, sí hay un pequeño sector que avanza en su proceso extremista, y decide usar la violencia en contra de quienes percibe como parte del “mal”. No es casual el paralelismo entre el crecimiento en internet de esas teorías conspirativas y el ascenso de crímenes de odio en sitios como EU o RU.

3. La penetración de las teorías conspirativas tiene un componente de crecimiento orgánico a raíz de los algoritmos que utilizan las redes sociales, algoritmos que no solo favorecen la conformación de cámaras de eco que se refuerzan a sí mismas y profundizan la polarización, sino que privilegian la visibilidad que adquieren los posts que reciben mayor interacción (y mucho más cuando ésta se produce entre personas que tienen un elevado número de seguidores), lo que termina sacando de los márgenes a estos adeptos y los lleva a la conversación central. Apenas hace pocos años, las plataformas de redes sociales han decidido actuar.

4. Una de esas teorías es, por ejemplo, QAnon, o Q-Anónimo: La convicción de que el mundo es dirigido secretamente por un grupo de pedófilos satánicos que operan una red de tráfico de niños. De acuerdo con esta teoría, personalidades como Obama, Hilary Clinton, George Soros y ciertas celebridades, están incluidas en este grupo selecto. Trump, en esta narrativa, habría sido reclutado por militares para deshacerse de esta red. Según se ha reportado, estas teorías proceden de una persona o grupo anónimo que utilizaba el nombre “Q”, quien alegaba que tenía acceso directo a secretos de gobierno. Este era un fenómeno absolutamente marginal, pero que paulatinamente fue ganando adeptos y se ha convertido en parte de la conversación central. Su penetración en internet y redes sociales es inmensa. Apenas en 2020, Twitter eliminó miles de cuentas relacionadas con QAnon y Facebook eliminó casi 800 grupos asociados. Pero hay mucho más al respecto.

5. Además de su propia dinámica de crecimiento orgánico, la amplificación de teorías como QAnon, fueron asistida por figuras públicas como el propio expresidente Trump: "Escuché que estas son personas que aman a nuestro país", fueron sus palabras en una conferencia de prensa en 2020 a pregunta expresa sobre QAnon, "…realmente lo único que sé, es que parece que les agrado”.

6. Y por supuesto, además de ello, está el impulso que se da al mismo fenómeno por parte de actores políticos internos e internacionales que buscan, a través de la propagación de este tipo de información, avanzar distintas agendas.

7. Pero hay que entender los factores subyacentes: Según el barómetro de confianza Edelman 2023, en la mayor parte del mundo existe una altísima desconfianza en instituciones como gobiernos o medios de comunicación tradicionales. “Los gobiernos y los medios alimentan un ciclo de desconfianza”, dice el reporte, “y son vistos como fuentes de información desorientadora”. A nivel global, solo cuatro de cada 10 personas confían en los líderes gubernamentales. Interesantemente, dice el barómetro, la desigualdad de ingresos genera “dos realidades de confianza”. En otras palabras, la desconfianza crece cuando la brecha entre quienes más y menos tienen se incrementa. A su vez, la desconfianza alimenta la polarización y, en un círculo vicioso, la polarización también contribuye a alimentar la desconfianza. En cambio, en esa muestra global, muchas más personas confían en empresas y en el sector privado o en organizaciones sociales que en gobiernos o medios.

8. Pensemos, por ejemplo, en el caso de Argentina. Antes de las elecciones en las que gana Milei, solo el 20% de personas confiaba en el gobierno y solo cuatro de cada diez confiaban en los medios de comunicación tradicionales. Mucha más gente confiaba en el sector privado. En cambio, viene una persona percibida como ajena al mundo de la política tradicional, quien mediante un lenguaje disruptivo muestra que comprende y empatiza con la ira, la frustración y el hartazgo, y comunica propuestas simples, fáciles de asimilar, que parecen tener sentido, y como resultado, logra respaldos impactantes. La frase “al carajo con la casta” enciende y resuena. Eliminar toda clase de ministerios, también resuena. Dolarizar para terminar con esa inflación que corroe todos los días el bolsillo, conecta. Eliminar al “ineficiente” Banco Central también.

9. Revisemos datos más recientes: El barómetro de confianza Edelman de este 2024 indica que países como Alemania o Francia—dos de los sitios en donde las últimas elecciones del parlamento de la UE mostraron enormes avances de la derecha extrema—se encuentran en la “zona roja de la desconfianza”, al igual que muchos otros países europeos, o al igual que Estados Unidos. Todos ellos son países en donde la desconfianza en instituciones como los gobiernos o en los medios de comunicación tradicionales, es brutal.

10. Acá el punto es que se trata de percepciones no solo acerca de la ineficacia de las instituciones tradicionales (a veces asociadas a factores económicos como las crisis o la inflación, a veces a factores políticos como la tolerancia a la migración) sino también acerca de (a) lo distante que se percibe a la política tradicional de los asuntos y problemas cotidianos, (b) el hartazgo percibido cuando este distanciamiento es ignorado o incluso a veces promovido desde esas élites lejanas.

11. Esto se conecta con otros factores como el sentimiento arriba señalado acerca de que la información es manipulada. Esta nueva versión del barómetro Edelman, ya en 2024, refleja que 63% de una muestra global piensa que sus gobiernos y sus líderes no dicen la verdad; 64% de encuestados piensa que los reporteros y periodistas manipulan la información a propósito.

12. Los resultados de nuestra investigación en México a lo largo de una década son consistentes con esos datos. A través de estudios cualitativos y cuantitativos (en muestras nacionales) detectamos ese mismo enojo, hartazgo y frustración con los medios de comunicación tradicionales, pero asociado de manera directa a la corrupción sistémica percibida. Desde la visión de nuestros participantes en estudios hasta el 2018, existía una asociación perversa entre gobierno y medios de comunicación que buscaban “propagar información falsa o alterada” al servicio del sistema. No muy diferente que lo que detectan estudios globales arriba señalados.

13. Esto arroja enormes tareas que no han sido adecuadamente atendidas a pesar de años de discusiones al respecto: Primero, si de verdad se trata de fenómenos globales, se requiere entender qué es lo que, en el fondo, está hermanando a tantos países. Segundo, elaborar mejores diagnósticos al respecto, incluyendo el estudio más hondo de las instituciones que sí generan confianza o los gobiernos que han conseguido romper las brechas de confianza señaladas. Tercero, desarrollar estrategias que sean más eficaces en escuchar, empatizar y actuar a favor de la construcción de confianza hoy tan erosionada, lo que es válido no solo para gobiernos, sino para medios de comunicación e instituciones académicas entre muchas más.

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