En Irán y alrededor de Irán, están sucediendo muchas cosas a la vez. Destaco tres: (1) un movimiento de protestas liderado por mujeres, el cual ya ha cobrado una dimensión mayor a cualquier otro quizás desde la revolución de 1979, (2) el estancamiento y probablemente colapso de las negociaciones nucleares entre Teherán y las potencias (con el consecuente progreso en el proyecto nuclear iraní), y (3) niveles de colaboración entre Irán y Rusia que no tienen precedentes, a raíz de la guerra en Ucrania. Estos tres factores tienen, cada uno por supuesto, sus dinámicas propias, pero se conectan y alimentan de maneras cada vez más claras. En el texto de hoy explicamos por qué.

Primero, las protestas que iniciaron en septiembre a raíz de la muerte de Mahsa Amini a manos de la Policía de la Moral, las cuales han inspirado a millones de mujeres y hombres a salir a la calle bajo el lema: “Mujer, Vida, Libertad”, han resistido de formas inesperadas por el régimen. Sorprende no solo la cantidad de personas que se mantienen protestando a pesar de la represión ampliamente documentada, sino la capacidad que han tenido las mujeres para liderar un movimiento que convoca a personas de toda clase de regiones y edades, con múltiples causas, varias de las cuales habían logrado movilizar a diversos sectores de la sociedad iraní en tiempos previos como 2019 o 2017, pero que hoy están moviendo a todas esas causas y a más. Mahsa Amini era una mujer musulmana e iraní, pero también kurda. La múltiple simbología que ello representa ha encendido añejos agravios en prácticamente todas las regiones del país, y en muy distintos sectores que componen esa sociedad. Eso es lo que tiene a las manifestaciones con vida e intensidad transcurridos todos estos meses.

Segundo, a pesar de lo anterior, el gobierno parece mantenerse firme tanto en su disposición a extinguir el movimiento—empleando para ello todos los medios que hagan falta—como en su control de los hilos que mueven la seguridad y el poder en el país. En palabras simples: hasta este momento al menos, Teherán no solo desea sofocar el movimiento social mediante la fuerza, sino que siente que tiene el margen de maniobra que necesita para lograrlo. Esto se puede apreciar en distintos rubros. Internamente, no parecen por ahora, presentarse mayores fracturas en las fuerzas de seguridad, y especialmente en el grupo con mayor poder en el país, el Cuerpo de las Guardias Revolucionarias Islámicas. Es indispensable recordar que, en Irán, el gobierno del presidente Raisi tiene esencialmente funciones ejecutivas y administrativas. La política exterior y de seguridad es dictada desde arriba. El líder supremo, el Ayatola Alí Khamenei, cuenta para ese fin con este aparato paralelo de poder que son las Guardias Revolucionarias.

Pero además de lo interno, hay dinámicas externas que están contribuyendo a este sentimiento de firmeza en Teherán, lo que nos lleva a un tercer punto: el proyecto nuclear, el proyecto de misiles, y las negociaciones con Washington. Dos datos de las últimas semanas para ilustrar el sitio en el que estamos: (1) el 10 de noviembre, el jefe de la unidad aeroespacial de las Guardias Revolucionarias Islámicas dijo que Irán había desarrollado con éxito misiles hipersónicos, los cuales en teoría podrían portar ojivas nucleares, y afirmó que esos misiles serían capaces de "romper con todos los sistemas de defensa existentes", y (2) el 22 de noviembre, la Agencia Internacional de Energía Atómica dijo que Irán había comenzado a enriquecer uranio al 60% en su planta de Fordow, y que Teherán tenía la intención de instalar 14 cascadas de centrífugas avanzadas IR-6. Esta sería la segunda planta nuclear en la que Irán se encuentra enriqueciendo uranio ya al 60%. La cuestión es que del 60 al 90%—nivel de pureza al que se necesita enriquecer uranio para una bomba atómica—hay escasos pasos que, se estima, a Teherán le tomaría muy poco tiempo implementar en caso de decidirlo (hay quienes hablan de días, otros de semanas, pero no más que eso).

