“Cualquiera que sea la justificación, el hecho es que fueron mujeres asiáticas quienes fueron asesinadas”, dijo en entrevista para el NYT, Alex Wan, el primer asiático estadounidense en ser elegido como funcionario para el Ayuntamiento de Atlanta. "Todo lo que ha estado rondando en el ambiente, todo este sentimiento anti asiático, ha llegado a un punto crítico con lo peor posible: asesinatos. La población asiática se ha convertido en un objetivo muy fácil y muy visible". Estas declaraciones surgen tras una serie de tiroteos cometidos por Robert Aaron Long en Atlanta contra tres centros de spa. Ocho personas murieron, todas ellas mujeres, seis de origen asiático. Aunque el atacante, quien había sido cliente de dos de esos spas, indicó que su motivación fue una “adicción sexual”, las autoridades no descartan posibles motivaciones racistas. Y es que es imposible ignorar el contexto. Justo el mismo día de esos ataques un nuevo reporte revela que desde marzo del 2020, se han cometido 3,800 crímenes de odio contra personas asiático estadounidenses en ese país. ¿Por qué ha aumentado ese tipo de violencia en EU? ¿Cómo es el proceso que facilita la comisión de crímenes de odio? ¿Qué relación tienen esos hechos con el supremacismo blanco y el llamado “supremacismo masculino”?
Lo primero es resaltar que, a pesar de que las investigaciones sobre las motivaciones del atacante siguen en curso, es imposible ignorar tres hechos: (1) las ocho víctimas que murieron fueron mujeres y seis de ellas eran de origen asiático, (2) para las mujeres de origen asiático en EU, el racismo y el sexismo, frecuentemente se encuentran entretejidos, y (3) existe un creciente estado de tensión y miedo entre diversos sectores de la sociedad en EU debido al considerable aumento en ambas categorías de crímenes de odio—contra personas asiático-estadounidenses, y contra mujeres (por razones de género). De manera que es natural que los tiroteos de Atlanta sean leídos dentro de ese contexto.
Segundo, el miedo no es un tema menor. La investigación muestra que los seres humanos, bajo condiciones de miedo nos comportamos de maneras peculiares.
Cambiamos nuestros patrones de conducta. Sufrimos afectaciones psicosociales, algunas de ellas con consecuencias físicas. Alteramos nuestras posturas políticas. Las personas que viven con miedo también son víctimas. Por tanto, no solo la violencia, sino también el miedo a la violencia forma parte de la falta de paz.
Tercero, el aumento de crímenes de odio en Estados Unidos, y en particular en contra de mujeres y en contra de personas asiático-estadounidenses, exhibe el lamentable deterioro de un complejo proceso social, un proceso que es bien descrito por la Liga Anti-Difamación (ADL) en un instrumento de análisis conocido como la “Pirámide del Odio”.
Como explica la ADL, la pirámide inicia con actitudes prejuiciosas que se elevan en complejidad desde abajo hacia arriba. Todas las conductas señaladas representan riesgos de diverso grado, pero en la medida en que las personas o grupos suben en dicha pirámide, en esa medida estos comportamientos pueden traducirse en amenazas a las vidas de otras personas. Quizás la cuestión más relevante es que si los comportamientos en la base de la pirámide reciben la aceptación o se normalizan en una sociedad (o en sectores de la misma), esa aceptación explícita o implícita tiende a facilitar ascensos hacia los siguientes niveles. Cada nivel soporta al siguiente.
La parte inferior de la pirámide consiste en “Actitudes de Prejuicio”. Estas actitudes incluyen la estereotipación, el miedo a lo diferente, las “micro agresiones”, el justificar el comportamiento sesgado o tendencioso, entre otras conductas. Este nivel se caracteriza por aceptar la información negativa o falsa acerca del grupo estereotipado, mientras que se desecha o rechaza la información positiva. El proceso del odio, en palabras simples, inicia con el pensamiento categórico: los individuos designados forman parte de una categoría que, mediante un juicio a priori, inmediatamente los ubica en un costal unificado con un mismo identificador tal como “los chinos”, “los negros”, “los judíos”, “los musulmanes”, “las viejas”. La persona o grupo es así etiquetado dentro de una categoría que “merece” la actitud o comportamiento tendencioso o la micro agresión.
De la actitud prejuiciosa se asciende al siguiente nivel de la pirámide: los actos motivados por el prejuicio, los cuales incluyen comportamientos ya más agresivos tales como el bullying, la ridiculización o la deshumanización. Las bromas tendenciosas o basadas en estereotipos están ubicadas en este nivel.
