Típicamente, para hoy, esta columna ya estaría hablando acerca de las implicaciones internacionales de las elecciones en EEUU. Y por supuesto, esa es una revisión que ya estamos iniciando. No obstante, esta no ha sido una elección típica y sigue habiendo demasiados aspectos que deben observarse con detenimiento puesto que pase lo que pase, e incluso si, como todo parece indicar, Biden asume la presidencia el 20 de enero, todo lo que está ocurriendo ya está provocando una serie de efectos internos y externos que tendrán repercusiones para el poder y el comportamiento de Estados Unidos como superpotencia. Partiendo de una serie de textos que se han estado publicando, dedico el espacio de hoy al análisis de la fase que sigue en este proceso electoral, y menciono algunas de las implicaciones internacionales que esta situación ya está provocando.
1. Tal y como se previó, Trump sigue sin conceder su derrota. De acuerdo con los resultados parciales publicados por las autoridades de cada estado, al momento de este escrito, Trump está perdiendo ambos, el voto electoral y el voto popular. Según su postura, sin embargo, esto se debe a que se ha cometido un fraude masivo en su contra. Si se contaran únicamente los votos legalmente emitidos, dice, él ganaría la elección “por mucho”. Esta posición, como se esperaba, ha resultado en decenas de disputas legales iniciadas por su campaña a fin de intentar revertir los resultados en distintos estados.
2. Como expliqué en otro texto, iba a ser esencial observar hasta qué punto Trump recibía el respaldo de actores cruciales en su partido. Hoy sabemos que, en lo general, el partido republicano ha cerrado filas en torno al presidente. Hay, por supuesto, varias excepciones que incluyen no solo senadores y representantes republicanos, sino incluso aliados de Trump como el ex gobernador de New Jersey Chris Christie, o su ex jefe de gabinete Mick Mulvaney, quienes han dicho que Trump no puede seguir alegando que hubo un “fraude masivo” sin probarlo. Otros republicanos como el gobernador de Ohio están reconociendo abiertamente el triunfo de Biden. Pero como dije, a pesar de que las grietas al interior del partido existen y están creciendo, aún no dejan de ser excepciones. El liderazgo republicano en ambas cámaras, así como otros actores importantes en el partido, hasta hoy, defienden la narrativa de Trump y afirman que hasta que cada voto legal sea contado, y cada disputa de fraude sea resuelta, se conocerá al ganador de la contienda.
3. Hay que entender la raíz de ese respaldo político. Aproximadamente 70% de quienes votaron por Trump creen que esta elección no fue libre ni justa (Politico y Morning Consult, 2020). Esto era de esperarse. Podríamos decir que ese 70% es, en esencia, la base más dura de Trump, un porcentaje de personas que confía en él, y que tiende a respaldar su discurso. Como explica el analista Liam Donovan, Trump no solo alimenta a su base, sino que también se nutre de ella, se refleja en ella y le hace eco. En esa base, las convicciones no solo de fraude, sino de una profunda conspiración primero para destituir a Trump y luego, cuando eso no se logró, para impedir que siga gobernando, son reales y sólidas. Para el liderazgo del partido republicano es muy complicado ir en contra de este amplio sector del electorado sin haber dado la batalla, pues ello generaría la impresión de que ellos están abandonando a Trump en su lucha. Como consecuencia, en su valoración, es preferible mantenerse a lado de Trump y asumir los costos que ello implique, a tener que enfrentarlo.
4. Es en ese contexto que hay que revisar la fase en la que se encuentra el proceso electoral. Un artículo de Andrew Prokop en Vox lo explica así: Hay seis estados clave, Michigan, Pensilvania, Wisconsin, Nevada, Arizona y Georgia. En todos ellos, Biden lleva ventaja. En Arizona, esa ventaja es solo de 11,400 votos. En Michigan, de 148 mil. Los demás están en medio. Trump necesitaría revertir los resultados en al menos tres de esos estados para ganar. Esto parece muy poco probable, pero no es del todo imposible.
5. Ryan Enos de Harvard, explica en Twitter que las posibilidades de Trump se basan en la lealtad que le está mostrando el partido republicano y cómo ésta puede operar a nivel estatal. Si los múltiples juicios en proceso se prolongan y se llega al 8 de diciembre sin que varios de éstos se resuelvan, algunos funcionarios y/o legisladores estatales tendrían que intervenir. En cinco de los seis estados que mencioné, la legislatura local es controlada por republicanos. En varios de estos sitios hay jueces que han sido nombrados por republicanos, e incluso, si algunos de esos casos llegan a la Suprema Corte de Justicia, los magistrados nombrados por republicanos son mayoría. Bajo todas esas circunstancias, no es imposible pensar, dice Enos, que determinados estados podrían terminar designando electores que el 14 de diciembre, ante el colegio electoral, podrían votar a favor de Trump a pesar de los resultados que hoy estamos leyendo.
