¿Quién es realmente Trump? ¿Cómo se comporta? ¿Qué tan serio es cuando promete algo a su electorado? ¿Y qué tan serio es cuando amenaza a sus rivales o contrapartes? ¿Es posible detectar, leer y predecir determinados patrones en su conducta? O, ¿acaso es verdaderamente impredecible? Esas son solo algunas de las preguntas que muchos se llevan haciendo los últimos años. A veces pretendemos saber cómo responderlas, o al menos en parte. Pero la realidad es que no es tan simple. En lo poco que va del 2020 podemos ver algunas señales que lo muestran.

Esta misma semana, en el Foro Económico Mundial de Davos, corroboramos que nadie pareciera querer enfrentarse a Trump. Es más, ahora lo abrazan. No importa su retiro del acuerdo climático de París. No importa que el pacto nuclear entre Irán y las potencias haya sido despedazado sin alguna alternativa en el horizonte, o que la carrera nuclear entre las superpotencias está siendo detonada de nuevo, o que ahora países como Turquía o Arabia Saudita están contemplando seriamente entrar a esa carrera. No importan los muros edificados, las familias de migrantes separadas, las guerras comerciales reeditadas, las reglas internacionales desconocidas, o que Trump mire hacia el otro lado si un periodista del Washington Post como Khashoggi es asesinado en un consulado por un gobierno aliado de la Casa Blanca. No importa la tragedia de Yemen o la traición a aliados como los kurdos. Nadie quiere tener que enfrentarse a Trump. Es mejor abrazarlo. Muchos están calculando que las cosas le están saliendo lo suficientemente bien a este presidente como para ganar su reelección, y que probablemente habrá que lidiar con él hasta el 2024. “Todos nos estamos ajustando a su comportamiento anormal”, dice el inversionista Anthony Scaramucci, entrevistado por el NYT.

Echemos un vistazo apenas a lo que va de este joven año. Trump no desea una guerra frontal con Irán. Eso era lo que “sabíamos”. Esas eran las señales que mandó cuando en junio del 2019 canceló un ataque contra las Guardias Revolucionarias Iraníes. Se trataba de una represalia contra Teherán por haber derribado un dron estadounidense, un bombardeo que ya estaba en camino pues él así lo había ordenado, y que detuvo 10 minutos antes de iniciar por el temor a las consecuencias que podría acarrear el directamente atacar territorio iraní. Involucrar a EEUU en una guerra en Medio Oriente cuyas repercusiones eran difíciles de prever era una especie de traición a su base, a la que había prometido una y mil veces salirse de esa región. Es por ello que tampoco actuó contra Irán en septiembre, cuando este país, según los reportes del Pentágono, fue quien atacó con un ejército de drones y misiles las instalaciones petroleras de Arabia Saudita, el gran aliado de EEUU. “Que se defiendan ellos”. “No tenemos por qué ser los policías de Medio Oriente”. Todos habían entendido el mensaje. Trump no se iba a involucrar en una guerra en esa región.

Por tanto, debemos reconocer que el 3 de enero, cuando ese mismo presidente decidió asesinar a Soleimani—el segundo hombre más poderoso de Irán—quedamos francamente sorprendidos. Vamos, se entendía que Washington quería enviar un mensaje de fuerza. Se entendía que, cuando el 27 de diciembre las milicias chiítas pro-iraníes atacaron bases militares en donde había soldados de EEUU, y murió un contratista estadounidense, o tras el asedio a la embajada en Bagdad el 31 de diciembre, Washington iba a responder. Pero, ¿asesinar al General Soleimani? ¿hacer algo que ni siquiera George W. Bush se había atrevido cuando tuvo la oportunidad? En cambio, fue Trump, el aislacionista, el que supuestamente no iba a involucrar a EEUU en una guerra “costosa e interminable” en Medio Oriente, justo él, quien decidió correr el altísimo riesgo que conllevaba eliminar a un militar tan importante y tan cercano al líder supremo de Irán, el Ayatola Alí Khamenei.

