El 31 de enero de este año, en una visita oficial a Washington del emir de Qatar, Biden anunció que nombraría a ese país “Aliado Mayor No-Miembro de la OTAN ”, un nombramiento que EU concede solo a socios muy especiales. Justo por esos días, la nota global era el inicio de los juegos olímpicos de invierno en Beijing, el boicot diplomático que EU y sus aliados llevaban a cabo contra esos juegos y la llegada de Putin a China como invitado especial. Todos los medios hablaban acerca de los abrazos entre Xi y Putin, el respaldo político de Beijing a las “legítimas aspiraciones de seguridad rusas” (días antes de su invasión a Ucrania), y de las frases como “nuestra relación no tiene límites”. Bien, pues el emir del recién nombrado “Aliado Mayor” de Washington llegaba también a China, asistía a eventos y ceremonias, y dejaba en claro que su alianza con EU no podía poner en riesgo sus intereses con Beijing. Esta es solo una muestra de la política exterior que Doha ha deseado y ha podido desplegar en los últimos años. Y ello le lleva hoy, a pesar de su relación estratégica con Washington, a exhibir un balance al respecto de Ucrania. No solo eso; gracias a su poder—duro y suave—Qatar se va convirtiendo en un actor cada vez más atractivo para tener de socio y a la vez, un actor que pocos desean enfrentar.
Pensemos por ejemplo en la Primavera Árabe: La cifra mágica, 1,500 millones de dólares, era mencionada una y otra vez cuando las manifestaciones ardían en Egipto por aquellos días del 2011. Era el monto que Washington destinaba en ayuda militar al Cairo. Una suma nada despreciable. Hasta que, tras la caída de Mubarak y el ascenso de Morsi, un miembro de la Hermandad Musulmana, llegó Qatar ofreciéndole 8,000 millones de dólares, un monto cinco veces mayor, para fortalecer su presidencia (y con ello, catapultar el emergente rol que Doha pretendía jugar la región). En efecto, tras la convulsión generada a causa de la Primavera Árabe, Qatar encuentra un área de oportunidad. En su lectura, los actores más beneficiados por las caídas de presidentes y dictadores que la ola de protestas estaba produciendo, iban a ser los movimientos islamistas. De modo que, establecer relaciones especiales con esos actores, era la mejor estrategia para tejer la proyección que el emirato buscaba. Así, luciendo su gran liquidez, Qatar entra con fuerza a financiar lo mismo a islamistas moderados en Túnez y Egipto, que a islamistas de corte más radical como Hamás en Palestina, o algunas de las milicias que conformaban la rebelión en Siria. La cuestión es que estos pasos eran vistos con gran preocupación en Arabia Saudita, en parte por los efectos de contagio que el fortalecimiento de estos grupos islámicos de base pudiera tener en cuanto a la estabilidad en su país y en otros de la zona. Pero lo que más inquietaba a Arabia Saudita era que Qatar estaba dispuesto no solo a ignorar las preocupaciones saudíes, sino a retar directamente a Riad en distintos escenarios regionales.
Esto terminó por llevar a Doha a una serie de disputas políticas con el reino saudí y con varios de sus aliados, quienes terminaron por romper sus lazos diplomáticos con el emirato y por establecer un bloqueo económico y comercial contra Qatar. Ahora, la competencia ya no era únicamente a través del despliegue de poder suave—como el creciente papel que Al Jazeera, un medio financiado por el gobierno qatarí, estaba jugando en lo que se conoce como “la calle árabe”, o como la organización del Mundial de fútbol—sino que ahora, la disputa llegaba a la geopolítica regional. Qatar se aliaba con Turquía, un tradicional competidor de Arabia Saudita en cuanto a influencia en la zona, y ofrecía su patrocinio a grupos a veces distintos a los que apoyaba Riad, y otras veces, como en Libia, a actores directamente enfrentados con aquellos a quienes respaldaban Arabia Saudita y/o sus otros aliados del Golfo.
Más aún, Qatar tuvo que enfrentar la animadversión de Trump tras el boicot saudí. Aunque se trataba de dos aliados estratégicos para Washington, el entonces presidente estadounidense claramente mostraba su inclinación por los saudíes.
