Si yo fuera parte del liderazgo demócrata, tendría mucho cuidado las semanas y los meses que siguen en cuanto a cómo se enmarca el caso para destituir al presidente, y cómo se produce la competencia—o más bien colisión—de narrativas. Si algo hemos aprendido los últimos años es que Trump es realmente hábil para llevar la conversación justo a donde quiere llevarla y que, comúnmente, eso que supuestamente le ataca y golpea termina por hacer crecer su imagen, al menos entre ciertos sectores de la población. Dicho lo anterior, no es imposible que, si saben proponer un discurso creíble y eficaz que pueda conectar con una porción específica del electorado, esta vez los demócratas puedan sacar algo de partido del drama que estamos por atestiguar. Acá los argumentos:
Quizás hay que partir de que el proceso de destitución tiene muy pocas probabilidades de caminar, principalmente en el Senado. La destitución requiere el voto de dos terceras partes de esa cámara, en donde los republicanos cuentan con mayoría. Esto no es ningún secreto, por lo que debemos concluir que la decisión de iniciar la investigación formal del Impeachment en la Cámara de Representantes obedece a otro tipo de factores. Para algunos demócratas hay una obligación con sus votantes, quienes los eligieron justamente para funcionar como contrapeso ante esta presidencia. Para otros demócratas, sobre todo aquellos moderados que anteriormente se oponían a meter a la política estadounidense en este proceso que podría paralizar la actividad legislativa durante meses, el presidente ahora sí ha cruzado una línea roja. En la visión de ciertos congresistas, por ejemplo, aquellos que proceden de las comunidades de seguridad, de inteligencia o del ejército, Trump traicionó los intereses nacionales del EEUU al privilegiar sus propias metas electorales, y haber retenido la ayuda estratégica que Washington brinda a Ucrania en su combate a la rebelión de separatistas prorrusos con tal de dañar a su rival político, Joe Biden. Pero hay otros congresistas demócratas quienes, al margen de todo ello, consideran que esta vez hay una mucha mayor posibilidad de obtener ganancias políticas al activar estas investigaciones. A diferencia de la trama rusa y la investigación del fiscal especial Mueller, en esta ocasión hay un caso más claro, más fácil de comunicar y entender, que puede mover la conciencia de una cantidad importante de electores indecisos.
Ante ello, sin embargo, es indispensable dimensionar la otra narrativa, la de Trump, que ha encontrado eco en una buena parte de la población estadounidense, y que tiende a nutrirse precisamente de eso que pretende golpearla o desacreditarla. En el discurso de Trump hay dos mundos: el mundo de las “élites” de Washington y el mundo de la gente común (como “él”) que ha sido abandonada por esas élites corruptas, desinteresadas y desconectadas de la ciudadanía de a pie. Esas élites ponen los intereses de otros países y actores, “antes” que los intereses de su propia gente con tal de “beneficiarse” políticamente de ello. Esas cúpulas son acompañadas por los medios de comunicación tradicionales quienes se dedican a esparcir “noticias falsas”, así como intelectuales y académicos, o liberales del sistema. Hay un “Estado Profundo” que no quiere ser tocado y que puede lo mismo “manipular procesos electorales”, que “fabricar evidencia” en su contra. Estamos, en pocas palabras, ante una “cacería de brujas”, fuertemente respaldada por “radicales y comunistas” que hoy “tienen tomado” al Partido Demócrata y a otras instituciones del Estado.
Esta narrativa conecta fuertemente con una capa de la población—que podríamos llamar la base dura de Trump—una ciudadanía que no solo desconfía de los medios de comunicación y las instituciones, sino que se siente profundamente descuidada tras los procesos de globalización, el desplazamiento de fuentes de trabajo hacia otros países, las crisis financieras y de empleo, una ciudadanía que siente vulnerada su seguridad o bien se considera asediada por “hordas” de “migrantes, criminales y terroristas” que se cuelan por las fronteras. Para esta base, es natural que el “Estado Profundo” esté cocinando un complot en contra del presidente, y que los medios, los liberales y los “radicales” respalden esas “acusaciones falsas”.
