Se está hablando de la expansión del conflicto en Gaza a un año de iniciado. Esa aproximación, no obstante, comete dos errores, pero también refleja distintas formas de comprender, narrar, informar e incluso tomar decisiones acerca de la compleja situación en Medio Oriente. El primer error consiste en considerar que el conflicto estaba restringido exclusivamente a Gaza y que ahora “se expandió”. Segundo error: pensar que la conflictiva entre Irán y sus aliados con Israel tiene “un año” de existir o de haber estallado. En otras palabras, es verdad que todo se intensifica a partir del 7 de octubre del 23 y que hoy la situación mantiene una tendencia escalatoria. Pero si bien la conflictiva de Irán y su eje con Israel se entreteje con factores propios del conflicto palestino-israelí, no se limita a ellos.

Quizás lo primero que hay que entender al respecto, es que, a diferencia de la cercanía y colaboración que había entre gobierno del Sah de Irán y los gobiernos israelíes previos a 1978, a partir de la revolución islámica que tiene lugar en ese país, desde 1979, el régimen que derroca al Sah y que gobierna Teherán considera a Israel su mayor enemigo regional. Esto se vincula con la causa palestina, pero tiene muchos otros componentes. Los ayatolas perciben a Israel como una especie de cuña occidental clavada en el seno del mundo islámico, una plataforma de dominación desde donde las potencias coloniales y neocoloniales contaminan los suelos sagrados del islam, y, por tanto, se trata de un estado ilegítimo que necesita ser combatido y ultimadamente erradicado como tal. Esta visión forma parte de la ideología de la revolución islámica, la cual junto con muchos otros elementos como la necesidad geopolítica de expandir la influencia regional de Irán y de su narrativa sobre la religión y sobre la forma como se gobierna a través de ella, van a producir ecos por toda esa zona del mundo. De manera que esto no solo generará una rivalidad geopolítica con Israel, sino también con otras potencias regionales, especialmente Arabia Saudita, y con potencias occidentales, especialmente Estados Unidos.

Más allá de la larga historia de estas rivalidades, hay que destacar que Irán—a quien Bush denomina parte del “Eje del Mal”—desarrolla varias estrategias para contener y disuadir a sus enemigos, y a la vez, expandir su poder e influencia en la región. Destacan dos principales: una, el progreso en sus proyectos nuclear y de misiles; y la segunda: la conformación de un eje de milicias aliadas, todas ellas con historias y particularidades propias, con grados mayores o menores de vinculación con Teherán, lo que incluye armamento, financiamiento, entrenamiento y coordinación operativa.

De estas organizaciones sobresalen Hezbollah en Líbano, otras agrupaciones ubicadas en Irak y Siria, los houthies en Yemen y Hamás y la Jihad Islámica en Palestina (no solo en Gaza). Varias de estas agrupaciones van a combatir al lado del presidente Assad en la guerra civil siria. Pero Hamás apoya a la oposición y eso le enfrenta tanto con Hezbollah como con Teherán. Años después, no obstante, todos esos actores se reconcilian. Justamente Jahya Sinwar, líder de Hamás desde 2017, va a promover un notable acercamiento con Teherán—para agosto de ese año, Sinwar, recién electo, declaró que Irán era nuevamente "el mayor apoyo financiero y militar" del ala militar de Hamas—y si bien, no informa a Irán acerca de las fechas y formas exactas de los ataques terroristas del 7 de octubre del 2023, el líder de Hamás sí esperaba y buscaba provocar “la suma de todos los frentes”, es decir, la unión de Irán y todos sus aliados para aprovechar las vulnerabilidades que Israel estaba exhibiendo y, finalmente derrotarle.

