“Todo empieza con un factor detonante”, escribía yo hace un tiempo. En el caso colombiano (2021), este detonante fue una reforma tributaria. En Chile, en 2019, un alza al costo del metro. En Líbano, un impuesto al Whatsapp . En Hong Kong, una ley de extradición. Las manifestaciones inician y se expanden. Pero pasa que esas manifestaciones exhiben agravios mucho más hondos, de manera que incluso cuando las medidas o factores que activan las protestas son suspendidos o eliminados, las manifestaciones continúan. Debido a la confluencia de este fenómeno en tantas regiones del globo (muchas veces de manera simultánea), llevamos años monitoreando el tema. Lo que sucede es que hoy, con el conflicto en Ucrania , existe una posibilidad incluso mayor de que los detonantes de conflictividad social se incrementen en muchos países y sean potenciados por factores y agravios locales. Estamos hablando de temas como las alzas a los combustibles y al costo de la vida diaria, además por supuesto, de la escasez y aumento de precios de alimentos tan importantes como el trigo.
Es decir, según un estudio (Instituto internacional de investigación de políticas alimentarias, 2022), Ucrania y Rusia producen alrededor del 12% de las calorías que se consumen en todo el mundo. Varios países del planeta dependen de lo que esa región exporta en trigo, maíz, cebada, aceite de girasol u otros insumos vitales como los fertilizantes. La guerra en Ucrania, sumada a las sanciones impuestas a Rusia, están ocasionando escasez e incrementos de precios en esos rubros, los cuales se añaden a procesos inflacionarios que ya venían desde antes, además de la escasez y las alzas de precios en los energéticos. Considere lo siguiente: Egipto es el mayor importador de trigo en el mundo; 80% de esas importaciones proceden de Rusia y Ucrania. Túnez y justamente Egipto fueron los países en donde, en 2011, inició la “Primavera Árabe”. En esos años, la región también sufría las alzas en los precios de alimentos. El Programa Mundial de Alimentos de la ONU estima que solo en el continente africano, 28 millones de personas están por padecer hambre extrema pues la situación ocasionada por la guerra se suma a factores como los efectos del cambio climático, entre otros. Eso, que ya es enormemente preocupante, debe entenderse también desde otra serie de factores que producen conflictividad social. Retomamos algunos de los que hemos analizado previamente:
1. Para cada caso en el que apreciamos protestas masivas o movimientos sociales, podríamos hablar de factores propios y factores compartidos en distintos niveles. Para simplificar, los divido en: a) factores materiales estructurales y de contexto, b) factores sociales, políticos y psicológicos también de contexto, c) factores detonantes, y d) facilitadores.
2. Factores materiales estructurales.
En algunos de los casos se puede apreciar bajos niveles de crecimiento económico y problemas financieros que fuerzan a las autoridades a impulsar medidas de austeridad, alzas de impuestos o la elevación en los precios de servicios básicos, pero eso varía de caso a caso. Es probable que hoy, tras dos años de pandemia y tras los impactos globales de la guerra en Ucrania, estos temas se exhiban con alta frecuencia en distintas regiones del globo. Pero en todo caso, lo que parece común en varios de los países señalados es el crecimiento de la desigualdad, no solo medida por la desigualdad de ingreso, sino la desigualdad en cuanto a acceso a oportunidades, la brecha entre sectores privilegiados y la ciudadanía común. Esto no está desligado de la prevalencia de un sistema global en el que temas como la tecnologización, la relocalización laboral para abastecer cadenas de producción transnacionales, o bien, las crisis financieras o crisis globales, son situaciones con impactos sistémicos que se terminan traduciendo en lo local. En pocas palabras: clases medias que han crecido en muchos países pero que hoy se encuentran empobrecidas o económicamente asfixiadas y son altamente sensibles ante medidas de austeridad, incrementos de precios o nuevos impuestos.
3. Factores sociales, políticos y psicológicos.
“Esto no es acerca de la reforma tributaria”, indicaba una profesora colombiana de 28 años en 2021. “Esto es acerca de la corrupción, la desigualdad y la pobreza. Y todos nosotros, los jóvenes, estamos cansados de ello”.
