México es uno de los 25 países más violentos del planeta (IEP, 2022). Lo somos desde hace muchos años. Pero la paz no se limita a la ausencia de violencia, como hemos explicado en este espacio. A su vez, la violencia no se limita a la violencia directa o a las agresiones físicas. Las palabras importan. El discurso importa. Lo que hay detrás de las palabras y el discurso, también importa y no solo alimenta ese discurso o palabras, sino que facilita la comisión de otras violencias visibles. Comprender la construcción de paz desde su raíz, por ende, supone aproximarse a ella desde múltiples niveles, como, por ejemplo, la serie de factores o componentes activos que la conforman o le constituyen, algo que el Instituto para la Economía y la Paz denomina “las actitudes, instituciones y estructuras que crean y sostienen a las sociedades pacíficas”. De igual manera, comprender la violencia desde el fondo, supone valorar sus distintas manifestaciones como, por ejemplo, la que se gesta desde las actitudes. Entre otros instrumentos existentes, la pirámide del odio desarrollada por la Liga Antidifamación (ADL) en los Estados Unidos, es una herramienta útil que nos permite incursionar en algunos de los rasgos de la violencia a que me refiero. No es, por supuesto, la única, pero puede funcionar para tratar de entender cómo es que los individuos y grupos humanos vamos ascendiendo niveles que nos llevan a cometer actos de violencia por odio.
Como explica la ADL, la pirámide inicia con comportamientos sesgados o prejuiciosos que se elevan en complejidad desde abajo hacia arriba. Todas las conductas señaladas representan riesgos de diverso grado, pero en la medida en que las personas o grupos suben en dicha pirámide, en esa medida estos comportamientos pueden traducirse en amenazas a las vidas de otras personas. Quizás la cuestión más relevante señalada por esta organización, es que si los comportamientos en la base de la pirámide reciben la aceptación o se normalizan en una sociedad (o en sectores de la misma), esa aceptación explícita o implícita tiende a facilitar ascensos hacia los siguientes niveles. Cada nivel soporta al siguiente.
La parte inferior de la pirámide consiste en “Actitudes de Prejuicio” o “Actitudes basadas en el Prejuicio”. Estas actitudes incluyen la estereotipación, el miedo a lo diferente, las “micro agresiones” (por ponerles nombre, aunque incluso lo de “micro” podría cuestionarse), el justificar el comportamiento sesgado o tendencioso, entre otras conductas. Este nivel se caracteriza por aceptar la información negativa o falsa acerca del grupo estereotipado, mientras que se desecha o rechaza la información positiva. El proceso del odio, en palabras simples, inicia con el pensamiento categórico: los individuos designados forman parte de una categoría que, mediante un juicio a priori, inmediatamente los ubica en un costal unificado con un mismo nombre tal como “los judíos”, “los musulmanes”, “los gringos”, “los fifís” o “los chairos”. La persona o grupo es así etiquetado dentro de una categoría que “merece” la actitud o comportamiento tendencioso o la “micro agresión”.
De la actitud prejuiciosa se asciende al siguiente nivel de la pirámide: los actos motivados por el prejuicio o el sesgo, los cuales incluyen comportamientos ya más agresivos tales como el bullying, la ridiculización o la deshumanización. Las bromas tendenciosas están ubicadas en este nivel.
Del acto prejuiciado, la pirámide escala hacia la discriminación: el trato desigual hacia las personas debido a factores raciales, religiosos, políticos, de sexo, apariencia u otros relacionados. La discriminación puede ser social, económica, política, educativa, o de empleo. La segregación forma parte de este peldaño de la escalera.
Un siguiente nivel ya supone violencia directa motivada por el prejuicio: desde crímenes por odio hasta actos terroristas.
La punta de la pirámide es el genocidio, definido por la ADL como el acto o intento deliberado y sistemático para aniquilar a un pueblo entero.
Ahora bien, aunque en México quizás no sea tan fácil encontrar personas en el pico de la pirámide (genocidio), sí parece haber un número de preguntas que tendríamos que hacernos; acá unos ejemplos: (a) ¿cuáles de los rasgos de esa pirámide se encuentran arraigados y normalizados en nuestra sociedad?, (b) ¿cómo es que varios de esos rasgos caminan en paralelo con otras violencias manifiestas en nuestras calles?, (c) ¿en qué medida es factible que ciertos sectores de nuestra sociedad sigan ascendiendo niveles en esa pirámide?, y (d) ¿cómo incorporamos ese tipo de reflexiones para pensar en la construcción de una paz positiva en el país?
Ahora bien, si se entiende la complejidad de lo que la paz supone, medirla no es cosa fácil. Una reducción en las tasas de homicidio o delito de alto impacto no resultan automáticamente en un mayor nivel de paz estructural. Entre otros temas, se ha detectado, por ejemplo, que la violencia criminal frecuentemente se encuentra correlacionada con otros tipos de violencia como la doméstica. En otras partes del mundo, de igual forma, se ha llegado a encontrar que la prevalencia de condiciones que facilitan conductas ubicadas en los niveles bajos de la pirámide del odio, termina incubando otras clases de violencia en esas sociedades.
Por tanto, considerar la paz de las actitudes tiene sentido; tanto sentido como pensar en las instituciones o las estructuras que crean y sostienen a las sociedades pacíficas. Es decir, tan importante es reducir la desigualdad, la corrupción, asegurar la solidez estructural de nuestras instituciones o reducir los niveles de impunidad, como garantizar condiciones que erradiquen la discriminación y garanticen la inclusión, el reconocimiento, aceptación e incorporación de nuestras diferencias, así como el desarrollo de mecanismos pacíficos para procesar el conflicto.
Si, efectivamente, en la base de la pirámide se encuentran el estereotipo y las actitudes prejuiciosas, autores como Gordon Allport nos ofrecen algunas claves: el contacto puede romper el prejuicio. No cualquier contacto, pero sí un contacto facilitado e implementado por personas expertas empleando métodos específicos. En ese sentido, no es ilógico pensar en fomentar espacios que favorezcan dicho contacto, a diferencia de aquellos que tienden a evitarlo o evadirlo. Considere por ejemplo esos muchos entornos que favorecen la formación de cámaras de eco, el pensamiento categórico, que alientan la propagación de rumores y noticias falsas acerca de grupos e individuos facilitando la aceptación de aquello que confirma lo que “sentimos” como “verdad” y el rechazo de lo que no nos lo parece; esos son precisamente los ambientes que tienden a alimentar la base de la pirámide. Por contraparte, los entornos de interacción humana que nos permiten encontrarnos y conectar con nuestros “otros”, mirarnos a los ojos, compartir, comunicar, escuchar y entender, pueden—no siempre, pero sí a veces—conseguir dejar a la pirámide sin base. Esto no se limita, por cierto, al contacto físico. Hay evidencia de ejercicios en redes sociales e Internet que logran resultados excepcionales para conseguir interacción y reducir el prejuicio entre grupos humanos. Pensar en construir paz, supone considerar estos temas con absoluta seriedad.
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