Hace apenas unos días, Beijing y Washington estaban en proceso de estabilizar sus relaciones, incrementar sus canales de comunicación, reducir la retórica exaltada, plantear y comprometerse a respetar ciertas líneas rojas y desactivar cualquier posibilidad de escalamiento. Este proceso que fue lanzado a partir de la cumbre Xi-Biden en noviembre, cumpliría un siguiente paso con la visita del secretario de Estado Blinken a China que estaba programada para el 5 de febrero. Hoy hay, en cambio, toda una crisis diplomática en curso, y no sabemos cuándo o si acaso será posible reanudar el proceso de distensión señalado. En torno a esta crisis hay una serie de “fenómenos aéreos”, el lenguaje actual con el que se nombra a lo que conocíamos como “objetos voladores no identificados” (OVNIS), o parcialmente identificados. De esos fenómenos, muchos permanecen sin explicación o con explicaciones incompletas. Pero el problema, desde la dimensión de las relaciones entre estados, no está en lo “no explicado” o en la “falta de evidencias” para respaldar cierta teoría, sino en la decisión política de atribuir la autoría de alguno o más de esos fenómenos a determinada potencia como actos de agresión o violación de soberanía. Por las repercusiones que esto ya está teniendo, en eso concentramos el texto de hoy.

Espionaje

Las potencias se espían entre ellas. Eso no es algo desconocido, algo raro, o algo que solo ocurre entre potencias rivales. También los países socios e incluso aliados militares lo hacen. La revelación de métodos o tramas de espionaje suscitan mucha curiosidad e interés, y frecuentemente constituyen historias interesantes para libros y películas, pero normalmente se intenta mantener el tema en un nivel de proporciones limitadas. A veces sí, en efecto, se producen crisis diplomáticas al respecto, pero como todas las partes saben que se trata de una práctica común, lo que frecuentemente se intenta es establecer alguna medida de represalia estimada como proporcional y dar la vuelta a la página para poder seguir adelante con la competencia de espionaje.

El problema se suscita cuando debido a factores políticos varios, un gobierno decide hacer más ruido al respecto de alguno de estos incidentes y atribuye el evento a algún rival de manera más notoria, pues ello le obliga a responder más contundentemente si no desea proyectar debilidad.

El reporte de la Dirección Nacional de Inteligencia

Un reporte de la Dirección Nacional de Inteligencia (DNI) en Estados Unidos que fue recientemente desclasificado (y que no es el primero de su tipo), informa al Congreso acerca de 366 nuevos incidentes aéreos (posteriores al informe del 2021) que denominan “fenómenos no identificados”. De ese total de incidentes, 26 eran drones, 163 eran globos de distintos tamaños, y seis más eran desechos aéreos o de aves. El reporte registra 171 incidentes que “no han sido atribuidos”, que necesitan mayor estudio (NYT, 2022). Esto, naturalmente, produce un vacío de información que genera enorme controversia al respecto de un tema en el que no somos especialistas y en el que no nos queremos meter.

La cuestión, para efectos de lo que acá analizamos, está en lo que sí se atribuye, en lo que ha cambiado al respecto de esa atribución en estos días, y en las repercusiones políticas que ello suscita. En otras palabras, yo no cuento con evidencia para afirmar o negar que al menos algunos de esos fenómenos incluyan tecnología no explicable en la Tierra; lo que a este espacio interesa, es lo que dicen la Casa Blanca y el Pentágono (al margen de la razón que puedan o no tener para sus declaraciones), toda vez que lo que sí declaran es lo que impacta directamente sobre la política internacional.

Tras un informe del Departamento de Defensa en diciembre, el líder de la inteligencia del Pentágono respondió en conferencia de prensa ante pregunta expresa sobre si había evidencia de que se tratara de fenómenos atribuibles a extraterrestres: “En este momento no, no tenemos nada”. Ahora mismo, tras los más recientes eventos, la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karine Jean-Pierre, mantuvo esa misma línea: “No hay indicación de actividad alienígena o extraterrestre relativa a los objetos recientemente derribados”. Otros funcionarios han respondido que “no quepa duda”, que se trata de tecnología de este planeta, no de otro sitio. Ese es el dato relevante para efectos políticos puesto que se está declarando públicamente que otros países están empleando esa tecnología para espiar a EU.

El propio reporte de la Dirección Nacional de Inteligencia, afirma que, de esos fenómenos aéreos no identificados, hay al menos dos casos que son atribuibles a una “potencia extranjera” que pueden haber involucrado tecnología avanzada poco conocida por Estados Unidos. Esa potencia, en palabras de funcionarios estadounidenses posteriormente entrevistados, sería China (NYT, 2022).

