Hace unos días se estuvo difundiendo en redes sociales la noticia publicada por varios medios sobre la llegada de seis buques de guerra chinos a Medio Oriente. Independientemente de cómo esa nota fue presentada por medios diversos, la idea que corría en redes sociales era que se trataba de una respuesta de China ante el despliegue de portaviones estadounidenses como respaldo a Israel, y que, por tanto, Beijing estaba “aumentando” su postura naval en la región, lo que eventualmente podría quizás resultar en un conflicto mayor entre las superpotencias.
Sin embargo, la presencia china en la región no es inusual y no está relacionada con el conflicto entre Israel, Hamás, la Jihad Islámica, Hezbollah e Irán.
De acuerdo con un análisis del INSS (2023), China ha enviado fuerzas contra la piratería a la región en el pasado, lo que incluye la zona del Golfo de Adén, el Mar Arábigo y el Golfo Pérsico. Estas fuerzas chinas están destinadas a garantizar la seguridad de las rutas de envío y suelen ser de alcance limitado.
Una fuerza típica china para esta actividad consta de tres tipos de buques: un buque de suministro, un destructor de gran tamaño con misiles, y una fragata grande, también equipada con misiles. Algunas de estas naves tienen capacidad para aterrizar helicópteros.
En junio de 2023, la Fuerza china de Escolta Naval número 44 llegó a la región, y en septiembre, la Fuerza de Escolta Naval número 45 partió de China para reemplazar a la 44, llegando en octubre. Como es habitual, después del reemplazo, la fuerza que sale (en este caso, la Fuerza 44) realiza visitas diplomáticas en varios puertos de la región.
No obstante, la noción de que el despliegue chino era una respuesta ante el incremento de la postura estadounidense en la región, fue difundida por todo tipo de cuentas en las redes. Esto produce emociones colectivas que tienen a su vez diversos efectos negativos hasta incluso pensar que la tercera guerra mundial es “inminente”.
Este caso—que no habla de una información falsa (“fake news”) sino de una interpretación errónea acerca de una noticia real—ilustra apenas una parte de lo que está sucediendo hoy en día en el ecosistema de comunicaciones en el que nos movemos.
Para entenderlo mejor, se necesita asumir que hoy, en ese ecosistema, existen fenómenos paralelos ocurriendo. A los medios de comunicación tradicionales y las notas que difunden, tenemos que añadir la participación de actores políticos locales, regionales e internacionales, usuarios ubicados dentro de las zonas en conflicto, ubicados en regiones colindantes, ubicados en países de alguna forma implicados, y ubicados en países no implicados; hay personas que son expertas en esos temas, personas que son expertas en otros temas pero que hoy participan de manera activa en las discusiones relacionadas con estos conflictos, y personas que tienen otros tipos de perfiles; todo esto, además de cuentas falsas y bots creados para librar la guerra informativa, y cuentas a las que se paga por participar en las conversaciones, entre otros actores, lo que ocurre a nivel local, nacional e internacional.
Así, en ese ecosistema encontramos fenómenos orgánicos (como el hecho documentado de que las noticias falsas viajan más rápido, llegan más lejos y más hondo que las noticias verdaderas), hasta otro tipo de fenómenos que son inducidos con fines políticos por parte de actores implicados en el conflicto, o bien, por partes interesadas en sacar ventaja política local o internacional a partir de producir discusiones, alimentar las divisiones, las teorías conspirativas y/o la polarización social.
Estos momentos en los que hay una guerra material (ya con varios frentes paralelos) arrojan enormes aprendizajes, porque las guerras de propaganda y las luchas narrativas que siempre han ocurrido, acontecen en un entorno de comunicaciones muy diferente. La primera es que, lamentablemente, las explicaciones de fondo de un conflicto como el árabe-israelí, el de Irán-Israel, o el palestino-israelí (todos vinculados, pero no idénticos), no se encuentran en la rapidez, brevedad, o en la reducción de las redes sociales. Hay, como es natural, diferentes posturas o interpretaciones—a veces opuestas, a veces en competencia—acerca de la historia, acerca de las negociaciones y sus fracasos, acerca de las razones estructurales que impiden la paz y favorecen la radicalización o el terrorismo, acerca de la persistencia de la ocupación israelí, la persistencia del control de Gaza por organizaciones extremistas y armadas, y acerca de las posibilidades de salir del laberinto. Pero se trata de textos que toma más tiempo de leer que el que hoy, aparentemente, gente que muestra su interés, está dispuesta a dedicar al tema. Porque además de leer libros largos (con todas esas posturas e interpretaciones varias), se necesita leer informes más actualizados, reportes, evaluaciones y diagnósticos efectuados por decenas de centros de estudio y pensamiento ubicados en esa zona del mundo, y en muchas otras que se especializan en su estudio.
De manera que, incluso si alguien se dedica a estudiar la historia, pero no cuenta con la suficiente información actualizada acerca de la presencia china o rusa en la región, o por ejemplo, el nivel de cooperación—pero también de desconfianza—que existe entre el Kremlin e Irán, además de otros factores internos que están moviendo las decisiones en Beijing, en Moscú o en Washington, se corre el riesgo de difundir la interpretación de una nota que como dije, no era falsa, pero cuyas imprecisiones al interpretarla, pueden implicar efectos indeseados como la propagación del pánico respecto a una tercera guerra mundial que no está ocurriendo.
En fin. Las redes seguirán haciendo lo que hacen, y las personas usuarias se conducirán como decidan hacerlo. Solo acaso tener conciencia de que la realidad que se proyecta en esas redes representa mucho más a las guerras informativas y narrativas, que a la complejidad del mundo que nos está tocando vivir.
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