¿Causará el Covid un incremento en la conflictividad en el mundo? ¿Cuáles son los países que podrían recuperarse más rápidamente y qué podría pasar con aquellos que no lo hagan? ¿Esa conflictividad podría generar una reconfiguración del “orden” mundial? ¿Hay acaso alguna ranura para el optimismo? Preguntas como esas están guiando proyecciones, textos y análisis en estos días. En el artículo de hoy busco poner en relación algunas de esas proyecciones, considerando tres factores: (1) la pandemia no ha terminado—lejos de ello—y es difícil saber en qué momento realmente las cosas podrían estabilizarse; por tanto, cualquier predicción basada en tiempos y dimensiones que son altamente desconocidas, es parcial; (2) la conflictividad y la paz estaban ya distribuidas de manera muy desigual en el mundo desde antes del Covid; la brecha ahora podría crecer más pues ciertos países y zonas muestran muchas más vulnerabilidades que otras; y (3) sin embargo, ello no significa que los conflictos que golpean a determinados países dentro del sistema internacional, sean problemas exclusivos de esos países. Las partes también impactan al todo.
Primero, la conflictividad en el mundo va a aumentar y habrá que afrontarlo. Un análisis de Foreign Policy basado en modelos de predicción que han sido actualizados con datos recabados durante la pandemia, indica que los riesgos de violencia interna para muchos países—México incluido—se han incrementado considerablemente. El modelo utiliza factores como las proyecciones del Fondo Monetario Internacional sobre crecimiento del PIB, combinados con datos de prevalencia y mortalidad a causa del Covid. Los indicadores estudiados se vinculan con otros como guerra interna, pobreza, salud, actividad comercial, tipo de régimen, tamaño de la población juvenil y guerras en países vecinos. De acuerdo con Foreign Policy , la fragilidad en varios de estos indicadores normalmente activa la conflictividad interna y su modelo concluye que al menos 13 países adicionales a los que originalmente se estimaba para 2020, verán la emergencia de nuevos conflictos entre este año y el 2022, los cuales se añaden a otros 23 que ya se preveían.
Segundo, visto desde otro ángulo, no basta entender lo que produce la violencia, sino que es necesario identificar y evaluar los factores que crean y sostienen la paz. Al vincular indicadores que miden la paz negativa (ausencia de violencia y miedo a la violencia), con indicadores de paz positiva (actitudes, instituciones y estructuras que crean y sostienen la paz), el Instituto para la Economía y la Paz (IEP) ha encontrado que aquellos países que se desempeñan mejor en dichos indicadores de paz, son los países que más fácilmente se recuperan de fenómenos naturales o crisis globales. El IEP mide la paz positiva valorando el desempeño de las sociedades en ocho pilares o columnas: (1) gobiernos que funcionan adecuadamente, (2) distribución equitativa de los recursos, (3) el flujo libre de la información, (4) un ambiente sólido y propicio para negocios y empresas, (5) un alto nivel de capital humano (generado a través de salud, bienestar, educación, capacitación, investigación y desarrollo), (6) la aceptación de los derechos de otras personas, (7) bajos niveles de corrupción, y (8) buenas relaciones entre vecinos (cohesión social).
Lo interesante es que, si usted analiza el Reporte de Paz Positiva 2019, verá que los países que tienen un mejor desempeño en esas columnas no son solo los países menos violentos del mundo, sino que son varios de los que mejor han respondido ante el Covid y más rápidamente han conseguido estabilizar su situación.
Tercero, uno de los aspectos revisados por el IEP y ampliamente documentado por la Carnegie Endowment por International Peace, es el incremento de las protestas masivas a nivel global durante 2019. Naturalmente, la pandemia puso en pausa a varios de esos movimientos, pero ya estamos viendo su resurgimiento. Es de esperarse que el descontento y la frustración que nutre a esas protestas masivas crezca durante los tiempos que siguen. Ello se sumará a otros factores que han venido en aumento en distintas partes del mundo como el auge de los populismos, los nacionalismos y los procesos de polarización severa.
Cuarto, el mayor problema, sin embargo, tiene que ver no solo con la cantidad de países que podrían experimentar conflicto, sino con el hecho de que la brecha entre los países más y los menos pacíficos del mundo ha seguido aumentando durante la última década, brecha que el Covid va a acentuar. Los conflictos armados, el crimen violento y la guerra, se encuentran altamente concentrados en determinadas zonas del mundo, mientras que, a la vez, los mayores niveles de paz se concentran en otras. Esa circunstancia parece desconectar a las conciencias dentro del sistema. Si no hay atentados terroristas en París, Londres o Barcelona, concluimos que el terrorismo ya no es un problema mayor. Si sentimos que los conflictos armados se encuentran lejos o que los refugiados que producen no saturan las calles de Europa, entonces consideramos que se trata de eventos distantes, ajenos, que no merecen cobertura o espacio en nuestras cabezas.
Hasta que un día nos damos cuenta de que no nos encontramos en las márgenes, sino en el centro de la conflictividad. México es uno de los países pintados de rojo en los mapas del análisis de Foreign Policy y es uno de los 26 menos pacíficos de 163 medidos por el IEP. El Covid (con sus repercusiones económicas, sociales y políticas) nos llega como fenómeno global, pero se entreteje velozmente con nuestras propias debilidades en las columnas de paz arriba señaladas. Paralelamente, las organizaciones criminales transnacionales que operan en nuestro territorio se aprovechan de las circunstancias internas, pero también de las circunstancias globales que facilitan su operación.
Y sí, entonces se presenta este fenómeno de doble cara a causa de la brecha: en otros países del mundo que no están coloreados de rojo en los mapas, no se concientiza lo que ocurre en los que sí lo estamos. Pero a la vez, en países como el nuestro, estamos casi completamente concentrados y saturados por lo que acá sucede y, por tanto, tenemos poco tiempo y ganas de mirar el panorama mundial. Con ello, frecuentemente obviamos los factores globales del sistema que alimentan la conflictividad que acá padecemos, y dedicamos poco esfuerzo a atender y resolver—de manera colaborativa y coordinada con otros países—lo que daña a ese sistema más allá de nuestras fronteras.
No obstante, también pasa que eso podría estar cambiando. Justo ahora.
A pesar de tantas señales para el desánimo, hay activistas y analistas que están encontrando una ventana de oportunidad ante esta crisis sistémica: una especie de despertar colectivo. Mucha gente, y al mismo tiempo, se está dando cuenta de muchas cosas. Entre otras, estamos experimentando en carne propia el entendimiento de que lo que afecta a ciertos sitios termina repercutiendo, rápida e intensamente, en otros. Así, por ejemplo, la propia Carnegie Endowment for International Peace ha estado documentando también el sustancial incremento de los esfuerzos de solidaridad global que proceden de nuestras sociedades civiles. No se trata de esfuerzos menores, sino de millones de personas pensando y actuando empáticamente para contener, mitigar y ayudar.
Así que hay muchas razones para estar preocupados, pero también las hay para estar ocupados en que esas ventanas de oportunidad logren mayores alcances.
Analista internacional. @maurimm