Todo empieza con un factor detonante. En el caso colombiano, este detonante fue una reforma tributaria. En Chile, en 2019, un alza al costo del metro. En Líbano, un impuesto al Whatsapp. En Hong Kong, una ley de extradición. Las manifestaciones inician y se expanden. Pero pasa que esas manifestaciones exhiben agravios mucho más hondos, de manera que incluso cuando las medidas o factores que activan las protestas son suspendidos o eliminados, las manifestaciones continúan. Debido a la confluencia de este fenómeno en tantas regiones del globo, llevamos años monitoreando el incremento de protestas masivas. De hecho, el Índice Global de Paz 2020, destaca esas protestas como uno de los factores más delicados a atender. América Latina fue una de las regiones que más lo vivió durante el 2019. Luego vino la pandemia. Naturalmente, la frecuencia e intensidad de esas manifestaciones se redujo como lo documenta en su monitoreo la Carnegie Endowment for International Peace. Pero transcurrido un año y, a raíz de lo que ocurre en Colombia, vale la pena recuperar algunos de los elementos que hemos estudiado al respecto, intentando revisar en qué medida estos pueden aportar al análisis de ese caso concreto.
Los elementos que señalo abajo pueden estar presentes en mayor o menor grado, pero es interesante que, en casi todos los casos, esos elementos terminan apareciendo. Por otro lado, el hecho de separar estos factores tiene solo fines analíticos. En la realidad, los elementos que apunto se encuentran fuertemente mezclados.
1. No se trata de fenómenos nuevos en la historia, pero sí parecen estarse acentuando.
Tanto las protestas masivas como sus efectos de réplica en otras partes, es algo que se ha visto en distintos momentos históricos. Sin embargo, lo que estamos apreciando es: (a) un crecimiento aparente de la intensidad de estos fenómenos o al menos de ciertos de sus rasgos, (b) un incremento en la velocidad de su expansión, (c) un incremento en la amplitud geográfica de su impacto. Los mensajes, con su potencial de réplica llegan cada vez más lejos de forma más veloz e intensa que en otros momentos de la historia.
2. Para cada uno de los casos podríamos hablar de factores propios y factores compartidos en distintos niveles. Para simplificar, los divido en: a) factores materiales estructurales y de contexto, b) factores sociales, políticos y psicológicos también de contexto, c) factores detonantes, y d) facilitadores.
3. Factores materiales estructurales.
En algunos de los casos se puede apreciar bajos niveles de crecimiento económico y problemas financieros que fuerzan a las autoridades a impulsar medidas de austeridad, alzas de impuestos o la elevación en los precios de servicios básicos, pero eso varía de caso a caso. En Colombia vamos a ver que esto es justo lo que ocurre a raíz de las afectaciones por la pandemia y un intento del gobierno por recuperar parte de sus finanzas a través de la reforma tributaria. Pero lo que parece común en varios de los países señalados es el crecimiento de la desigualdad, no solo medida por la desigualdad de ingreso, sino la desigualdad en cuanto a acceso a oportunidades, la brecha entre sectores privilegiados y la ciudadanía común. Esto no está desligado de la prevalencia de un sistema global en el que temas como la tecnologización, la relocalización laboral para abastecer cadenas de producción transnacionales, o bien, las crisis financieras o crisis globales como la que se vive ahora mismo, son situaciones con impactos sistémicos que se terminan traduciendo en lo local. En pocas palabras: clases medias que han crecido en muchos países pero que hoy se encuentran empobrecidas o económicamente asfixiadas y son altamente sensibles ante medidas de austeridad, incrementos de precios o nuevos impuestos.
4. Factores sociales, políticos y psicológicos.
“Esto no es acerca de la reforma tributaria”, indica una profesora de 28 años entrevistada por el New York Times en Colombia. “Esto es acerca de la corrupción, la desigualdad y la pobreza. Y todos nosotros, los jóvenes, estamos cansados de ello”.
Este rubro nos habla no ya tanto del impacto material de fenómenos como la austeridad financiera o la desigualdad, sino acerca de cómo estos fenómenos materiales son percibidos por la población, el creciente distanciamiento entre una ciudadanía que percibe a sus élites completamente alejadas de la realidad que viven. Por ejemplo, el sentimiento de que no existen canales políticos adecuados para procesar las demandas sociales y la desconfianza de las sociedades en las instituciones, en la democracia o en los medios de comunicación tradicionales, no son temas exclusivamente locales. Las mediciones internacionales indican, además, que esta desconfianza se encuentra más marcada en las poblaciones jóvenes. El último reporte del Barómetro de Confianza Edelman (2021), detecta que los liderazgos en el mundo se encuentran en crisis; 73% de las personas de una muestra global desconfía de sus gobiernos, altamente percibidos como incompetentes y corruptos. La desconfianza en medios de comunicación tradicionales se encuentra en niveles históricamente bajos.