¿Desviar la atención del Impeachment? ¿Un golpe electorero? Si así fuese, entonces, ¿para qué detener las hostilidades justo a pocos días de que el juicio político iniciara en el Senado? ¿Por qué Trump decidió no responder cuando Irán lanzó su represalia directa contra las bases en Irak que alojaban a militares estadounidenses? Es decir, aún cuando esa represalia de Teherán no causó víctimas, los proyectiles iraníes no llevaban flores. Se trató de misiles balísticos de alta precisión que dañaron infraestructura militar importante que utiliza EEUU en Irak. Si Trump estaba pensando en desatar una guerra con el fin de desviar la atención del Impeachment o “ganar votos”, esa era justo la oportunidad para que los medios tuviesen que cubrir los enfrentamientos en lugar de las largas horas de alegatos demócratas. Los iraníes habían atacado a soldados estadounidenses, no a través de milicias aliadas, sino directamente desde territorio iraní. Solo bastaba responder ante ese ataque y las hostilidades habrían escalado. Pero Trump decidió detener la espiral. Más aún, públicamente declaró desde la Casa Blanca que no se había ocasionado un solo herido estadounidense, siendo que, pocos días después supimos que sí los hubo, y varios. Ese es Trump. ¿Cómo descifrar entonces su toma de decisiones?

Tal vez, su primera regla, es nunca perder la conexión con su base dura. Para ello, hay una siguiente regla: exhibirse como un presidente que cumple. Trump parece entender muy bien a su audiencia, probablemente mejor que muchos. La estadounidense es una opinión pública compleja que, por un lado, demanda el combate al terrorismo, pero, por otro lado, detesta el incremento de tropas para pelear guerras en territorios lejanos. Una opinión pública cansada de conflictos prolongados, “ajenos” y costosos, pero que, al mismo tiempo, castiga a un presidente si éste se muestra débil. Es por ello que las promesas de Trump han incluido “eliminar al terrorismo de la faz de la Tierra”, pero también evitar guerras prolongadas y retirar a sus tropas de sitios como Oriente Medio.

Por tanto, golpear al “terrorismo iraní” (las Guardias Revolucionarias son catalogadas por EEUU como Organización Terrorista Extranjera), mientras que al mismo tiempo se evita escalar las hostilidades, resulta un mensaje de fuerza que pareciera ajustarse a las verdaderas necesidades electorales y comunicativas de Trump.

Además, Irán no era el único tema en la agenda a inicios de este año. Al mismo tiempo, por ejemplo, estaba el acuerdo “Fase 1” con China. Un acuerdo que dista de lo esperado después de todos estos meses de guerra comercial, pero que nuevamente permite a Trump enmarcar su narrativa en el sitio donde la quiere, justo al lado de la aprobación senatorial del T-MEC—ese tratado que tan “hábilmente” supo renegociar tras el “terrible TLCAN” del pasado—o al lado del incremento de presupuesto para construir el muro fronterizo, o de
los nuevos récords en Wall Street, al igual que al lado de las nuevas amenazas de aranceles contra Europa.

El mensaje mayor es que Trump es un presidente que sí cumple con lo que promete. Que cuenta con la fuerza suficiente para amenazar y que sabe cuándo y cómo cumplir con esas amenazas. Al mismo tiempo, se mantiene enviando señales de que sabe detener las hostilidades (sean estas comerciales o militares) o abrir las puertas al diálogo, pero solo si la contraparte está dispuesta a negociar bajo sus términos.

Ahora bien, esto no significa que todo le sale como pretende, o que sus rivales o contrapartes siempre van a responder como él desea. Hay dentro y fuera de EEUU actores que han aprendido a leerlo mejor. Hay en cambio muchos otros, quienes, como en Davos, prefieren adaptarse y mostrarse condescendientes.


Analista internacional
Twitter: @maurimm

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