Últimamente la palabra “terrorista” se utiliza por toda clase de actores para nombrar a casi cualquier clase de violencia. Se usa el término para nombrar a “mi enemigo”, lo mismo para denominar un ataque militar que forma parte de una guerra, un bombardeo aéreo o una masacre, que a manifestantes que rompen vidrios o pintan monumentos. Pareciera que si la violencia “causa terror” es sujeta a ser llamada por el rival como “terrorismo” omitiendo las especificidades que le caracterizan. El problema es que cuando un término deja de delimitar lo que sí abarca de lo que no abarca y puede significar “cualquier cosa”, entonces ese término deja de tener sentido. En cambio, el estudiar y entender el terrorismo, no es cumplir una especie de “capricho” o “ganar una discusión”; por el contrario, el diseccionar y comprender su anatomía nos permite diferenciar esa violencia de otras, y así entonces combatirla de manera más eficaz. Hace unos días murió el Unabomber, una persona que perpetraba actos terroristas que podríamos llamar clásicos o típicos. Aprovechamos esta coyuntura para hablar de esos actos, de su ideología y explicar qué es lo que distingue la violencia que él empleaba de otras violencias que son igualmente lamentables, pero distintas.

El terrorismo no es cualquier clase de violencia que causa terror, sino violencia cometida contra civiles o no combatientes, que es pensada y premeditada PARA causar terror, pero en terceras personas, aquellas que no necesariamente viven el evento, sino que tienen contacto con la narrativa del mismo. Alguien les cuenta la historia: voces, fotos, videos, noticias, redes. Eso coloca en estado de conmoción a esos terceros, muchos de quienes se sienten víctimas en potencia (“esto me podría pasar a mi”), y así, psicológicamente afectados, reciben el mensaje que es enviado por la persona o grupo perpetrador. El terror es entonces un vehículo usado para alterar decisiones y conductas (de esos terceros) quienes ahora se sienten presionados o ejercen presión sobre dirigencias o actores sociales. Como resultado de ese proceso en la psique colectiva de la sociedad afectada, el perpetrador percibe que sus metas políticas, ideológicas o religiosas, pueden avanzar.

Así, el terrorismo resulta eficaz no en la medida en que consigue daños materiales o muertes, sino en la medida en que el perpetrador logra comunicar sus metas de mejor manera, a más gente y más rápidamente; en la medida en que logra afectaciones psicosociales que ocasionan cambios de conducta o que impactan decisiones. Un ataque terrorista puede llevarse a cabo solo mediante amenazas, secuestros, o puede resultar en un saldo blanco; la cantidad de personas heridas o muertas no es consecuente si el acto funciona bien como mecanismo de propaganda política. Es por ello que hay personas o grupos que sienten que es solo de este modo que pueden eficazmente conseguir sus fines o propagar sus mensajes. El terrorismo es un acto comunicativo que usa a la violencia y a sus víctimas solo como instrumentos en esa perversa comunicación.

Ese es justo el caso del Unabomber, Theodore Kaczynski, un prodigio matemático, graduado de Harvard cuyas decenas de atentados entre 1978 y 1995, mataron a tres personas e hirieron a 23. Sobra decir que cualquier persona inocente que muere en un acto violento es demasiado, y que esa persona nunca debió morir; no obstante, cuando comparamos en la esfera material a esa clase de violencia con muchísimos otros tipos de homicidios, asesinatos o masacres que se cometen todos los días en el mundo, el terrorismo es decenas de veces menos consecuente que esas otras categorías de violencia. Esto es porque el terrorismo no es violencia material, sino psicológica, que usa lo material solo como instrumento para comunicar. Las decenas de atentados perpetrados por el Unabomber en esos años consiguieron justo eso, comunicar, sin importar cuánta gente resultó víctima directa tras sus actos.

El apodo de “Unabomber” surgió porque sus primeros ataques eran en contra de universidades (UN) y líneas aéreas (A por “Airlines” en inglés): UN-A-BOMB que se terminó convirtiendo en “Unabomber”.

