Las situaciones en Haití y en Cuba se han trasladado rápidamente al escenario de la política en Washington. El tema de Haití, para Estados Unidos, entre otras cosas, toca las delicadas fibras de la inmigración. El tema de Cuba enciende ánimos apenas se menciona. Con decir que, mientras Biden valoraba qué palabras emplear para apoyar a los manifestantes en la isla y exigir a La Habana respetar sus derechos, ya sus adversarios republicanos criticaban su tardanza de 24 horas en responder. La realidad es que Biden tenía un plan de política exterior, y América Latina no estaba en su lista de prioridades. Sin embargo, los sucesos de los últimos días le obligan a tomar decisiones acerca del rol que debe jugar la superpotencia que comanda, por lo pronto en estos dos casos, ya que, tanto Cuba como Haití se cruzan con otros factores que sí le son cruciales. De eso hablamos en las siguientes líneas.
Pensemos en las prioridades para política interna y externa que Biden se había trazado: controlar la pandemia primero, en su propio país y atender la crisis sanitaria (algo que no ha terminado), combatir la crisis económica y reactivar el crecimiento, reducir las tensiones por cuestiones raciales y sociales, y por supuesto, enfrentar la dramática crisis política interna (no olvidemos que el Capitolio, la casa de la democracia en EEUU, sufrió un asalto armado apenas hace pocos meses). Hacia afuera, Biden buscaba reposicionar a Estados Unidos a nivel global, retomar los compromisos internacionales de la superpotencia, recomponer sus alianzas y confrontar a quienes son sus dos mayores amenazas, Rusia y China, temas que verdaderamente le quitan el sueño. Como asuntos paralelos, Biden sigue negociando para reactivar el pacto nuclear con Irán, se encuentra en pleno retiro de tropas de Afganistán para poner fin a la guerra más larga en la historia de su país, pero esto sin que se produzca una crisis de seguridad y manteniendo el terrorismo internacional a raya. A la vez, Biden busca activar un liderazgo que detone la muy herida colaboración internacional a fin de enfrentar retos globales como la pandemia o el cambio climático. Atender todas estas cuestiones al mismo tiempo es ya un enorme esfuerzo para su persona y su equipo. No hay tiempo ni cabeza que alcancen para todo. Pero además de ese gran esfuerzo Biden necesita, para muchos de esos temas, de la colaboración del partido republicano y, por tanto, necesita elegir qué batallas luchar con la oposición y cuáles no.
Cuando Obama inició el proceso de acercamiento con Cuba—el cual culminó con el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países, así como una serie de medidas para reducir el peso del embargo sobre la isla—el entonces presidente tuvo que enfrentar el huracán provocado por todo el sector que se oponía al deshielo, sector ubicado no solo dentro del partido republicano, sino también entre demócratas. Biden, como bien sabemos, era su vicepresidente y, por lo que parece, aprendió la lección.
Luego vino Trump, y criticando esa política de acercamiento de Obama, revirtió varias de las medidas ejecutivas que había implementado su antecesor. Su argumento era que el deshielo con Cuba solo había empoderado al régimen y los sueños de democratización de la isla se encontraban cada vez más lejos. Por tanto, además de cancelar algunas de aquellas medidas de Obama, incrementó la presión sobre La Habana con nuevas sanciones.
Biden lleva seis meses en el poder y no ha tocado esas sanciones. Tampoco ha hecho intentos por recuperar el acercamiento que Obama había iniciado. Una explicación podría ser la lista de prioridades que arriba señalé y el corto tiempo que lleva su gestión. Pero más probablemente, Biden había elegido mantener a Cuba como asunto marginal y no tener que enfrentar una oposición en ese tema en estos momentos críticos para su país. En otras palabras, Biden había escogido sus batallas y Cuba no era una de ellas. En su visión, aquel proceso de deshielo iniciado por Obama estaba aún lejos de probar su eficacia como para defenderlo a capa y espada. Además, Trump no había revertido todo ese proceso. Las embajadas y las relaciones diplomáticas seguían ahí. Aún sobrevivían algunas medidas para aliviar el peso del embargo. Para Biden, con eso bastaba para no tenerse que involucrar demasiado con la cuestión cubana.