De igual forma, Qatar se enfrentó con Rusia en el tema de Siria. Mientras que Moscú respaldaba e intervenía a favor de su aliado, el presidente Assad, Doha apoyó a la rebelión en su contra. Lo mismo en Libia en donde Qatar y Rusia apoyaron a bandos rivales.
Pero la verdad es que, a pesar de todo lo anterior, con todas esas disputas políticas y diplomáticas, y a pesar de las dificultades por años de bloqueo económico ejercido por sus primos hermanos del Golfo, el emirato qatarí resistió. Hasta quizás podríamos decir que resultó fortalecido.
Las disputas entre diversos países árabes y Qatar se han ido disipando. Uno a uno de quienes rompieron relaciones diplomáticas con el emirato, empezaron a tratar de enmendar los lazos. Trump salió de la Casa Blanca e inmediatamente Biden buscó poner las cosas en orden en su relación con Doha. Y sí, Washington ha ido paulatinamente moviendo sus prioridades y se ha estado retirando de Medio Oriente , pero justamente por ello, otros vecinos como Emiratos Árabes Unidos han reorientado su brújula, y han encontrado que está en su interés restaurar sus vínculos con Doha.
En cuanto a Rusia, la realidad es que, a pesar de sus posiciones opuestas en distintos conflictos regionales, Qatar y Moscú mantienen una relación basada en el pragmatismo. Además de tener una amplia agenda de cooperación en temas como deportes, turismo e infraestructura, Doha conserva a la fecha una importante inversión en Rosneft, la petrolera rusa.
Por tanto, la posición del emirato en cuanto a la intervención rusa en Ucrania ha sido, por un lado, expresar su defensa de la soberanía e integridad territorial ucranianas, pero al mismo tiempo, no participar en las sanciones en contra de Moscú.
Es cierto que el emir Sheikh Tamim no desea contrariar a Putin, poner en riesgo sus inversiones y sobre todo su política exterior balanceada. Pero también lo que pasa, es que Qatar lo hace no solo porque quiere, sino porque puede. Es decir, el emirato acaba de ser nombrado “Aliado Mayor No-Miembro de la OTAN” por Washington; podría pensarse que la Casa Blanca esperaría que el 100% de sus aliados estén completamente alineados en sus estrategias contra Rusia (y también contra China). Y, sin embargo, Doha se da el lujo de mantener sus equilibrios y exhibirlos a placer.
Uno de los motivos, obviamente, es que Qatar está siendo visto por Occidente como una fuente alternativa para sustituir la energía rusa. Es imposible que esto ocurra en el corto plazo, pues como afirma Doha, 85% de su producción de gas ya se encuentra contratada. Sin embargo, el emirato está ya mismo invirtiendo decenas de miles de millones de dólares para incrementar esa producción en dos terceras partes para 2027 (NYT, 2022) y la mitad de ese gas podría ir a parar a Europa. Pero hay otros factores. El peso del emirato está fundamentado ya no solamente en lo económico, sino también en las redes y alianzas políticas y militares que ha tejido regional y globalmente desde hace años y su capacidad de resistir ante quienes se le han opuesto.
La cuestión de fondo es comprender que en medio de todo lo anterior, el interés de Qatar está no en ayudar a otros, sino en incrementar su propio poder e influencia, y que su capacidad para hacerlo y para mantener sus balances, parece estar orillando a actores regionales y globales a asumir que no tienen alternativa sino coexistir con esos intereses. En lo regional, por ejemplo, actores como Egipto, Israel o la propia Arabia Saudita, seguirán teniendo que acomodar sus agendas con las de Qatar, le pese a quien le pese. En lo global, como ahora mismo vemos, Occidente tendrá que asumir que el emirato seguirá siendo una de esas válvulas de oxígeno que Rusia tanto necesita en estos momentos, o que difícilmente será posible oponer a Doha contra China cuando la atención se oriente nuevamente en esa dirección.
Así que, cuando estemos enganchados en el mundial de fútbol dentro de unos meses, y a pesar de todas las críticas en temas como democracia o derechos humanos que se puedan ejercer contra el emirato, deberemos recordar que hay demasiadas agendas que sostienen y que probablemente seguirán haciendo crecer su poder.