En realidad, Al Qaeda e ISIS nunca se fueron. Efectivamente, sus operaciones disminuyeron durante los últimos años. Tanto Al Qaeda e ISIS como sus filiales, han sufrido descabezamientos y ataques que las han golpeado. Sin embargo, estamos viendo un resurgimiento muy importante en ambos casos. Esto confirma, una vez más, que cuando el terrorismo no es abordado desde sus causas de raíz, termina por reemerger.
Hace unos meses, reportes de inteligencia indicaban que ISIS mantenía entre 18 y 30 mil combatientes entre Siria e Irak. Reportes más recientes hablan de unos 10 mil. Como sea, las operaciones de ISIS en la zona están creciendo. Hace dos semanas tuvieron lugar los más letales atentados cometidos por ISIS en Bagdad en tres años. Solo en Siria—la misma Siria en la que Trump afirmó haber eliminado a esa agrupación por completo, y en donde comandos estadounidenses mataron a su líder—ISIS lleva más de 100 atentados terroristas cometidos el último mes. Cien.
Un grupo de Mozambique que se convirtió en franquicia de ISIS en 2020, ha estado involucrado en más de 400 incidentes de seguridad el último año. Las autoridades del país han sido incapaces de doblegarlo y no han podido impedir que el grupo mantenga el control del puerto de Mocimba da Praia y que desde ahí siga expandiendo sus operaciones. Otras filiales de ISIS también han logrado sobrevivir y se adaptan a los tiempos actuales para mantener su actividad. Es el caso del grupo afiliado a esa organización en el Sinaí, Egipto, o la filial de ISIS en Afganistán, que en los últimos meses ha exhibido su letalidad.
En Afganistán, después de meses de negociaciones, Trump llegó a un acuerdo con los talibanes mediante el que EU retiraría sus tropas del país, a cambio del compromiso de esos talibanes para iniciar un diálogo con el gobierno, frenar la violencia y erradicar el terrorismo. Lo primero se ha iniciado con tropiezos. Lo segundo simplemente no está ocurriendo. Un reporte de Naciones Unidas emitido este mes advierte sobre la creciente amenaza de militantes afganos en toda la región. Otro informe emitido por el Tesoro estadounidense a fines de enero, confirma lo que ya había advertido la ONU: los lazos entre talibanes y Al Qaeda no solo no se han cortado, sino que, de hecho, se han fortalecido. Los últimos meses del 2020 fueron los más sangrientos para los civiles en ese país en años.
Algo similar sucede en África Occidental en donde Al Qaeda en el Magreb Islámico y sus diversos grupos afiliados, siguen sumando fuerza. La inteligencia francesa indicó hace unos días que Al Qaeda ha expandido sus operaciones en Benín y en Costa de Marfil. A inicios de febrero, el primer ministro de Burkina Faso reconoció que a su país no queda otra opción que negociar con los jihadistas dado el poder que han adquirido.
Este es el punto central: se trata de organizaciones no se eliminan cuando son combatidas militarmente, cuando son descabezadas o cuando se destruyen sus bases o centros. Mutan, se mueven geográficamente y se adaptan. Esencialmente porque su fuerza no radica en sus capacidades materiales. Éstas son únicamente herramientas para provocar terror y acercarlas a sus metas. Pero la historia demuestra que, por más que se les combata físicamente, cuando su poder inmaterial sobrevive—su capacidad de atraer, convencer, proyectar fuerza y aterrar—mantienen el potencial para ocasionar efectos psicosociales devastadores. La investigación muestra que el terrorismo (sobre todo en países de Medio Oriente, África y Asia) está altamente correlacionado con otras formas de conflicto armado, con la criminalidad y las violaciones a derechos humanos cometidas por los gobiernos. Las respuestas ante esa manifestación de violencia en esas partes del globo, entonces, tienen que pasar por estrategias no solo de “pacificación”, sino de una verdadera construcción de los pilares que sostienen la paz de raíz.
Analista internacional.
Twitter: @maurimm