Acá hay que introducir dos factores adicionales. El primero es la guerra de “baja” intensidad entre Israel e Irán, la cual tiene décadas, pero que se intensifica considerablemente a partir del 2017, cuando Israel—temiendo la expansión de Teherán en Siria—lanza una campaña de cientos de bombardeos en contra de posiciones y personal iraní, y en contra de aliados de Irán (incluida Hezbollah), además de convoyes y cargamentos que viajaban desde Teherán hasta Líbano pasando por Siria. Esto ocasiona que cientos de militares iraníes (incluso varios generales de las Guardias Revolucionarias) murieran o fueran heridos en estos ataques. En esos momentos, muchos esperábamos ver cómo Irán respondería, pero esas respuestas no llegaron, si acaso, a través de ataques menores en contra de intereses israelíes o a través de herramientas de guerra híbrida. Hoy podemos decir que Irán buscaba devolver cada golpe con métodos más estratégicos, en el largo plazo, asegurándose de que Hezbollah contara con un arsenal cada vez más poderoso, o garantizando que Hamás y la Jihad Islámica contaran con armamento, financiamiento, entrenamiento y una larga y muy cuidadosa planeación (incluida por ejemplo la vasta red de más de 800 km de túneles con distintos niveles de profundidad, buena parte de ellos ubicada estratégicamente en zonas densamente pobladas para así tender la trampa a Israel y combatirle en la guerra narrativa), para cuando llegase el momento decisivo.

El segundo factor es justamente la oportunidad que se presentó durante 2023 para ese momento decisivo. Ese año, subió al poder en Israel el gobierno más cargado a la extrema derecha de su historia. Se trataba de un gobierno distinto a todos los previos encabezados por Netanyahu. Las decisiones eran continuamente secuestradas por ministros ultranacionalistas y ultraortodoxos, quienes cada vez que no se cumplían sus demandas, amenazaban a Netanyahu con abandonar la coalición y hacerle caer. El primer ministro, siempre pensando en su propia agenda y en los tres casos legales por corrupción que obran en su contra, cedía una y otra vez. Esto produjo en aquel año, los mayores niveles de polarización y división interna que Israel había vivido. Protestas masivas en contra de una reforma judicial que estaba siendo implementada. Expresiones por parte de toda clase de actores sociales, políticos y académicos, en contra de las acciones de ese gobierno. Y sí, también una enorme distracción y politización de los temas de seguridad. Tanto así que uno de los think-tanks más influyentes del país, el INSS, en dos ocasiones emitió “Alertas Estratégicas de Seguridad”, advirtiendo que todos los enemigos de Israel estaban observando cuidadosamente cómo el país estaba distraído con su situación interna, lo que abría oportunidades que esos enemigos podrían aprovechar.

Esas circunstancias, además de otros temas militares y de inteligencia (como la consideración prevaleciente en la comunidad de seguridad israelí de que Hamás no deseaba una guerra, una sobre concentración de tropas en la zona de Cisjordania y el consecuente descuido de esas tropas en Gaza), aportaron a Hamás y a la Jihad Islámica la oportunidad esperada. El 7 de octubre del 23 atacaron sin informar a Irán y su ataque resultó quizás incluso más exitoso de lo que ellos mismos esperaron.

Lo siguiente fue el shock inmediato, el pánico masivo en Israel, el sentimiento de vulnerabilidad, de abandono por parte del gobierno, del ejército y de la inteligencia (supuestamente una de las mejores del mundo), un estrés colectivo que, de acuerdo con estudios posteriores, produjo altos niveles de PTSD no solo entre poblaciones directamente afectadas, sino, a través del contagio, en cientos de miles de personas. Por si eso no bastaba, Hamás (y también Irán y otros aliados) sostenían una narrativa de que este era solo el principio. El liderazgo de Hamás incluso decía que esos ataques se repetirían “una y otra vez” hasta acabar con “la entidad sionista”.

Esa serie de efectos psicosociales, producen un entorno específico que tiene que ser leído no solo desde la perspectiva psicológica o de política interna, sino geopolítica: para el establishment de seguridad de Israel, la vulnerabilidad exhibida no era un tema que se limitaba a Gaza, sino que proyectaba una brutal fragilidad ante todo el panorama que describimos arriba. Irán y sus muy distintas aliadas podían, en efecto, ahora sí unir todos los frentes y combatir a Israel en su peor momento de debilidad, división interna, estrés colectivo y terror.

