Están actuando como si el presidente les dictara el guion: ¿Qué se necesita para respaldar los argumentos que se esgrimen en las conferencias mañaneras? ¿Traer acaso al líder de la ultraderecha española para demostrar que la oposición es partidaria del fascismo? ¡Pues que venga el señor Abascal invitado por el PAN! ¿Qué se necesita para sostener que es imposible distinguir a las oposiciones porque todas son lo mismo? ¿Que renuncien a sus trayectorias y se presenten como bloque en todos los debates? ¡Pues dale, que nadie sepa a qué partido pertenecen ni qué programa distingue a cada una! ¿Qué hace falta para fortalecer al presidente cuando más lo necesita? ¿Avalar la revocación del mandato con una pregunta a modo? ¡Pues redactémosla entre todos!
Dice el presidente que están moralmente derrotados. Yo diría que están perdidos: políticamente enrevesados. El partido que encabeza a las oposiciones está obsesionado con la idea de defenestrar al presidente a como dé lugar y se corre cada vez más a la derecha. La alianza explícita con Vox “para detener el comunismo” es delirante y vergonzosa. Le hace el caldo gordo a la peor versión del franquismo redivivo y confunde la gimnasia con la magnesia. ¿Comunismo el de López Obrador? Quienes idearon ese encuentro ignoran, a un tiempo, la teoría política y la historia, pero se creen que son audaces.
Por lo demás, sus aliados tendrían que tomarse en serio el despropósito. Empero, con tal de no romper la aberrante coalición que han decidido formar a toda costa, el PRI y el PRD prefirieron mirar hacia el azul del cielo; primero muertos que peleados, porque su cálculo es pragmático (eso dicen): la cosa es ganarle al presidente, cueste lo que cueste, reproduciendo con sus decisiones la misma conducta que critican de su némesis: destruir cualquier atisbo de pluralidad a nombre de la causa.
Ofuscados por la rabia, esta semana consumarán el proyecto que nos llevará a la guerra disfrazada de consulta popular y le obsequiarán al presidente su mayor deseo: la confrontación política que abrirá la primavera mexicana, convertida en el invierno de la democracia. ¿Quería el presidente la polarización definitiva de la sociedad? ¿Quería probar que “quien no está conmigo está contra mí”? Pues ya está: en marzo habrá urnas para partir a México en dos bandos creyendo que ese día terminará la historia. Será el triunfo de los pragmáticos sobre los demócratas; de los que creen que el poder político se hace y se deshace con ábacos de dos operaciones: suma y resta.
Y para entonces, nadie podrá reprochar que esa locura fue producto de la megalomanía de López Obrador porque sus oposiciones (¿debe seguirse escribiendo: oposiciones?) ya habrán hecho suyo ese proyecto. ¿Para qué fingir que casi tres millones de ciudadanos ofendidos pedirán esa consulta porque le han perdido la confianza al presidente, si todos los partidos están de acuerdo en exacerbar los ánimos? ¿No es más fácil que hagan una sola solicitud entre ambos bandos?
Los más sofisticados (es un decir) afirman que después de marzo florecerá la democracia: López Obrador se irá a su casa y la pluralidad retoñará. Del otro lado, dicen que la consulta es un imperativo para consumar la transformación de México a través del pensamiento único, ya sin fisuras ni amenazas. Imaginan esa fecha grabada en oro junto al 15 de septiembre de 1810, al 15 de julio de 1867 y al 20 de noviembre de 1910: imaginan ese día como el triunfo absoluto de la 4T.
Mientras los problemas del país se multiplican, ellos están jugando con sus aparatos de poder porque ya decidieron que la prioridad es destruirse mutuamente. ¿No quería eso el presidente? Pues ya lo tiene. Ni democracia ni pluralidad: todo o nada, gracias a sus pragmáticas oposiciones.