Firmé esa carta aun a sabiendas de que será muy difícil que sea atendida y de que me llevaría a la “lista negra” del régimen. Esto último importa menos, porque ya he aparecido en esas listas tres veces (que yo sepa) por hacer lo que hago y escribir lo que escribo. Lo primero, en cambio, me preocupa más, pues he constatado que la lógica del “amigo/enemigo” se ha instalado ya en los cimientos del país: ya no importan los argumentos sino las filiaciones. Nuestra vida política se ha vuelto muy simple: estás o no estás con el presidente.
La mayoría está con el presidente. Pero ese respaldo no es unánime ni justifica la anulación de todos los contrapesos que se habían construido para evitar el abuso de autoridad. Lo que ahora está en juego es la entrega de todo el poder a una sola fuerza política, que se ha propuesto aplastar cualquier disidencia y quitarse de encima cualquier contrapeso. No hace mucho, hubo quienes se escandalizaron porque escribí que con la llegada de Claudia Sheinbaum a la Presidencia de México no cambiaría ese proyecto: que no habría marcha atrás. Poco después, esa misma frase fue utilizada y repetida una y otra vez por la presidenta electa. Sí, se han propuesto dominar todo y quieren hacerlo lo más pronto posible.
Si las autoridades electorales interpretan las normas electorales como quiere el gobierno, la coalición gobernante tendrá la mayoría suficiente para lograr ese objetivo. Dicen que la ganaron en las urnas, pero no es cierto. Las y los candidatos que se asignaron por mayoría relativa al partido Verde y al PT no ganaron esas elecciones en sus distritos: los ganó Morena, pero el convenio de coalición suscrito entre ellos les regaló esos distritos. He ahí la primera trampa que nadie puede negar: a esos partidos satélite les dieron más distritos de mayoría de los que ganaron con votos propios, porque así se pactó antes de las elecciones.
Sobre esa base se hicieron los cálculos para asignar las curules de representación proporcional: si se contaran los votos efectivamente emitidos en las boletas, casilla por casilla, Morena tendría 300 diputados de mayoría relativa y ya no podría aspirar a uno más. Pero aquel convenio les permitió repartir diputados de mayoría para hacerse de más curules por la vía de la representación proporcional, asignándolos a cada partido aliado por separado, aunque estos no hayan ganado los votos para tenerlos. Dicen que así lo ordena la Constitución: que el reparto no debe hacerse por coalición, sino por partido y piden que eso se lea y se aplique literalmente. Pero la Constitución también dice que a ese reparto no tienen derecho los partidos que, por sí mismos, no hayan presentado candidaturas en 200 distritos electorales. Pero piden que esa segunda línea no se lea literalmente, porque ni el PT ni el partido Verde cumplieron esa condición. Piden, pues, que se respete la letra exacta en lo primero, pero no en lo segundo.
¿Por qué exigen esa contradicción? Porque si reparten por partido podrán sumar diputados disfrazados de PT y Verde –aunque los votos hayan ordenado otra cosa— para cambiar la Constitución (solo les faltarán tres senadores para hacer lo que quieran) y correr a las y los integrantes del Poder Judicial para elegirlos por los mismos medios electorales que ellos controlarán, tras someter al INE, y para controlar el acceso a la información, quitarse de encima a los órganos que les estorban para tomar cualquier decisión (por atrabiliaria que sea) y, de paso, para amedrentar con la prisión preventiva oficiosa a cualquiera que se ponga pesado en su oposición al régimen.
Yo no he cambiado: voto por voto, casilla por casilla, los partidos rémoras no tendrían los diputados que el régimen les está regalando para gobernar sin estorbos.
Investigador de la Universidad de Guadalajara