Mientras EU y sus aliados, así como una buena parte de medios en Occidente, se encuentran mayormente concentrados en temas como la guerra en Ucrania y en la rivalidad entre Washington y Beijing, el terrorismo sigue creciendo en algunas regiones del mundo, como África. En este espacio buscamos un equilibrio entre aquellos temas, sin duda relevantes, y otros que son menos visibles. El pasado sábado ocurrió un ataque terrorista en Uganda, que, de haber sucedido en alguna capital europea, hubiese acaparado todos los reflectores. Al menos 37 personas, en su mayoría estudiantes, perdieron la vida y otras ocho resultaron heridas en un atentado contra una escuela secundaria en el oeste de ese país. Pero ya sabemos que Uganda no es Europa, y que, por tanto, el impacto mediático y comunicativo que un atentado así puede conseguir se limita esencialmente a su región. Aún así, el terrorismo sigue creciendo de manera preocupante en África y en otros sitios. En las siguientes líneas abordamos los hechos y el contexto.

El atentado contra estudiantes en Uganda

El ataque fue perpetrado por el grupo extremista conocido como las Fuerzas Democráticas Aliadas (ADF por sus siglas en inglés), con base en el país vecino del Congo. Las ADF incendiaron un dormitorio y saquearon alimentos durante el ataque. Seis personas fueron secuestradas en el ataque; otras tres fueron rescatadas. Se trata de una escuela secundaria ubicada cerca de la frontera entre Uganda y Congo.

Esta agrupación surge en 1995, inicialmente en Uganda, con el objetivo de derrocar al gobierno y establecer un régimen islámico en el país. Sin embargo, después de ser expulsados de Uganda, se establecieron en la región del este de la República Democrática del Congo (RDC) y sus objetivos se volvieron más difusos, involucrándose en actividades como el saqueo de recursos naturales, el contrabando y la extorsión. Las ADF, en el pasado, han jurado lealtad a ISIS o “Estado Islámico”, han sido responsables de otros ataques en Uganda, incluyendo explosiones coordinadas en Kampala en 2021. Actualmente esa agrupación es combatida en conjunto por parte del gobierno ugandés y el congoleño, pero su éxito ha sido limitado.

A pesar de sus lazos con ISIS, como ya hemos explicado antes en este espacio, no existe evidencia de un vínculo operativo, ni siquiera de mando, por parte de la central de ISIS en Irak y Siria con la agrupación congoleña. Aún así, el uso del nombre “Estado Islámico” busca comunicar un mensaje que en principio tenga mayor proyección global.

Es decir, a pesar de la lucha eminentemente local de las ADF, existe un componente global que nos habla de un contexto en el que el terrorismo sigue creciendo. No en todo el mundo por supuesto. Pero sí en ciertas regiones. Por ello recupero estos elementos de mi última revisión del tema.

El contexto: el crecimiento del terrorismo en varias regiones

Es verdad que el terrorismo, a nivel global, ha disminuido considerablemente desde su pico del 2015. La cifra de muertes por terrorismo en el mundo se ha reducido en 38% desde esos picos. La explicación está en algunos factores paralelos. La rama central de ISIS (o “Estado Islámico”) ubicada en Irak y Siria, que era la agrupación que más cantidad de atentados perpetraba, fue combatida con relativa eficacia por EU y la coalición de países que encabezaba, además del ejército sirio y sus dos aliados mayores, Rusia e Irán. Así, a esa agrupación le fue arrebatado el territorio que controlaba. Además, ISIS perdió sus líneas de suministro de recursos y de nuevos reclutas, y su actividad resultó enormemente mermada. El segundo factor en la disminución de atentados en el mundo fue la toma de Afganistán por parte de los talibanes, que era el mayor grupo perpetrador en ese país (el sitio más afectado por el terrorismo en el globo). Una vez que esta organización deja la insurgencia y se convierte en gobierno, los ataques terroristas en Afganistán disminuyeron, como se esperaba, y se redujeron a aquellos cometidos por grupos que combaten contra esos talibanes.

Estos dos factores—ISIS rama central, y talibanes afganos—cuentan entonces una parte de la historia, una parte que es importante y que tiene un claro impacto sobre esas cifras.

Adicionalmente, se puede observar que en países occidentales el terrorismo ha disminuido considerablemente, y de ahí también que hoy haya una mucho menor cobertura de los atentados que sí ocurren en el planeta por parte de los medios en EU y Europa (sumado a que otros temas como la guerra en Ucrania reciben mucha mayor cobertura en esos países por razones comprensibles).

Aún así, existe una serie de motores del terrorismo que cuando no se atienden desde la raíz, ocasionan que esa clase de violencia mute, se adapte y eventualmente reemerja. En esos sitios en donde hoy se comete un 99% de atentados, la actividad terrorista se correlaciona con factores como la inestabilidad y el conflicto, la corrupción, un débil respeto a los derechos religiosos y humanos, la prevalencia de redes de crimen organizado, y la violencia perpetrada por los estados, entre otros factores.

Estos elementos, muy vivos en muchas partes del planeta, nos van a revelar otras historias paralelas. Hablemos de algunas.

Primero, la rama central de ISIS en Irak y Siria sigue viva. Lleva varios años, por supuesto, operando desde la clandestinidad, y comete muchos menos atentados que en su pico del 2015 o 2016, pero sigue ahí, reclutando combatientes, y probablemente preparando estrategias de ataque diferentes. Entre otras cosas, su actividad económica criminal en cuestiones como el tráfico de drogas (concretamente anfetaminas) ha crecido dramáticamente aprovechando las circunstancias del mercado.