Ello naturalmente resultó en varias consecuencias. Una de ellas fue la decisión, originada desde una mirada militar de realpolitik, de aplicar en Gaza un nivel de fuerza que jamás se había empleado en la franja. Pero no solo con el objetivo de “eliminar a Hamás”, sino con el objetivo de enviar un mensaje a Teherán y a todas sus aliadas de que el haber atacado a Israel de la forma como se le atacó, fue, es y será un error de cálculo que acarreará consecuencias inconmensurables para quien decida atacar. Esto, por supuesto, además del objetivo de restaurar la confianza en el gobierno y el ejército, y el sentido de seguridad entre la población israelí. Las repercusiones de la aplicación de ese nivel de fuerza están a la vista: un nivel de destrucción y costo humano en vidas civiles, desplazamiento forzado y crisis humanitaria sin precedentes en la zona con el consecuente aislamiento político y diplomático de Israel a nivel global.

Pero esta situación también resulta en otra serie de factores. El eje proiraní decide participar en la guerra, aunque solo de manera limitada. El objetivo político de actores como Hezbollah y los houthies ha sido sin duda, ser percibidos en todo el mundo árabe e islámico como defensores de la causa palestina ante el sufrimiento de ese pueblo. Pero también ha habido otros objetivos como distraer a Israel de su guerra en Gaza, obligarle a desplegar tropas en sitios como su frontera con Líbano, forzarle a desplazar a decenas de miles de habitantes del norte del país, o bien, producir una mayor disrupción a su economía y comercio, y posteriormente contribuir con el daño a su imagen y su posición política en el mundo.

Pasados los meses, sin embargo, podemos observar que los eventos toman cursos que los actores no siempre controlan. Hoy, a pesar de toda la destrucción en Gaza, a pesar de la eliminación de unos 15 a 20 mil militantes de Hamás y de la mayor parte de sus capacidades militares, esa agrupación sigue viva, sigue reclutando miembros, está recomponiendo sus funciones de gobierno en ciertas zonas de la franja, mantiene presos a 101 rehenes israelíes y de otras nacionalidades (de los cuales una buena parte se estima que ha fallecido). Pero más importante, Hamás consiguió insertarse eficazmente en la narrativa de la resistencia contra la dominación y el colonialismo, y hoy cuenta con mucho mayor aprobación entre la población palestina (revisar la sucesión de encuestas del 2023 hasta las más recientes), entre la población del mundo árabe e islámico, e incluso entre varios sectores de muchas otras sociedades en el planeta. El tema palestino, durante tantos años abandonado en medios y foros internacionales, retornó a la agenda global. Cada vez son más los países que reconocen al Estado Palestino. Las calificadoras siguen reduciendo el grado de inversión de Israel con importantes consecuencias para su economía, inversión y comercio. Dos cortes internacionales están procesando casos en contra de Israel y su dirigencia.

Por otro lado, e incluso de manera vinculada con la falta de éxito del gobierno de Netanyahu en conseguir la victoria “total” que prometía contra Hamás, la situación con Hezbollah, con Irán y con sus distintas aliadas, se mantiene en niveles de peligroso escalamiento. Si el objetivo de Teherán y Hezbollah era sostener una guerra de baja intensidad sin tener que pagar mayores costos por ello, hoy esos actores han comprendido sus muy serios errores de cálculo y su incorrecta estimación del nivel de fuerza que Israel estaba dispuesto a aplicarles. Nasrallah, quien fuera líder de Hezbollah desde 1992, ya no vive para dirigir a la organización. Tampoco vive buena parte de sus mandos medios y altos. Teherán ha seguido perdiendo comandantes y personal, pero también ha tenido que observar los daños en buena parte de su eje y su capacidad para coordinarlo, al punto que hoy, tan solo un par de decisiones podría detonar la guerra mayor y los costos que el Ayatola tanto quiso evitar.

El aniversario del 7 de octubre, por tanto, tiene que ser leído en muchos planos al mismo tiempo. Lo que está ocurriendo ahora mismo parece menos una expansión que una intensificación y escalada del conflicto. Y, sobre todo, considerar que sigue siendo una historia en desarrollo cuyos desenlaces pueden tomar cursos impredecibles.

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