Pero fuera de esa base dura, hay otro tipo de electores. Por ejemplo, hay republicanos que comulgan con la agenda conservadora de Trump, o con su política económica o migratoria, aunque no le respaldan en varias de sus ideas sobre política exterior. Aún con las diferencias que pueda tener con el presidente, este sector tiende a apoyarle casi en todo.
Y luego está otro sector que votó por Trump o que podría votar por él en las próximas elecciones, pero que no tiene siempre las cosas tan claras. Hay rasgos de Trump que disgustan a estos electores o que no terminan de convencerles. Pero independientemente de todo el ruido que la personalidad de Trump puede provocarles, a veces piensan que está haciendo las cosas bien, por ejemplo, justamente en materia migratoria. O quizás, a pesar de todo lo que Trump les desagrada como político o incluso como persona, piensan que su orientación económica, sus guerras comerciales y sus políticas de “Compra productos estadounidenses-Contrata a estadounidenses”, favorecen al país. Una parte de este electorado es muy difícil de medir en las encuestas, en cierta medida por su indecisión. Podrían votar por Trump, pero también podrían ser convencidos por algún candidato demócrata, sobre todo alguien percibido como no tan radical. Pero en otro sentido, también hay quienes tienden a permanecer ocultos en las encuestas porque les cuesta trabajo reconocer que votarán por Trump y solo enfrentan esa verdad cuando tienen la boleta electoral ante sus ojos.
Podríamos afirmar que incluso el panorama es más complejo y que existen grados y niveles entre los sectores que describo. En cualquier caso, lo importante será tratar de entender el potencial impacto de un proceso de destitución en cada uno de esos sectores.
Si nos basamos en la experiencia, es probable que en la base dura de Trump solo se fortalezcan las ya firmes convicciones acerca de la cacería de brujas en contra de su presidente. En cuanto al sector republicano que no forma parte de la base dura, pero que tiende a apoyar a Trump, es también probable que su opinión no se mueva demasiado y que considere que no existe solidez en el caso que está siendo armado por los demócratas. En cuanto a los votantes demócratas no hace falta subrayar que se trata de personas cuya mayoría ya tiene definido su voto en contra de Trump. La batalla, entonces, parece estar en el otro sector, los indecisos y los “ocultos”.
Es decir, pensemos que tanto en las últimas elecciones presidenciales (2016) como en las elecciones legislativas (2018), una mayoría de ciudadanos votó por el partido demócrata. Sin embargo, debido al sistema electoral en EEUU, en 2016, los votos en determinados estados fueron clave para la ruta de Trump hacia la victoria. Pero si consideramos la votación nacional, en 2018 hubo un porcentaje de votos que el Partido Republicano perdió y que podría hacer toda la diferencia en las elecciones del 2020. Es en la lucha por ese porcentaje—un aproximado cinco por ciento—además de las batallas en estados concretos, que el desenlace del 2020 podría definirse.
Por lo que parece, tanto Trump como los demócratas, confían lo suficiente en la estrategia que están diseñando tras darse a conocer el caso de la destitución. Trump ha decidido, en lugar de pelear contra la narrativa demócrata, exhibirla como parte de la “conspiración” y la “cacería de brujas” a la que está sujeto desde el inicio de su gobierno. De su lado, los demócratas consideran que tienen un mensaje claro y simple de comunicar—al margen de que Trump probablemente no será destituido—y que el hacerlo así puede ayudarles a ganar ese porcentaje en disputa.
Dado el historial de las predicciones electorales en los últimos tiempos, me reservo de entrar en ese terreno. Solo un par de observaciones. En más de una ocasión, Trump ha demostrado su eficacia para alimentarse de todo eso que le ataca para salir bien librado de los embates en su contra, y comunicarse eficazmente (incluso más allá de su base dura) con electores que terminan por creerle o confiar en su intuición. No podemos descartar que esta vez eso mismo vuelva a suceder. Todo dependerá de la forma como los demócratas presenten ya no propiamente el caso de destitución, sino el mensaje político que buscarán transmitir, y de la dinámica que se genere entre éstos y las no siempre predecibles respuestas de Trump frente este mensaje.
Analista internacional.
Twitter: @maurimm