Segundo, las actividades globales de esa organización (ISIS o “Estado Islámico”) siguen creciendo. Ejemplos de esto incluyen a sus filiales en África del centro y del este, o su incrementada actividad en el Sahel como se menciona abajo. Las operaciones de la denominada “Provincia de África Occidental del Estado Islámico” que contiene remanentes de lo que en su momento era Boko Haram, además de otros jihadistas que no solo operan en Nigeria, han causado un incremento de 17 veces más muertes en los últimos cinco años en su región. El dato relevante es que incluso después de todo el combate en su contra, ISIS nuevamente es la organización responsable de más atentados y muertes por terrorismo en 2022.

Ello muestra cómo es que el terrorismo se transforma, se mueve dentro de una región y se adapta a nuevas circunstancias, ignorando las fronteras nacionales (aunque ello altere las cifras de atentados y muertes por país a causa de la dispersión de sus actividades; unos países bajan y otros suben, pero cuando se observan por región, las cifras totales muestran ascensos como en el caso señalado).

Tercero, justamente uno de los sitios en donde una de las filiales de ISIS tiene mayor actividad es Afganistán. De modo que, si bien los talibanes materialmente dejaron de cometer atentados en ese país, hay varias agrupaciones, ISIS incluida, que siguen sosteniendo a Afganistán como el más afectado por el terrorismo en el planeta. Ahora bien, aunque los talibanes afganos prácticamente dejaron de cometer atentados, la agrupación que se mantiene altamente activa es la de los talibanes paquistaníes (TTP). El atentado más delicado en Pakistán, ya en enero de este año, ocasionó 101 fallecimientos y más de 200 personas heridas.

Cuarto, el Sahel africano es una de las regiones más afectadas por terrorismo desde hace años. En los últimos 16 años, las muertes por terrorismo, nos dice el Índice Global de Terrorismo, han crecido más del 2,000 por ciento, un incremento que está muy “lejos de abatirse”. Esto se relaciona con motores esencialmente sistémicos que incluyen “una débil gobernanza, polarización étnica, inseguridad ecológica, abusos por las fuerzas de seguridad de los estados, conflictos pastorales, el crecimiento de la ideología del islam salafista, inestabilidad política, crimen organizado transnacional, inseguridad alimentaria y la competencia geopolítica global” (IEP, 2023).

En este sentido, es muy relevante observar las conexiones entre temas como la situación en Ucrania o el crimen organizado y el terrorismo transnacional, como se ha abordado en este espacio previamente.

Burkina Fasso y Malí una vez más se encuentran entre los cinco países más golpeados por terrorismo. Pero hay otras cosas que esas cifras no revelan. De acuerdo con la ONU, la conflictiva del Sahel está dejando a más de 10 millones de niñas y niños en necesidad de ayuda humanitaria, más del doble que en 2020. En general, de acuerdo con un reporte procedente del Centro de Estudios Estratégicos de África (2023), las fatalidades por la militancia islámica en ese continente subieron un 50% en el último año.

En un relato que habla mucho acerca de temas que las cifras no comunican, en Malí, el grupo JNIM (Jama’at Nasr al-Islam wal Muslimin, o Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes), una organización afiliada a Al Qaeda que domina parte del territorio en ese país, negoció un pacto de no agresión con otros grupos armados, incluidos los separatistas tuareg entre otros, para poder combatir mejor a la rama local de ISIS o “Estado Islámico en el Gran Sahara” (ISGS). Más allá de los atentados que estas organizaciones puedan cometer contra civiles, los hechos que señalo nos hablan de la lucha por el poder, la guerra por el territorio, y sus capacidades para cometer ataques futuros, contra gobiernos y sociedades.

Otro sitio que necesita ser observado es Somalia, el tercer país más afectado por terrorismo en el globo durante 2022, con varios atentados que han ocasionado decenas y hasta cientos de personas muertas, el más grave en octubre. Los países de la zona junto con Washington, siguen combinando sus fuerzas para combatir a Al Shabab, el mayor grupo perpetrador en Somalia y filial de Al Qaeda en la zona, aunque también ISIS tiene operaciones ahí. De hecho, uno de sus líderes, ubicado en Somalia, estuvo en la mira de Washington todo el año.

En resumen, tres conclusiones:

1) En el cuadro mayor, las cifras de terrorismo continúan bajando. Eso no es, por supuesto, algo malo, y debe ser tomado en cuenta, aunque solo relata una parte de la historia.

2) Un examen más profundo, no obstante, explica de mejor manera cuáles son los factores detrás de esas bajas, lo que se puede sintetizar en dos hechos: el primero, la transición de los talibanes afganos de insurgencia a gobierno, y el segundo, el relativamente eficaz combate contra ISIS en su central operativa en Irak y Siria.

3) Ese mismo examen muestra también cómo es que el terrorismo se sigue relacionando con factores sistémicos que van desde la inestabilidad y el conflicto o la geopolítica internacional, hasta factores económicos y políticos internos, o el crecimiento del crimen organizado transnacional, entre varios más. La prevalencia de estos factores ocasiona que, aunque en determinados momentos ciertas organizaciones se desactivan, o incluso combaten entre ellas, en otros momentos éstas se mueven de país a país, mutan y se adaptan para seguir con su lucha.

Uganda no es Europa, pero, en honor a las lamentables víctimas —estudiantes en su mayoría— de un atentado como el del sábado, es importante hablar de esta problemática y del contexto que alimenta esta clase de violencia.

Instagram @mauriciomesch

Twitter: @maurimm

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