Pero incluso así, todo ello tendría un menor impacto si no hubiese ocurrido el caso del globo que durante la primera semana de febrero circuló desde Alaska hasta Canadá, de ahí a territorio estadounidense, y que fue finalmente derribado por aviones de Washington.

El caso del globo

El globo señalado no es el primero. Como dijimos, el reporte de la DNI indica que 166 de los fenómenos que registra son globos. En estos días se ha informado que al menos tres globos chinos sobrevolaron territorio estadounidense durante la administración Trump.

Lo que sucedió a inicios de mes, sin embargo, es que se trataba de un globo enorme que llamó la atención no solo por su tamaño sino por el tiempo transcurrido en el que cruzó el territorio de EU hasta que fue derribado; un globo que suscitó una brutal controversia política, que exhibió titubeos en la Casa Blanca y por el que Biden fue ampliamente criticado en determinados sectores del país.

Esto orilló a la Casa Blanca a redefinir su estrategia de atribución, y decidió nombrar a China no solo como responsable de este evento, sino de muchos otros. De acuerdo con la administración Biden, hay un programa de globos espías chinos que han sobrevolado más de 40 países en 5 continentes, violando su soberanía. Estas declaraciones buscan llamar la atención de otros países al respecto.

De igual modo, fueron esas presiones políticas las que causaron que Washington cambiara sus protocolos en cuanto a otros objetos voladores no identificados, tres de los cuales fueron derribados casi inmediatamente después del evento del globo. Aún así, la Casa

Blanca ha tenido mucho cuidado en diferenciar los hechos, no atribuyendo esos tres objetos—que no eran globos—al espionaje chino.

El episodio, no obstante, ha revelado el daño que puede hacer la brecha en las percepciones y en las comunicaciones entre potencias rivales, pues está resultando en una crisis que al menos los dos presidentes, Xi y Biden, no parecían desear.

China-EU: La brecha en la comunicación e interpretaciones

Biden fue informado del globo desde el lunes 30 de enero y aparentemente decidió no derribarlo hasta en tanto no se hicieran las gestiones diplomáticas correspondientes, pues sabía que esto descarrilaría el proceso de distensión en curso. La explicación que se dio un par de días después es que, si se destruía, los desechos del artefacto podrían generar peligro para la ciudadanía. Sin embargo, pasando los días y tras la controversia política suscitada a raíz de un objeto chino del tamaño de un edificio que, según se indicaba, estaba recolectando información militar sensible, no tuvo alternativa que proceder.

Para Beijing, en cambio, EU infló el tema fuera de toda proporción. En primer lugar, porque, más allá de que Beijing no reconoce que se trate de un evento de espionaje, la realidad es que Washington también espía a Beijing (China dice que EU también ha enviado globos a sobrevolar China; la Casa Blanca lo niega, pero lo que no se niega es que existan otros métodos de espionaje mutuo). En segundo lugar, Beijing, desde su perspectiva, estaba haciendo todo lo posible por desactivar la crisis antes de que escalara. Ahí es en donde están las fallas comunicativas. Según reporta el NYT, tomó tres días a los funcionarios chinos explicar a Washington que estaban intentando desviar el globo para sacarlo de cielos estadounidenses. Desde la óptica de la Casa Blanca, China actuó de manera tardía e insuficiente. Desde la versión china, el globo—espía o no—nunca tuvo el propósito de llegar hacia territorio continental estadounidense, sino que se desvió desde el Pacífico hasta Alaska y de ahí hacia el sur.

En cualquier caso, la ineficacia de ambos gobiernos para comunicarse, para establecer líneas mínimas de comportamiento y entendimiento, y mecanismos de desactivación de crisis, sí terminó por hacer explotar el proceso de distensión que Biden y Xi habían lanzado unos meses atrás. Blinken canceló su viaje a Beijing, el que hubiera sido el primero de un secretario de Estado a ese país desde 2018. El globo fue derribado, y Washington mostró su determinación a seguir derribando esta clase de objetos, sean chinos o no, sean globos o no. La retórica exaltada fue reencendida. Ambos países se siguen acusando mutuamente y rápidamente retornamos al entorno previo a noviembre.

En otras palabras, si analizamos cuidadosamente lo sucedido entre noviembre y enero en lo relativo a China-EU, podríamos decir que ambos presidentes, Xi y Biden, saben de la importancia de estabilizar su relación en este momento tan geopolíticamente complejo para el planeta y, sin embargo, ya sea por un accidente, o porque actores internos en China así lo planearon, o porque actores internos en EU ejercieron la suficiente presión, la situación se salió de sus manos. Habrá que observar si ambas administraciones tienen capacidad, en un futuro, de restaurar el proceso de distensión, y si esta fenomenología no explicada, sigue siendo cada vez más atribuida a un país con nombre de rival.

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