Del acto prejuiciado, la pirámide escala hacia la discriminación, la cual puede ser social, económica, política, educacional, o de empleo. La segregación forma parte de este peldaño de la escalera.
Un siguiente nivel ya supone violencia directa motivada por el prejuicio: desde crímenes por odio hasta actos terroristas. Entender la diferencia entre ambos importa porque se trata de dos fenómenos que deben ser combatidos de manera paralela. Un crimen de odio es un crimen motivado por el prejuicio contra una o varias víctimas directas, quienes pertenecen (o el atacante percibe que pertenecen) a un grupo religioso, nacional, demográfico, social o racial. Por tanto, en un crimen por odio las víctimas directas son el blanco mismo del ataque. En un ataque terrorista, en cambio, el blanco real es distinto. El terrorismo consiste de ataques en los que las víctimas son utilizadas premeditadamente como instrumentos para alcanzar psicológicamente a terceros usando al terror como vehículo de comunicación. Es decir, en el terrorismo, el blanco real no son las siempre lamentables víctimas directas, sino una audiencia-objetivo mucho mayor, la cual se entera del incidente y, a partir del terror que el acto le provoca, se ve afectada en sus actitudes, opiniones o conductas, ya sea porque se siente vulnerable como víctima potencial, o presionada psicológica o políticamente para tomar decisiones. Un atentado terrorista está pensado, esencialmente, como un acto comunicativo. De ahí que los terroristas comúnmente suben manifiestos o posts a internet, o buscan atraer a los medios de comunicación a fin de poder propagar lo que motiva su violencia.
Como dijimos, hasta el momento de este escrito no es posible determinar la categoría precisa de los ataques de Atlanta. Sin embargo, el contexto es muy evidente: la pandemia—incluido el tratamiento que desde la Casa Blanca se dio a los orígenes de la pandemia durante 2020 (“el virus chino”, decía una y otra vez Trump, etiquetando con una nacionalidad a un germen que no la tiene)—ha tenido un impacto en el aumento de crímenes de odio cometidos contra personas de origen asiático en EU. De acuerdo con lo que diversas instituciones están estudiando (tales como el Southern Poverty Law Center o la ADL), este incremento en la violencia está directamente vinculado con el aumento en el uso de estereotipos racistas y la asignación de la responsabilidad de la pandemia a un grupo racial específico, el asiático. Importante mencionar que el aumento de crímenes de odio no solo ha ocurrido en contra de ese grupo racial. Los estereotipos que responsabilizan por la pandemia a otros grupos (por ejemplo, los judíos), también han tenido amplia circulación y han producido impactos en el aumento de incidentes de odio.
A lo anterior hay que añadir un elemento más: un fenómeno conocido como “supremacismo masculino”. De acuerdo con el FBI, en 2018, el último año en que esto fue medido, los ataques motivados por el género representaban apenas un 0.7% de los crímenes de odio registrados, en comparación con el 57.5% motivado por prejuicios raciales. Sin embargo, es de destacar que los actos de violencia motivados por un “deseo de preservar los roles de género”, o debido a un “derecho masculino agraviado”, se mantienen aumentando. De hecho, el surgimiento y crecimiento del grupo de los “Proud Boys” o “Muchachos Orgullosos” exhibe algunas vertientes de ese mismo fenómeno.
En ese sentido, tampoco es casual que esta misma semana otro informe de inteligencia emitido por la Casa Blanca advierte sobre la creciente amenaza de las milicias y los grupos supremacistas blancos, llamando al Congreso a autorizar recursos para combatir al terrorismo doméstico. Este informe confirma tendencias que han sido estudiadas por diversos centros de monitoreo independientes y en realidad demuestra el ascenso de distintos individuos y organizaciones hacia los escalones más elevados de la pirámide señalada.
En resumen, independientemente de las motivaciones reales del atacante de Atlanta, los tristes hechos ocurridos esta semana han permitido visibilizar el nivel de descomposición social al que se puede llegar si se permite al odio—en sus muy distintas manifestaciones—escalar peldaños en la pirámide. Las actitudes y comportamientos basados en prejuicios, estereotipos y etiquetas, y las agresiones que se sustentan en esas etiquetas, no se quedan ahí, en el universo de las bromas, los chistes y los insultos. Ocurre que los procesos de las violencias no son estáticos; progresan y deterioran cada vez más el tejido social, hasta la sangre. No solo basta detectar y visibilizar estos procesos; se necesita actuar para detenerlos.
Analista internacional.
Twitter: @maurimm