6. Nuevamente, eso tendría que ocurrir en al menos tres de esos seis estados clave, lo que no se ve fácil. Hasta ahora la mayoría de los funcionarios electorales en esos estados, incluidos aquellos en donde el gobierno está controlado por republicanos, han dicho que no hay evidencia de un fraude premeditado. Irregularidades, tal vez sí. Pero nada que cambie el panorama general. Sin embargo, estamos apenas en la fase de los conteos y los recuentos, tras lo cual viene la certificación de resultados, el desahogo de los procesos judiciales y la potencial intervención de legislaturas locales y gobiernos estatales. Hasta que eso no suceda, no se puede hablar de certezas absolutas y esto está ya teniendo un efecto material: la transición formal no ha iniciado. Hay preocupación no solo en el equipo de Biden, sino incluso entre actores republicanos al respecto de los riesgos para la política interna y externa que esto implica, lo que se relaciona con un siguiente elemento:
7. Thomas Carothers, estudioso de la polarización y coeditor del libro Democracies Divided, indica que tendremos que acostumbrarnos a Trump en las tres etapas que le siguen: (a) la disputa por revertir los resultados electorales (etapa en la que ya nos encontramos), (b) una potencial fase de Trump como opositor, controlando ampliamente el partido republicano y tratando de enfrentar al gobierno de Biden en todo lo que pueda (lo que se acentuaría, sin duda, si los demócratas no logran controlar la mayoría en el Senado), y (c) una siguiente fase de Trump como precandidato a la presidencia, lo que según se ha reportado, probablemente buscará para competir en 2024.
8. Con todo, en este punto vale la pena introducir algunos aspectos internacionales. El primero es el tema del reconocimiento: la decisión de líderes en todas partes del globo de felicitar a Biden por su victoria y darle trato de presidente electo. Esta corrida a su favor ha incluido a varios de los grandes aliados de Trump y salvo excepciones entre las que, como sabemos, se encuentra nuestro país, le ha otorgado un valioso respaldo internacional. Esto refleja no únicamente una convicción y una apuesta por un resultado que, ellos consideran, eventualmente se confirmará, sino también la decisión política de jugar un rol a favor de una transición estable en EEUU por todo lo que ello implica para el mundo.
9. Hay un segundo factor: el daño que esta elección está provocando en cuanto a la proyección de poder de la superpotencia. Todo el planeta ha estado con los ojos puestos sobre lo que ocurre. En sitios lejanos de Asia y Oceanía, en rincones de África o Europa y América, todos los medios están siguiendo no solo los conteos, los recuentos, los procesos judiciales o la carrera por el Senado, sino la severa polarización del país, las acusaciones de fraude masivo (y el amplísimo respaldo popular que esas acusaciones suscitan), la indisposición del presidente a conceder y la incapacidad de EEUU de iniciar una transición ordenada. “Estados Unidos se está destrozando a sí mismo”, indicaba un titular de Le Monde. Estos factores están siendo leídos tanto por aliados como por adversarios de Washington.
10. Ante ello, prevalece la conclusión de que la próxima administración estará mayormente concentrada en asuntos internos. Tanto por la pandemia y la situación económica, como por el contexto político del país, Washington, según se estima, no contará con la atención ni la energía para recuperar su liderazgo global. Incluso si hubiera voluntad por un presidente como Biden, sus capacidades serán limitadas. Pero además de ello, ya a estas alturas parece haber una percepción generalizada sobre la dificultad de confiar en la superpotencia hacia el largo plazo. En todo el globo se están planteando preguntas como estas: ¿Quién garantiza que Trump o alguien como él que sepa conectar con esas decenas de millones de votantes que creen en su discurso y en sus políticas, no llegará a la presidencia en unos años? ¿Con qué certidumbre se puede firmar acuerdos con Washington o retornar al rol que EEUU jugó durante décadas en el sistema de instituciones y arreglos internacionales? La desconfianza, dicen, ha sido instalada y ya no se va a marchar.
En fin, esto no ha terminado. Seguiremos pendientes.
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