Geert Wilders, quien ganó hace unos meses las elecciones en los Países Bajos, dice que busca colocar a su país primero que nadie; "devolver los Países Bajos a los neerlandeses". Esto, por supuesto, se asemeja al “Make America Great Again” o el America First de Trump. Pero ya el año pasado señalábamos que esto también se relaciona, de manera directa, con el grito de la primera ministra italiana Giorgia Meloni de “¡Italia y los italianos primero!”, reflejando políticas similares en torno a la migración y asilo de la UE. Con el tema migratorio en el centro de su agenda, Wilders hablaba de detener el “tsunami” del asilo. Así que, si venimos siguiendo con detenimiento toda esta serie de factores, los avances de las extremas derechas en Europa en las elecciones parlamentarias del domingo pasado no tendrían por qué sorprendernos demasiado. Esto no significa que el nacionalismo, el populismo o la extrema derecha, estén tomando el control de toda Europa. Los partidos de centro, en lo general, lograron sostener su mayoría. Aún así, es necesario comprender que se trata de un fenómeno global en crecimiento. Se necesita entrar de fondo en el tema de manera mucho más compleja. El texto de hoy busca apenas aportar unas pistas al respecto.

Podríamos iniciar por decir que, si nos parece que se trata de un fenómeno en el que podemos etiquetar a los votantes como “Hombres, blancos, no-educados (o poco educados), misóginos, racistas, antiinmigrantes, homófobos”, estamos quedándonos lejos del cuadro. También se les etiqueta como “anti-políticos-tradicionales, anti-libre-comercio, globalifóbicos, anti-europeístas”, y toda una serie de categorías que resultan útiles para simplificar el tema. El gran problema es que esas categorías se quedan demasiado cortas. Se quedan cortas para explicar, por ejemplo, en EU, el voto de mujeres-sí-educadas-no-ubicadas-en-el-Rust-Belt, el voto de personas de ascendencia de inmigrantes, o el voto de tanta gente que no cae en ninguna de las etiquetas de los “antis” arriba mencionados, que solo desea el bien a su prójimo y lo mejor para sí, sus familias y su país. A veces pareciera que se mira hacia abajo a quienes han elegido opciones que se salen de la política tradicional, o que proponen discursos alternativos. Por ello, como dije, vale la pena aproximarse al análisis de formas más complejas. Propongo las siguientes vertientes para hacerlo. No son vertientes desconectadas o que aparecen por orden de prioridad, sino factores que coexisten y que en ciertos países pueden sumar más que en otros, pero que se encuentran presentes en una gran parte del planeta.

1. La vertiente económica. No se necesita conocer demasiado para detectar que, a medida que la crisis del 2008 fue golpeando el empleo y el bienestar de las clases medias en países como España, Italia o Grecia, el sentimiento anti-europeísta fue aumentando y con ello, el respaldo a movimientos que proponían la salida de sus países de la UE. Pero hay que ir más allá puesto que el tema no se limita a Europa. Desde la desocupación juvenil en el mundo árabe—que, junto con otros factores, en 2011 termina por producir una ola de manifestaciones y revueltas en 18 países de la región—hasta el desencanto de los trabajadores en estados como Ohio o Michigan, estamos y seguimos ante una crisis honda y de largo plazo en el sistema capitalista financiero global. Un sistema que ha sido incapaz de incluir a determinados sectores golpeados por la segmentación transnacional de los

procesos productivos—que ocasiona que las fases de producción se trasladen de país a país, a conveniencia—o afectados por los avances tecnológicos que reducen la necesidad de mano de obra. En la época post-COVID, uno de los temas que más impactan de país a país es el fenómeno inflacionario pues ello se traduce en la experiencia inmediata de las personas con la economía: “mi empleo”, “mi sueldo”, y el costo de la vida, son componentes básicos para mi percepción acerca de la economía.

Esto no explica la totalidad del aumento del respaldo hacia movimientos populistas, pero sí una parte, sobre todo si consideramos la capacidad de determinados líderes para canalizar el descontento que las circunstancias económicas generan y elaborar un discurso convincente de mensajes y “soluciones” simples para resolver ese abandono percibido por parte de ciertos estratos de la población.

2. La vertiente de la inmigración, el miedo y la inseguridad. Repito, no se trata de un fenómeno nuevo. Pero tenemos que examinar su evolución a lo largo de al menos de la última década. Por ejemplo, no es casual que, ante el aumento del terrorismo en la década pasada, de acuerdo con encuestas del 2016, entre los republicanos había un número mucho más amplio de gente ansiosa por la posibilidad de ataques terroristas que entre demócratas. Y de todas esas personas, quienes más se sentían vulnerables eran quienes decían que votarían por Trump; 96% de esos electores consideraba que era probable (algo o mucho) que próximamente ocurriría un atentado terrorista, comparado con un 64% de quienes indicaban que votarían por Clinton (Quinnipiac U., 2016).

