¿Cómo se mira la geopolítica regional y global desde Tokio? ¿En qué difiere esa apreciación de la que se puede observar en Estados Unidos u Occidente? ¿Qué ha cambiado en los últimos años, y especialmente los últimos meses? ¿Qué efectos por la guerra en Ucrania son percibidos en Asia? ¿Cuáles son los mayores riesgos y cuáles las estrategias para enfrentarlos o mitigarlos? ¿Cómo ha evolucionado la alianza estratégica entre Japón y Washington en los últimos años? ¿Ha cambiado la perspectiva pacifista, de desarme y no proliferación de Japón? ¿Qué escenarios se prevén si Trump llegase nuevamente a la Casa Blanca? ¿Y en este entorno, cómo de percibe a América Latina y a México en particular? Estas son algunas de las preguntas que hice a lo largo de varios días en los que tuve oportunidad de entrevistarme con distintos actores en este país al que fui invitado por el ministerio exterior en Tokio.

Más allá de datos o elementos que quizás podemos leer en análisis o reportes diversos, la intención de mis conversaciones buscaba explorar sus percepciones, su sentir acerca de lo que está pasando en el mundo, especialmente a la luz de su historia puesta en relación con su presente inmediato. Estas son algunas de las ideas que me fueron compartidas:

1. Quizás hay que empezar por comprender que Japón no es Estados Unidos o Europa. Parece una afirmación obvia, pero, dada la alianza militar entre Tokio y Washington, y su proximidad con Occidente en temas geopolíticos, no sobra efectuar las debidas distinciones. Japón es miembro del G7 y, como parte de ese bloque, ha sido uno de los países más activos en temas como sus condenas y sanciones contra Rusia tras su intervención militar en Ucrania. No obstante, su entorno geopolítico es distinto y eso, naturalmente, alimenta percepciones y perspectivas diferentes a las que se pueden apreciar, por ejemplo, desde Washington.

2. Japón tiene demasiado cerca—algo que es imposible de ignorar—a tres potencias nucleares (China, Rusia y Corea del Norte), cuya asociación viene creciendo a raíz de la guerra en Ucrania entre otros factores. De forma que, lo que en Washington a veces pudiera apreciarse como lejano, se percibe muy distinto cuando, por poner un caso, los misiles norcoreanos sobrevuelan el territorio japonés de manera cada vez más frecuente, activando alarmas y produciendo nerviosismo entre la población.

3. Concretamente, entre algunos actores se alcanza a percibir la preocupación de que la historia se repita una vez más, y que un conflicto en Europa desencadene el conflicto en Asia. La preocupación puede entenderse mejor cuando se observan cosas como el tren de Kim Jong-un llegando a Rusia para sellar el pacto que aportará municiones y equipo militar fresco a Moscú para su guerra en Ucrania a cambio de cooperación en tecnología de misiles y satélites. Esto, para Japón, ocurre en la esquina de casa y tiene, por tanto, impactos peculiares sobre la percepción de la propia región y sobre cómo Tokio debe actuar al respecto.

4. Entonces, el tema no es solo la historia, el pasado, o la naturaleza de la alianza entre Estados Unidos y Japón, sino acerca de cómo todo ello viene evolucionando especialmente en los últimos meses y semanas. Eso coloca varias preguntas no sobre las características de dicha alianza sino sobre su futuro. El análisis, si bien informado por la historia, tiene que efectuarse desde 2023 hacia adelante.

5. Dos riesgos/preocupaciones centrales continuamente repetidas: la posibilidad de arrastre o abandono. ¿Qué tan viable es que Japón sea arrastrado a un conflicto de manera indirecta o no intencional? Por ejemplo, una posible intervención militar china en Taiwán y el potencial de que ello derivara en un conflicto entre Beijing y Washington. O bien, una escalada en la península coreana que arrastrara también a Japón al conflicto. O, del otro lado, la posibilidad de que Washington decida, por cuestiones de seguridad nacional propias o bien, por cuestiones políticas, no defender a Tokio en caso de un ataque.

Pongamos un caso concreto que fue elevado como hipótesis en las conversaciones que tuve: imaginemos que Pyongyang cuenta ya con la tecnología balística para atacar nuclearmente ciudades estadounidenses (cosa que aún no se puede confirmar, pero tampoco descartar—se estima que a Pyongyang le faltarían quizás algunos pasos para finalizar la tecnología de reingreso a la atmósfera de los misiles balísticos intercontinentales que ya ha probado, pero ese estimado es de algunos años atrás, y quizás eso ya ha cambiado). La pregunta que desde Japón se hace es, ¿qué pasaría si cierto presidente en Estados Unidos, considerando el riesgo que podría correr alguna ciudad estadounidense por un ataque de represalia de Pyongyang, opta por no defender a Japón? ¿Sacrificar Los Ángeles o San Francisco por Tokio? Quizás alguien en la Casa Blanca diría: “Not gonna happen”. Esa sola situación hipotética arroja enormes interrogantes: ¿Debe entonces Japón incrementar su postura militar para poder disuadir un ataque contra su territorio? ¿Tendría Tokio que eventualmente desarrollar su propio programa nuclear?