Esto, en esencia, exhibe hasta qué punto las negociaciones que Biden lanzó desde el 2021 para reactivar el acuerdo nuclear—que Trump abandonó en 2018—se encuentran estancadas. Pero además de las propias complicaciones de esas negociaciones, hay al menos dos elementos a insertar. Uno, que Washington ha expresado en múltiples ocasiones que, si Irán no detiene su represión a las actuales manifestaciones, no continuará impulsando dichas negociaciones nucleares (por lo que todo el complejo y asfixiante régimen de sanciones se mantendría como está); y dos, que no solo Washington es firmante de ese acuerdo nuclear. También lo son Francia, Reino Unido, Alemania, la Unión Europea, y lo son también China y Rusia.

Esto último, el factor Rusia, nos lleva al cuarto punto. Sobra decir que, por razones independientes al pacto nuclear iraní, tras la guerra en Ucrania, las relaciones entre Rusia y Occidente se encuentran en su peor momento en décadas. Era natural, por tanto, pensar que Moscú emplearía, entre muchas otras cosas, las negociaciones con Irán como una palanca de presión contra Washington y sus aliados, y así favorecer a su propia agenda. Es verdad que el Kremlin no desea un Irán nuclear y que justo por ello, en el pasado, participó de las sanciones contra Teherán, además de haber impulsado la firma del acuerdo nuclear del 2015 con Irán. También es verdad que Rusia deseaba contener la expansión iraní en toda su región, y que, pudiendo impedirlo o interponerse, durante años permitió que Israel bombardeara bases y personal iraní en Siria. Pero todo eso se movió sustantivamente con la guerra en Ucrania.

Hoy Rusia tiene otras prioridades. La mayor de ellas, por supuesto, tiene que ver con sus objetivos de seguridad inmediatos, ganar la guerra que inició, o cuando menos, no perderla. Pero hay múltiples reportes que indican que Moscú está muy necesitada de armamento o de componentes para poder fabricar el armamento que requiere. Es ahí en donde tenemos que añadir el factor China. Beijing apoya, por supuesto a Moscú, pero solo hasta cierto punto. China ha sido, por ejemplo, un tanque de oxígeno fundamental para que Rusia resista las sanciones económicas en su contra, pero hasta ahí. Xi Jinping ha exhibido cierta distancia de distintas maneras porque, en esencia, se encuentra incómodo con lo que está pasando con Ucrania, con la violación a la integridad territorial y soberanía de ese país (lo que ha sido expresado públicamente varias veces por funcionarios chinos), y, sobre todo, por las amenazas a la globalización y a la economía internacional que esta guerra ha suscitado. China se ha opuesto no solo a proveer armas a Moscú, sino a proveerle de componentes con los que Beijing cuenta para que Rusia pueda rearmar su arsenal.

Es por ello, que, para Moscú, hoy Irán es más necesario que nunca. Estamos hablando por supuesto, del respiro que para el Kremlin han significado los drones iraníes a fin de bombardear la infraestructura energética y civil de Ucrania, pero también estamos hablando de la presencia de las Guardias Revolucionarias iraníes en Crimea para entrenar a operadores rusos en el uso de esos drones; estamos hablando del abastecimiento de misiles por parte de Teherán a Moscú, y a la vez, de los acuerdos que se han revelado para que Irán reciba aviones y armamento defensivo ruso que muy probablemente dificultarían cualquier acción militar de EU o cualquiera de sus aliados en contra de Teherán, en caso de que el Ayatola dé la orden de armar la bomba atómica.

En suma, Irán se siente fuerte adentro y afuera. Al interior del régimen, las fisuras—si acaso las ha habido—han sido eficazmente controladas. Las Guardias Revolucionarias mantienen el control y, al menos hasta ahora, no se está visualizando disidencia significativa. En lo externo, Teherán ya ha descontado el fracaso de las negociaciones nucleares. Cuenta con un convenio estratégico de 25 años firmado con China en 2021, el cual incluye una asociación económica de miles de millones de dólares y una cooperación militar sin precedentes entre esos dos países que abarca transferencia de tecnología china a Irán y colaboración para fabricación de armamento. Paralelamente, Teherán está tejiendo un compromiso de apoyo por parte de Moscú, cuya dimensión apenas se está comenzando a revelar. La suma de esos factores parece brindar tal confianza al régimen iraní, que le permite seguir exhibiendo sus progresos nucleares y sus avances en misiles hipersónicos, y al mismo tiempo ejecutar manifestantes de manera abierta y pública (además de las y los que mueren o son heridos continuamente durante la represión). Todo ello se encuentra inescapablemente conectado.

Analista internacional
Instagram: @mauriciomesch
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