Pero esto, nuevamente, es más profundo. De acuerdo con el Índice Global de Terrorismo (2016), uno de los motores fundamentales del crecimiento de esta clase de violencia en el mundo era la inestabilidad en sitios como Siria, Irak o Afganistán. Esos mismos tres países fueron durante años los primeros expulsores de refugiados que intentaban llegar a Europa.

Actualizando datos, podemos observar que el número de solicitantes de asilo en el continente ha crecido considerablemente desde el 2020 (Comisión Europea, 2024). Siria y Afganistán siguen siendo dos de los mayores expulsores de refugiados, pero ahora, Turquía y Venezuela se añaden a los primeros lugares de esa lista.

Es interesante observar que países en donde la extrema derecha tuvo un desempeño notable el domingo, como Francia, Alemania, España e Italia, representan los países en donde más personas solicitan el asilo señalado.

Así que, sumando piezas, otra parte del aumento del apoyo a movimientos nacionalistas o populistas, se relaciona no solo con el ascenso del sentimiento de vulnerabilidad de las fronteras y de la seguridad individual o familiar, sino, una vez más, con discursos de mensajes sencillos, que proponen respuestas rápidas y poco complejas pero atractivas para atender ese miedo y esa percepción de fragilidad: “bombardear a ISIS hasta el infierno”, “cerrar las fronteras ante los riesgos”, “construir el muro”, o como dije arriba, “devolver Italia a los italianos” Si además de ello conectamos estas nociones con el tema económico arriba mencionado, tenemos entonces un discurso doblemente seductor: los extranjeros no solo vulneran nuestra seguridad, también se roban nuestros puestos de trabajo; por tanto, basta solo cerrarles el paso, y se resuelven ambos problemas de un solo golpe.

3. Otra vertiente imposible de desconectar de las anteriores, tiene que ver con la erosión de la confianza en instituciones. Instituciones que son percibidas ya sea como corruptas o ineficaces, o bien, simplemente distantes de los asuntos que importan a las personas. Revise, solo para darse una idea, el barómetro de confianza Edelman 2024 recientemente publicado. Lo primero que resalta es que países como Alemania o Francia—dos de los sitios en donde las últimas elecciones del parlamento de la UE mostraron enormes avances de la derecha extrema—se encuentran en la “zona roja de la desconfianza”, al igual que muchos otros países europeos, o al igual que Estados Unidos o la Argentina que favoreció a Milei.

Todos ellos son países en donde la desconfianza en instituciones como los gobiernos, es brutal. Es este sentimiento tan repetido acerca de la distancia percibida entre el yo de la calle y mi gobierno. Macron, como expresaban participantes de las protestas de los chalecos amarillos, muy preocupado por el cambio climático y por resolver asuntos globales, cuando a “nosotros, que tenemos que pagar su impuesto verde a las gasolinas, no nos alcanza para llegar al final de la quincena”. Los gobiernos lejos de las preocupaciones de la calle. Y no es solo lo económico, sino el sentimiento de que las crisis no pegan a todos de formas parejas.

Pero a eso hay que sumar la percepción de la mentira y manipulación; 63% de una muestra global piensa que sus gobiernos y sus líderes no dicen la verdad; 64% de encuestados piensa que los reporteros y periodistas manipulan la información a propósito. Esto es altamente consistente con estudios globales efectuados a lo largo de años, y también añadiría, por cierto, que es consistente con estudios que hemos efectuado acá mismo en México a lo largo también de años. En palabras simples, se trata de un altísimo nivel de desconfianza en las instituciones que, en la mayor parte del mundo, no se ha encontrado cómo atender.

Así que, más que etiquetar o categorizar, normalmente mirando con desdén a las amplias capas de las poblaciones que han optado por elegir opciones alternativas, a veces extremas, tanto de derecha como de izquierda, vale la pena intentar escuchar y reflexionar más a fondo acerca de la frustración social, el miedo, la desconfianza en nuestras instituciones y mecanismos tradicionales, acerca de la incapacidad de nuestros sistemas políticos y económicos para ofrecer respuestas ante ciudadanos que hoy se sienten vulnerables y abandonados. Y quizás desde ahí, desde un mayor nivel de humildad, tratar de pensar, en soluciones más integrales y profundas.

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