Hay un sector en Estados Unidos que piensa que existe un “Estado Profundo” peleando una guerra en contra de Trump. No solo eso. Entre ciertos ciudadanos de ese sector, existe la convicción de que el mundo es dirigido secretamente por un grupo de pedófilos satánicos que operan una red de tráfico de niños. De acuerdo con esta teoría, personalidades como Obama, Hilary Clinton, George Soros, o celebridades como Tom Hanks u Oprah Winfrey, están incluidas en este grupo selecto. Trump, en esta narrativa, habría sido reclutado por militares para deshacerse de esta red y por ello, los conspiradores se mantienen luchando en su contra. Según se ha reportado, estas teorías proceden de una persona o grupo anónimo que utilizaba el nombre “Q”, quien alegaba que tenía acceso directo a secretos de gobierno. Actualmente se les conoce como las teorías QAnon, un fenómeno que en su momento era absolutamente marginal, pero que paulatinamente ha ido ganando adeptos y se ha convertido en parte de la conversación central. Su penetración en internet y redes sociales es inmensa. Una de sus adherentes acaba de ganar una primaria republicana para el Congreso. Estas teorías, que ahora abarcan rubros como la pandemia, el movimiento “Black Lives Matter” o las elecciones en EU, están siendo alimentadas por el discurso del propio Trump. Y claro, en los tiempos que vivimos, teorías como estas, también están recibiendo un nada despreciable impulso por parte de agentes externos rivales de EU. ¿En qué consiste este fenómeno?

De acuerdo con Cass Sunstein (2016), el mayor predictor de que alguien crea en una teoría conspirativa es su creencia previa en otra conspiración. De manera que, si una persona ya pensaba, por ejemplo, que los ataques del 9/11 fueron obra interna de Washington, se vuelve altamente probable que otro tipo de teorías conspirativas penetre en su sistema de creencias. Las teorías conspirativas, nos explica el autor, funcionan como cascada.

Este tema no es menor. Investigación conducida recientemente por instituciones como Harvard revela que: (1) las noticias falsas tienen un mucho mayor alcance e impacto que las noticias verdaderas. Un tuit con información falsa tiene 75% más probabilidades de ser retuiteado y puede llegar hasta 100 veces más lejos que un tuit con información real, y (2) la principal puerta de entrada en el proceso de radicalización de extremistas de derecha, es a través de sitios de internet que hablan de teorías conspirativas. Desde uno de esos sitios, la persona normalmente accede a otro similar, y a otro, y a otro, y así sucesivamente, dando pasos cada vez más firmes en la escalera de la radicalización. La investigación refleja que, aunque la mayor parte de esas personas limita su interacción al internet o a las redes, sí hay un pequeño sector que avanza en su proceso extremista, y decide usar la violencia en contra de quienes percibe como parte del “mal”. No es casual el paralelismo entre el crecimiento en internet de esas teorías conspirativas y el ascenso de crímenes de odio en EU.

La penetración de las teorías conspirativas tiene un componente de crecimiento orgánico a raíz de los algoritmos que utilizan las redes sociales, algoritmos que no solo favorecen la conformación de cámaras de eco que se refuerzan a sí mismas y profundizan la polarización, sino que privilegian la visibilidad que adquieren los posts que reciben mayor interacción (y mucho más cuando ésta se produce entre personas que tienen un elevado número de seguidores), lo que termina sacando de los márgenes a estos adeptos y los lleva a la conversación central. Apenas hace poco, las plataformas de redes sociales han decidido actuar. En julio, Twitter eliminó miles de cuentas relacionadas con QAnon y Facebook acaba de eliminar casi 800 grupos asociados. Pero hay mucho más al respecto.