Estas preguntas son muy duras de responder por el rol que juega la cuestión nuclear en el imaginario japonés, como parte de su muy comprensible y lamentable trauma colectivo. Aún así, para ciertos actores, eventualmente, la cuestión de un programa nuclear propio como factor disuasor ante tres potencias nucleares en su alrededor, será algo que habrá que al menos conversar eventualmente. Hay quien piensa incluso que el día que esta situación se active a causa de distintos factores que pudiesen ser percibidos en Tokio como detonantes, lo hará muy velozmente. Por ahora, sin embargo, según otros actores ubicados en un campo quizás más moderado, hay otras estrategias que se pueden implementar para contener ese tipo de riesgos.

6. El diálogo. Me llama la atención el énfasis que, a pesar de todas las circunstancias señaladas, se pone en la estrategia de un diálogo paralelo a una postura disuasiva, particularmente con China. Esto tal vez puede tener cierto paralelo con las estrategias más recientes de la administración Biden. Pero, francamente, sentí un mayor énfasis en esta parte del mundo en empujar al máximo posible los canales de comunicación. Es natural, insisto. En primer término, acá no se está hablando mayormente (yo no lo escuché una sola vez en mis pláticas) de “desacoplar” o “desvincular” a la economía japonesa de la la china (como sí sucede en EU o Europa), altamente entretejidas, y por tanto los incentivos para la cooperación parecen seguir siendo percibidos como enormes.

Segundo, lo que en Estados Unidos puede ser visto como herramienta paralela de canales de comunicación para “administrar el conflicto”, acá es percibido más bien como una estrategia vital. Toda oportunidad que se brinde al diálogo y a la cooperación (sin descuidar la capacidad de disuasión), es altamente valorado y por tanto impulsado desde esta parte del mundo.

7. La intervención china en Taiwán (potencialmente alrededor de 2027) es percibida quizás como la mayor amenaza inmediata. Partiendo de esa fecha crucial que Xi Jinping señaló al Ejército Popular de Liberación chino como límite para estar preparados ante una posible acción militar sobre la isla que Beijing reclama como parte sustancial de su territorio, es de señalar que este fue, de todos, el tema más repetido como riesgo. Es comprensible. Tras la visita de Nancy Pelosi en 2022, China efectuó ejercicios militares en seis puntos alrededor de Taiwán, lanzando entre otras acciones, misiles sobre su territorio; cinco de esos misiles cayeron en la zona económica exclusiva marítima de Japón. Esto coloca todas las alertas ya no solamente en lo que intencionalmente pueda planearse de acá al 2027, sino en la serie de pasos que están siendo tomados hoy, 2023, que pueden elevar los riesgos de escalamiento, riesgos que, nuevamente, desde acá son vistos como asunto local.

8. El factor Trump. Era importante para mí, a lo largo de mis conversaciones, entender hasta qué punto estaba siendo incorporada la posibilidad del retorno de Trump a la Casa Blanca. No percibí un consenso al respecto. En algunos casos, sí, el temor reiterado de que, en cierto punto, alguien como Trump pudiera actuar muy al estilo “America First”, poniendo la seguridad de Japón en un segundo plano. También hubo, sin embargo, varias voces que señalaron que, durante el período previo de Trump, Tokio pudo asegurar una buena relación con ese presidente, y, por tanto, consideran que en un futuro se podrá trabajar con él de manera provechosa para ambas naciones.

9. México y América Latina. Encuentro un importante interés de Tokio en nuestra región y en nuestro país. Lo digo de manera seria, algo que estoy seguro no debe sorprender a las personas de nuestro servicio exterior y nuestra cancillería. Lo que pasa es que hay quizás que pensar en un paso adelante. Japón agradece el diálogo que existe entre nuestros países en un alto nivel, y al mismo tiempo parece estar convencido de que puede haber más presencia de nuestra parte, y que se puede apostar por algo más ambicioso en términos de nuestra presencia a nivel global. Quizás es algo no muy distinto a lo que ya hemos mencionado por acá varias veces. Somos un país que cree en el multilateralismo y en la solución pacífica de las controversias y que, como potencia media, tenemos un espacio que ocupar en la conversación global actual, de manera más activa y firme. Lo que está pasando en Ucrania nos compete. Lo que pasa en otras regiones como la asiática, también nos compete, porque lo que está en juego son las décadas de paz global relativa que ya dábamos por hecho. Pero no, la paz no es un hecho. Se necesita trabajar por ella, activamente y quizás más de la mano con países interesados también en la estabilidad global.

Hubo más conversaciones, pero acá lo dejamos por ahora. Hablaremos de otros temas más adelante.

Instagram: @mauriciomesch

TW: @maurimm

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.
Google News

TEMAS RELACIONADOS