Después de haberse graduado en Harvard en 1962, obtuvo un doctorado en matemáticas de la Universidad de Michigan en 1967 y se convirtió en profesor de esa materia en Berkley. Sin embargo, siendo un feroz crítico de la modernidad y la industrialización, terminó por desilusionarse de la “vida en la civilización” y en 1971 se mudó a una cabaña remota en Montana, en donde vivió aislado durante los siguientes 25 años. Durante este tiempo, escribió su manifiesto "La Sociedad Industrial y su Futuro", que delineaba su filosofía de radical anti-tecnología.

Los estudios de terrorismo se concentran mucho en estas etapas en la vida de las personas que posteriormente cometen atentados. Una de las teorías existentes se conoce como la Escalera o Escalinata de la Radicalización, de Fathali Moghaddam. Se trata de un proceso que avanza por etapas en las que la persona pasa de ser un convencido de que hay algo mal con el entorno que necesita cambios, atravesando a veces por fases en las que esa persona intenta luchar políticamente con los medios a su alcance para avanzar en esos cambios, hasta una frustración que termina por radicalizarle y convencerle de que solo el uso de la violencia permitirá enviar su mensaje o conseguir alguna clase de impacto.

Esto es lo que lleva a Kaczynski a iniciar en 1978 una campaña de bombardeos contra personas que él creía que estaban promoviendo la causa de la tecnología y la industrialización. Durante los siguientes 17 años, envió por correo o entregó de mano a mano 16 bombas que mataron a tres personas e hirieron a otras 23. Quizás lo más consecuente de sus actos sobrevino en 1995, cuando ofreció a dos diarios de impacto global, el New York Times y el Washington Post, que detendría sus ataques si esos diarios publicaban su manifiesto. El FBI, que llevaba 17 años persiguiéndolo, recomendó dicha publicación para salvar vidas. Los diarios optaron por hacerlo y fue así como en última instancia, el Unabomber consiguió su fin último: una plataforma global para propagar sus ideas; algo que solo sus atentados y su violencia lograron para él.

Millones de personas supieron de su mensaje. Esto le generó por supuesto una gran cantidad de críticos, pero también de seguidores. Seguidores duros y seguidores blandos. Los duros (pocas personas) son quienes concuerdan con sus fines y también con sus métodos violentos. Los blandos, no obstante, son esas muchísimas personas que no coinciden de ninguna manera con la violencia, pero sí con sus ideas (total o parcialmente). Esto cierra el círculo del terrorismo y su eficacia.

El Unabomber fue arrestado en 1996, permaneció en prisión hasta ahora y falleció, aparentemente por suicidio, hace unos días. Pero sus actos de hace cuatro y tres décadas siguen siendo comentados. También su ideología. Mucho más en un mundo de redes sociales, en el que esas ideas son muchísimo más accesibles. Hay quienes lo miran como un psicópata cuya locura ocasionó una violencia innombrable. Pero también hay quienes lo consideran un profeta que ya desde hace décadas hablaba de los peligros de la tecnología y la industrialización, y que incluso hoy, someten a debate esas ideas.

Es ahí, en el universo de la mente colectiva, en donde conviven el terror y las ideologías, la propaganda y la comunicación, el espacio en el que la violencia terrorista hace mella. Las estadísticas que reflejan los números de actos, las cifras de personas muertas y heridas en atentados, cuentan apenas un pedazo de la historia, pero no esa otra, la inmaterial. De ahí la seriedad del tema, especialmente en un mundo en el que las ideas viajan con velocidades y amplitudes que en tiempos del Unabomber nadie hubiese sospechado. Los terroristas de hoy no necesitan pedir permiso al New York Times o al Washington Post para conseguir que sus manifiestos o su propaganda vuelen lejos y alto, y alcancen a personas ubicadas en continentes y sitios distantes. Y de ahí que el terrorismo debe ser estudiado con seriedad, eliminando la carga política de que se ha dotado al término, como una violencia que necesita ser abordada de manera diferenciada y específica.

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