Tras la victoria de Trump, de manera inmediata, empecé a recibir una verdadera lluvia de análisis de todas partes del mundo. Esto incluía textos de la prensa, ensayos en revistas especializadas y evaluaciones por parte de centros de estudio y pensamiento. No habían pasado 24 horas cuando todo el planeta ya se aventuraba a responder preguntas, esencialmente en estos ejes: (a) ¿Por qué ganó Trump y por qué perdió Harris?, (b) ¿Cómo es que la victoria de Trump afectará a EU a nivel interno?, (c) ¿Cómo afectará en lo internacional, y particularmente a cada región?, (d) ¿Qué sigue y qué recomendaciones se pueden extraer? Eran tantos los textos, y tan veloz el paso en el que llegaban, que me pareció pertinente detenerme, yo al menos, un momento. Preguntarme: ¿Sí? ¿De verdad? ¿Ya entendimos todos los porqués, todos los “hubieras”? ¿Ya sabemos qué viene y ya sabemos cómo deben reaccionar los actores en EU y en el globo? Escribí entonces un tuit en donde expresé ese sentir, especialmente porque a mi más que a nadie me queda claro que mi trabajo no consiste en esperarme un tiempo para empezar a escribir al respecto. Como ustedes lo saben, acá lanzamos textos inmediatos, a veces de madrugada, para poder contribuir con un grano de arena al entendimiento precisamente de eventos como el regreso de Trump a la Casa Blanca. Pero en la entrega de hoy, prefiero optar por expandir la idea acerca de lo poco que estamos entendiendo muchas cosas que ocurren en EU y en otras partes del mundo.
La semilla de lo que planteo no fue puesta ahora, sino varios años atrás. Era 2016 y Trump acababa de derrotar a Hilary Clinton. En uno de los foros internacionales en los que participo, Walter Mead, un profesor y escritor estadounidense, sugería dejar de juzgar a quienes votaron por Trump. Sugería abandonar las pretensiones de “saber más” o “entender mejor” la realidad que todos esos millones de personas. Sugería, en otras palabras, dejar de analizar el mundo desde una especie de altar académico o elitista, y hacer un esfuerzo por ponerse en el lugar de gente de a pie, que no necesariamente eran “extremistas de derecha”, o “supremacistas” o “misóginos”, u “hombres blancos sin educación”, sino gente común y corriente para quienes el mensaje de Trump simplemente tenía sentido.
Esa sesión hoy me resuena como nunca porque en una gran parte de los textos que estoy leyendo, el patrón sigue siendo similar. A veces a partir de los datos que fluyen, otras veces ni siquiera con datos, arranca veloz nuestro pensamiento categórico, nuestra tendencia a colocar etiquetas a paquetes o grandes grupos de personas. Y sí, esos datos quizás pueden ayudar a explicar una parte. Pero no siempre lo explican todo.
Por ejemplo, para muchos de quienes nos movemos en estos centros de pensamiento o discusión, hay un enorme valor en cosas como la democracia, los derechos humanos, y el sistema de pesos y contrapesos o el equilibrio de poderes. Y qué bueno que así sea. Pero en la mayor parte del planeta, de acuerdo con mediciones como el Barómetro Edelman de Confianza publicado todos los años, o el Latinobarómetro en nuestra región, las personas no asignan ese mismo valor a esas cuestiones, porque simplemente no sienten que esas “ideas” les generan réditos palpables. En efecto, hay una brutal desconfianza en instituciones, en los medios de comunicación tradicionales, en las élites de los centros universitarios y de pensamiento.
Pero nada de eso es nuevo. Llevamos años hablando de ello y la verdad es que hemos entendido muy poco acerca de cómo se produce esa desconfianza y en todo caso, cómo se puede revertir. Y como ignoramos las formas para revertirla, se vuelve relativamente simple que alguien como Trump, o muchos más en el mundo, compitan contra esas instituciones, contra los medios, y contra esos sesudos estudios que indican cosas como que la “expulsión de migrantes generará más inflación y dañará el crecimiento económico en EU”. Un mensaje como este último no solo es difícil de comunicar, sino que, a nivel estructural, la confianza en el emisor del mensaje está brutalmente fracturada.
Así que, efectivamente, buena parte de la explicación de la victoria de Trump probablemente está en los bajos niveles de aprobación que Biden mantiene desde hace años, o en la inflación, o en que ese presidente debió abandonar la contienda desde antes, o en que Harris no pudo realmente deslindarse de él. Todo eso es cierto. Pero nada de ello nos explica los altísimos niveles de votación que Trump viene consiguiendo desde hace más de ocho años, mucho antes de esta inflación, de la pandemia o de Biden. Tampoco nos explica la raíz de la desconfianza de tantas sociedades en el planeta en sus instituciones o en los medios, o en las élites.