Se produce entonces una brecha psicológica entre el discurso oficial, los intereses percibidos de políticos y élites, y la sociedad. Los “narradores tradicionales de la verdad”, como los llama Yael Brahms, dejan de ser el referente.
A esto hay que sumar la intensificación de procesos de polarización severa en muy distintos países del globo (revisar el análisis de casos muy diferentes en distintas publicaciones de Carothers y O'Donohue de la Carnegie Endowment for International Peace, incluso ya durante la pandemia). Lo que distingue a estos procesos de polarización es que ésta ocurre ya no por diferencias de opinión o puntos de vista, sino por divisiones y fracturas en las identidades sociales. Crecen los conflictos “tribales”, el “nosotros” contra “ellos”. "No estoy contra ti por lo que piensas, sino por lo que eres y por lo que soy”. Esta polarización que estamos viendo en sitios muy diferentes del planeta, desde la India hasta Australia, desde EEUU hasta América Latina, desde Kenia hasta Hungría o Polonia, activa conflictos sociales. La acumulación de sentimientos colectivos que describo, así como otros relacionados, frecuentemente dispara procesos de radicalización que en algunos casos se pueden manifestar mediante violencia en las protestas masivas o violencia de otra índole.
5. Factores detonantes.
Ante un contexto como el explicamos, basta una decisión, una mecha que prende la llama, para encender manifestaciones como las que estamos viendo, las cuales se esparcen de manera intensa, amplia y muy veloz. El detonante puede ser la decisión de subir ciertos impuestos, o ciertos precios de servicios básicos como el metro en Chile, o la eliminación de ciertos subsidios al combustible como en Ecuador, o el “impuesto verde” a las gasolinas como sucedió en Francia, o las medidas de austeridad en Líbano. En Colombia, lo fue la reforma tributaria. En ciertos casos, estas medidas son exigencias del Fondo Monetario Internacional para poder sostener el financiamiento a un país específico, en otros, se trata de medidas consideradas de emergencia por parte de los gobiernos a cargo. El detonante no necesariamente tiene que ser económico o golpear a las clases medias, sino un elemento que termina por inflamar las llamas de un contexto como el que explicamos arriba, contexto que, como señalo, contiene factores locales y globales.
6. Los facilitadores.
Es imposible entender lo que estamos viendo si no añadimos el rol que en nuestros días están jugando las tecnologías de comunicación y la explosión de la información. Esto va desde la organización de marchas o convocatorias por medio de redes sociales, hasta otro tipo de elementos como la viralización de textos, videos e imágenes que tienden a acentuar sentimientos como el enojo, la frustración, la impotencia, el miedo o la vulnerabilidad y que, de acuerdo con lo que se está investigando, facilitan los procesos de polarización arriba descritos. Por si fuera poco, la explosión informativa permite que personas de muy distintas partes del mundo se enteren y experimenten en tiempo real lo que está ocurriendo en sitios distantes. El video de una mujer libanesa pateando a un guardia de seguridad, por ejemplo, viaja de manera instantánea no solo por todo Líbano, sino por muchos otros sitios del planeta. Esto, a veces, contribuye a que otros movimientos o situaciones similares se repliquen en otros países y regiones.
Hay un facilitador adicional: la respuesta que algunas de las autoridades deciden dar a las protestas. En muchos casos, la decisión de reprimirlas o detenerlas, no hace otra cosa que activar una espiral ascendente que, entre ciertos sectores, puede terminar por incentivar la radicalización. Esto está siendo muy evidente en el caso colombiano en estos días.
En suma, la pandemia oscureció quizás, durante un tiempo un fenómeno global que se estaba manifestando en regiones muy diferentes del planeta. Colombia era justamente uno de los sitios en donde esto estaba ya ocurriendo desde entonces. La situación actual, a pesar de sus particularidades, muestra que la frustración colectiva ha sido contenida ya durante demasiado tiempo. Entenderlo es un primer paso. Comenzar a dar respuestas serias es lo siguiente.
Analista internacional.
Twitter: @maurimm