Sin embargo, los recientes sucesos en la isla le obligan a tomar postura. El tema cubano se inserta velozmente, como siempre, en la agenda de política interna de su país. Y lo que vemos es que Biden ha decidido mantener la línea tradicional de la política exterior estadounidense respecto a La Habana. Más aún, al discurso—en defensa de los derechos humanos y distintas advertencias al régimen—que, como era de esperarse, reproduce, ahora posiblemente tendrá que añadir otro tipo de medidas como pudieran ser sanciones frescas u otras que terminen de revertir las que Obama puso en marcha. El jueves, por ejemplo, el presidente dijo que EEUU podría ayudar a restablecer el internet en la isla que ha sido cortado por el régimen y que estaría dispuesto a enviar vacunas. En lo internacional, Biden se está viendo forzado a defender el embargo, justo unas semanas después de que la Asamblea General de Naciones Unidas lo volvió a condenar con una amplia mayoría. Y una vez más, vendrá algo de presión interna para subir el voltaje de las relaciones con la isla, sin que falte, seguramente, quien demande una intervención militar, al menos en cierto grado (solo considere usted que el propio Trump—quien sigue contando con amplísimo respaldo en su partido—pidió a sus asesores militares un abanico de opciones para intervenir en Venezuela, posibilidad que no dejó de valorar hasta que se le explicó que ello conllevaba riesgos imprevisibles).
Esto conecta el tema cubano con Haití. Tras los sangrientos hechos que terminaron con la vida del presidente Moïse, el gobierno a cargo del país solicitó a EEUU enviar tropas para ayudar a controlar el estado de desgobierno que se ha suscitado. Y, nuevamente, hay voces en Washington que favorecerían esa medida.
La cuestión es que Biden, en línea con Trump, tiene a su país en fase de repliegue, no de expansión. En esto no solo influye su postura política personal—desde que era vicepresidente, argumentaba a favor del repliegue de tropas—sino una cuidadosa lectura de la opinión pública estadounidense, la cual está, por amplísima mayoría, en contra de intervenciones internacionales.
No obstante, el tema haitiano puede ser particularmente sensible pues se cruza con otro de los talones de Aquiles de Biden: la inmigración. La situación de Haití, el país más pobre de América, hoy incluye el impacto de la pandemia en salud, una brutal crisis económica, desabasto, crimen rampante, una crisis institucional que ha resultado en una cámara baja prácticamente vacante y un senado semivacío, a lo que ahora se suma un presidente asesinado y una lucha entre poderes fácticos para controlar el país. En Washington se recuerda cómo es que situaciones incluso menos graves que la actual, han producido olas de migración masiva de haitianos hacia Estados Unidos. Las tensiones de estos días reviven esas preocupaciones.
En ese sentido hay que considerar dos factores: Primero, que el tema migratorio antes de la pandemia era la mayor preocupación entre el electorado estadounidense. Ahora mismo, tras la pandemia y la crisis económica, la inmigración sigue siendo, en distintas encuestas, una de las cinco mayores preocupaciones de quienes dentro de un año regresarán a votar. Segundo, la cuestión migratoria es precisamente uno de los rubros más débiles en el desempeño de Biden, y éste será sin duda, uno de los factores que más serán criticados por sus opositores en los meses que siguen. De manera tal que, si a los cuellos de botella que se han producido en la frontera sur por la migración que procede de Centroamérica y México, ahora se añadieran decenas de miles de haitianos huyendo de la violencia y el hambre, Biden tendrá que tomar decisiones que hasta hace poco no tenía en mente.
Esto incluye, por ejemplo, lograr el difícil balance entre conducirse de manera humana ante la situación dramática que se vive en Haití, y a la vez, contener el riesgo político que le representa una nueva fuente de migrantes. Pero además de ello, la administración Biden, en línea con lo que ha venido intentando hacer, tendrá que pensar en cómo ayudar a reducir el potencial flujo de migrantes desde su origen, ahora desde esta nueva fuente.
En fin, en toda gestión ocurren situaciones imprevistas. Lo que pasa es que la agenda de Biden ya estaba realmente saturada y él hubiese preferido tenerse que concentrar en otras prioridades. Ahora, con muy pocos días de diferencia, Cuba y Haití le brincan como dos temas que simplemente no puede evadir.
Twitter: @maurimm