El año pasado en este espacio escribí lo siguiente: “Hay quienes piensan que estamos ante el principio del fin del modelo de ‘Un País, Dos Sistemas’, el fin de Hong Kong como entidad autónoma (o semiautónoma para ser más precisos). Ante ello, sin embargo, se opone una sociedad civil sólida, activa y dispuesta a luchar por sus libertades, pero que ahora tendrá que vérselas con la mano dura de Beijing”. Unos meses después queda claro que la primera de esas tendencias se confirma cada día más, y que la segunda—la respuesta civil que podría enfrentarse a la primera—está prácticamente sofocada. Tres factores permiten entenderlo: la dimensión del movimiento prodemocrático del 2019, la pandemia y, por último, la disposición de Beijing a enviar un mensaje de fuerza hacia adentro y hacia afuera. Hoy un breve análisis al respecto.

Entendamos de qué estamos hablando: El Congreso Nacional Popular en China aprobó esta semana por unanimidad reformas electorales que materialmente marginarán si no es que casi liquidarán a la corriente prodemocrática tanto en el Consejo Legislativo de Hong Kong como en el proceso de selección para dirigir el territorio. Antes de eso, China impuso ordenamientos que obligan al poder judicial, a educadores y medios a ser “patrióticos”, y a funcionarios a jurar lealtad ante Beijing y su nueva ley de seguridad para Hong Kong. Días y semanas atrás Hong Kong ha estado apresando o levantando cargos contra decenas de miembros del movimiento prodemocrático por sus violaciones a esa misma ley. La mencionada nueva ley de seguridad fue aprobada en junio del 2020 por la legislatura china, e impone severas penas en Hong Kong contra delitos como “secesionismo, actividad subversiva, terrorismo, injerencia extranjera”, y prácticamente contra cualquier acto que amenace la “seguridad nacional”. La aprobación fue mucho más rápida de lo que se esperaba, lo que refleja la importancia que este tema tiene para Xi Jinping, el mandatario chino. ¿Qué explica lo anterior?

Primer factor, la dimensión del movimiento prodemocrático: a lo largo del 2019 vimos decenas de manifestaciones masivas en Hong Kong, detonadas por una ley de extradición que fue interpretada como una medida para aumentar el control de Beijing sobre los procesos criminales de Hong Kong. Carrie Lam, la directora ejecutiva del territorio, tuvo que suspender esa ley indefinidamente, e incluso se disculpó ante la población. Luego, la ley fue completamente retirada. Pero las manifestaciones continuaron porque esa ley era solo la punta del iceberg. Algunas de las protestas se tornaron violentas. Un pequeño sector del movimiento se fue radicalizando conforme su frustración creció tras la represión de las autoridades.

Más aún, en Beijing prevaleció la convicción de que las autoridades de Hong Kong reaccionaron de manera débil e ineficaz para desactivar el movimiento social, y que, por tanto, era su legítimo derecho soberano intervenir más activamente para poner fin a la “subversión”. Hong Kong tiene otro sistema, pero no es otro país.

Segundo factor: la pandemia ofreció a Beijing el entorno adecuado para implementar sus golpes contra el movimiento. Antes del coronavirus, cientos de miles, incluso millones marchaban en las calles de Hong Kong casi cada semana. Pero las restricciones impuestas por la epidemia terminaron casi por completo con esas manifestaciones. Además, el mundo entero se tuvo que concentrar en sus propios asuntos, en su situación sanitaria y en sus crisis económicas. Específicamente, Estados Unidos, el mayor rival geopolítico de China, estuvo casi todo el 2020 distraído con la pandemia, sus problemas internos y las tensiones raciales y políticas que se produjeron en el año electoral. Beijing percibió el vacío y desde abril, mayo y junio de ese año, sacó provecho de éste, no solo en el tema de Hong Kong, sino en varios más, pero especialmente en Hong Kong.

El tercer factor tiene que ver con la determinación de Beijing a enviar un mensaje hacia adentro y hacia afuera. El modelo de “Un País, Dos Sistemas”, desde la visión de Xi, ha sido malinterpretado y rebasado. China podrá tolerar e incluso favorecer la prevalencia de un sistema capitalista abierto al mercado mundial en Hong Kong, pero no permitirá que el territorio pretenda salirse de su control. En ese sentido el mensaje va también para Taiwán y sus aspiraciones, y por supuesto, para Washington, potencia que China percibe se ubicaba en el corazón de las protestas anti Beijing, y para aliados de Washington como Reino Unido quien ha ofrecido visas de inmigrantes a quienes quieran abandonar Hong Kong.

Por último, el año pasado aún pensábamos que el robusto y vibrante movimiento social que lograba sacar varios días hasta incluso dos millones de personas a protestar en las calles (en una ciudad de 7.5 millones), posiblemente reaccionaría ante estos sucesos. Hoy queda claro, sin embargo, que cuando de control social y político se trata, China entiende muy bien cómo ejercer su mano dura para evitar perder las riendas.

Analista internacional.
Twitter: @maurimm