Además de su propia dinámica de crecimiento orgánico, la amplificación de teorías como QAnon, está siendo asistida por figuras públicas como el propio presidente estadounidense. "Escuché que estas son personas que aman a nuestro país", fueron las palabras de Trump en una conferencia de prensa hace unos días a pregunta expresa sobre QAnon, "…realmente lo único que sé, es que parece que les agrado”. Más aún, cuando Marjorie Taylor Greene, una declarada promotora de las teorías QAnon, ganó hace unos días las primarias republicanas para el Congreso, Trump, quien apoyaba su campaña, la llamó “una futura estrella republicana”.

Por último, estas circunstancias están siendo asistidas también por la intervención de agentes externos. No nos debe sorprender. Esto no solamente está ocurriendo en Estados Unidos, y a manos de enemigos de ese país, sino en muchas partes del planeta, incluidos casos en los que Washington es el atacante mayor. Hay, por un lado, una feroz ciberguerra en curso, y hay también una guerra informativa que, desde hace varios años, ha encontrado en internet y redes sociales un terreno fértil para florecer.

En cuanto al caso de las elecciones en EU, hay dos notas que sobresalieron en la semana. La primera, el resultado de un comité senatorial bipartidista, el cual concluye contundentemente lo que ya se había revelado: Rusia, a decir de ellos, intervino en las elecciones del 2016 mediante una campaña informativa de dimensiones inusitadas a favor de un candidato, Donald Trump. La segunda, la advertencia por parte de funcionarios de inteligencia en Washington, acerca de la presente intención de injerencia por parte de Rusia, China e Irán para intervenir en el proceso electoral actual.

Las metas estratégicas de estos u otros actores para librar guerras informativas son muy diferentes. Por ejemplo, Rusia podría tener la intención de favorecer a Trump, pues este es un presidente que considera más adecuado para efectos de sus intereses. Ese no es el caso de China o Irán, países que han tenido que resistir las campañas de presión de este mandatario. En lo que sí hay coincidencia, sin embargo, es en lo que parece una profunda comprensión de cómo funcionan el internet y las redes sociales en un país como Estados Unidos, y el amplio abanico de vulnerabilidades que esto produce.

Los temas de las noticias falsas, las teorías conspirativas y su rol en la polarización, no son desconocidos por estos actores. Al revés, han entendido muy bien cómo aprovecharse de ellos para usarlos a su favor. Así, mediante la creación de cuentas ficticias, la propagación de rumores y el reforzamiento de dichas teorías conspirativas, colocan su grano de arena para inflamar aún más la polarización ya prevaleciente. Al final, la meta no es tanto “ayudar” a un candidato, sino debilitar a un país enemigo, dilapidar la confianza en sus instituciones o en su proceso democrático, asegurarse de que ese enemigo tenga que concentrarse en cómo resolver sus problemas internos, a fin de que tenga menos energía para competir o golpear a esos rivales.
El momento para ello no podía ser mejor. EU es un país brutalmente afectado por la pandemia, por la crisis económica, por la crisis social, políticamente polarizado, altamente desigual, impactado por el racismo estructural y los movimientos que lo visibilizan, y ahora, por una ola de teorías conspirativas surgidas en su interior que no solo incluyen temas como la epidemia o las vacunas, sino que indican que un “Estado Profundo” quiere deshacerse de Trump cueste lo que cueste, y está dispuesto a “cometer fraude electoral” para ello. Para los actores externos, resulta redituable intervenir y avivar esas llamas.

Hay que decir que, en contraste con lo anterior y, de hecho, compitiendo contra todo ello, estamos viendo solidificarse a un enorme movimiento de grupos y personas (no solo en el partido demócrata) quienes, a pesar de tener diferencias entre sí, coinciden en la idea de que Estados Unidos no aguanta otros cuatro años con Trump a la cabeza. Sin embargo, debemos estar preparados: a medida que se acerque noviembre, y si la ventaja de Biden se mantiene, veremos un protagonismo cada vez mayor por parte estos actores internos y externos que alimentan las teorías conspirativas señaladas. Y Trump será, probablemente, el más activo de todos.


Twitter: @maurimm

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