Un grupo focal que condujo el NYT, revela, me parece, algunos motivos justamente para cuestionar nuestras certezas. Por ejemplo, cuando se hablaba acerca de los cargos por los que Trump ya ha sido declarado culpable, Jonathan, un gerente de operaciones de Florida responde esto:
“Necesitas recordar por qué Trump es la opción para millones de personas. Trump representa un shock al sistema. La gente que lo respalda no lo mide bajo los mismos estándares éticos. Es el anti-héroe, el Soprano, el Breaking Bad, el tipo que hace cosas malas, que es un mal tipo, pero que hace esas cosas malas a nombre de la gente que él representa”. Y entonces responde Frank, un hombre de 65 años de Arizona: “Y en 2016 esa es precisamente la razón por la que voté por él”. Y contesta Hillary, una trabajadora social de California: “Yo también”. Y Logan, un abogado de Oklahoma: “Yo también”.
Pero además de los temas acerca de por qué ganó Trump, aventuramos demasiadas hipótesis en demasiado poco tiempo acerca de lo que viene. Aclaro que yo no estoy exento de eso. Entiendo que lo hacemos porque ese es justo nuestro trabajo, y lo hacemos de la manera más informada posible. Pero entre tanto que me ha llegado estos días al respecto de los impactos que Trump podría tener para la guerra en Ucrania, un editorial de The Economist realmente me hizo pensar.
El texto argumenta que de pronto, la victoria de Trump era justo lo que Zelensky podría estar deseando, puesto que, finalmente, le ofrece un camino de salida. Este razonamiento procede de combinar los siguientes factores: Primero, la grandísima mayoría de ucranianos (70-80% de encuestados) se opone a efectuar siquiera una pulgada de concesiones territoriales a Rusia, lo que imposibilita el camino para cualquier esquema de negociación o bien, dejaría a Zelensky como traidor. Segundo, Rusia sigue avanzando paulatinamente en sus conquistas del territorio ucraniano, el tiempo le favorece, las tácticas que Kiev ha empleado no están funcionando, y con ello Putin está logrando lo que buscaba, fragmentar, desgastar y asfixiar a Ucrania paulatinamente. Tercero, todo eso ha ocurrido incluso con el apoyo financiero, en armamento y en entrenamiento por parte de Occidente a Kiev. Así que la continuación de ese apoyo para que Kiev siga adelante con la guerra, imponía enorme presión a Zelensky y al ejército ucraniano para efectuar contraofensivas que ya no están siendo exitosas. Ahora en cambio, argumenta The Economist, Trump podría ser precisamente la salida que Zelensky deseaba para parar la guerra y obtener un escudo que le permita retirarse con cierto decoro.
No sé si The Economist tiene razón, pero justo a eso me refiero. La realidad es que sabemos demasiado poco acerca de tantos temas y posibilidades. ¿Realmente Trump va a gobernar como un “hombre fuerte”? se pregunta Feldstein de la Carnegie, o quizás encontrará alternativas diferentes. O bien, podemos observar a la derecha israelí festejando la victoria de Trump pues asumen que ese presidente les otorgará más respaldo para sus políticas. No obstante, al entrar al detalle de esos temas nos topamos con contradicciones o encrucijadas que no sabemos bien cómo serán definidas en los años que vienen por ese presidente. Trump argumenta que puede negociarlo todo y detener la guerra en Medio Oriente. Pero a la vez sus políticas tenderán a radicalizar a Irán, al menos eso ha sucedido en el pasado. Bajo ese panorama, no podemos descartar que Teherán camine los últimos pasos para armar su bomba atómica. Ese escenario enfrentaría una vez más a Trump ante el dilema de tener que cumplir sus promesas de no permitir que Irán obtenga un arma nuclear, pero a la vez, el no querer involucrar a EU en una nueva guerra en Medio Oriente a ningún costo. Y la realidad pura es que desconocemos lo que Trump, siempre con su comportamiento impredecible y con su America First bajo el brazo, hará bajo ese panorama.
En fin, nada de lo que escribo significa que vamos a dejar de hacer los análisis que en este espacio hacemos. Seguiremos escribiendo puntualmente acerca de cada uno de estos temas. Solo quise compartir que en ocasiones nos hace falta humildad para expresar que de todo lo que ocurre entendemos poco, si acaso. Y quizás ese es un punto de partida para al menos empezar por cuestionarnos internamente, cuestionar no solo nuestras suposiciones básicas, sino incluso las preguntas que nos hacemos, y las bases a partir de las cuales hemos construido nuestras comprensiones sobre lo que pasa en el mundo.
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