Este rubro nos habla no ya tanto del impacto material de fenómenos como la austeridad financiera o la desigualdad, sino acerca de cómo estos fenómenos materiales son percibidos por la población, el creciente distanciamiento entre una ciudadanía que percibe a sus élites completamente alejadas de la realidad que viven. Por ejemplo, el sentimiento de que no existen canales políticos adecuados para procesar las demandas sociales y la desconfianza de las sociedades en las instituciones, en la democracia o en los medios de comunicación tradicionales, no son temas exclusivamente locales. Las mediciones internacionales indican, además, que esta desconfianza se encuentra más marcada en las poblaciones jóvenes. El reporte del Barómetro de Confianza Edelman (2021), detecta que los liderazgos en el mundo se encuentran en crisis; 73% de las personas de una muestra global desconfía de sus gobiernos, altamente percibidos como incompetentes y corruptos. La desconfianza en medios de comunicación tradicionales se encuentra en niveles históricamente bajos.
Se produce entonces una brecha psicológica entre el discurso oficial, los intereses percibidos de políticos y élites, y la sociedad. Los “narradores tradicionales de la verdad”, como los llama Yael Brahms, dejan de ser el referente.
A esto hay que sumar la intensificación de procesos de polarización severa en muy distintos países del globo. Lo que distingue a estos procesos de polarización es que ésta ocurre ya no por diferencias de opinión o puntos de vista, sino por divisiones y fracturas en las identidades sociales (Carothers y O'Donohue, 2019; 2021). Crecen los conflictos “tribales”, el “nosotros” contra “ellos”. "No estoy contra ti por lo que piensas, sino por lo que eres y por lo que soy”. Esta polarización que estamos viendo en sitios muy diferentes del planeta, desde la India hasta Australia, desde EU hasta América Latina, desde Kenia hasta Hungría o Polonia, activa conflictos sociales. La acumulación de sentimientos colectivos que describo, así como otros relacionados, frecuentemente dispara procesos de radicalización que en algunos casos se pueden manifestar mediante violencia en las protestas masivas o violencia de otra índole.
4. Factores detonantes.
Ante un contexto como el explicamos, basta una decisión, una mecha que prende la llama, para encender manifestaciones como las que hemos visto en países de varios continentes, las cuales se esparcen de manera intensa, amplia y muy veloz. El detonante puede ser la decisión de subir ciertos impuestos, o ciertos precios de servicios básicos como el metro en Chile, o la eliminación de ciertos subsidios al combustible como en Ecuador, o el “impuesto verde” a las gasolinas como sucedió en Francia, o las medidas de austeridad en Líbano. En Colombia, lo fue la reforma tributaria. En ciertos casos, estas medidas son exigencias del Fondo Monetario Internacional para poder sostener el financiamiento a un país específico; en otros, se trata de medidas consideradas de emergencia por parte de los gobiernos a cargo. ¿Cuántos detonantes globales, entonces, está produciendo hoy la guerra en Ucrania? ¿El alza al trigo? ¿El alza a los combustibles? ¿La decisión de algún gobierno de retirar los subsidios o de entrar en programas de austeridad?
5. Los facilitadores.
Es imposible entender las olas de protestas masivas en tantas partes del globo de manera simultánea, si no añadimos el rol que en nuestros días están jugando las tecnologías de comunicación y la explosión de la información. Esto va desde la organización de marchas o convocatorias por medio de redes sociales, hasta otro tipo de elementos como la viralización de textos, videos e imágenes que tienden a acentuar sentimientos como el enojo, la frustración, la impotencia, el miedo o la vulnerabilidad y que, de acuerdo con lo que se está investigando, facilitan los procesos de polarización arriba descritos. Por si fuera poco, la explosión informativa permite que personas de muy distintas partes del mundo se enteren y experimenten en tiempo real lo que está ocurriendo en sitios distantes. El video de una mujer libanesa pateando a un guardia de seguridad, por ejemplo, viaja de manera instantánea no solo por todo Líbano, sino por muchos otros sitios del planeta. Esto, a veces, contribuye a que otros movimientos o situaciones similares se repliquen en otros países y regiones.
Hay un facilitador adicional: la respuesta que algunas de las autoridades deciden dar a las protestas. En muchos casos, la decisión de reprimirlas o detenerlas, no hace otra cosa que activar una espiral ascendente que, entre ciertos sectores, puede terminar por incentivar la radicalización.
En suma, la situación provocada por la guerra actual en Ucrania—aunque en algunos países se mire como un tema lejano—tiene un enorme potencial de sumarse a otros factores globales y locales que pueden desatar distintos niveles de conflictividad social. Los gobiernos, actores del sector privado y social, deben hacer esfuerzos enormes para intentar prever las posibles consecuencias locales de los aspectos señalados, y tratar de diseñar esquemas que, desde la empatía y el entendimiento de las condiciones extraordinarias que se viven, puedan contribuir a mitigar algunos de esos impactos.