Después del zipizape que vivió el Senado para elegir a su nueva mesa directiva, tengo para mí que en las boletas de la próxima elección presidencial tendremos tres opciones: 1) votar por la reelección vicaria de Andrés Manuel López Obrador, a través de Claudia Sheinbaum (¿o Adán Augusto López?); 2) votar por la coalición socialdemócrata orquestada por Movimiento Ciudadano, con Monreal (¿o Ebrard?) a la cabeza; y 3) votar por el PAN con Santiago Creel (o Lilly Téllez o Ricardo Anaya) en la boleta.

Obviamente, se trata de una conjetura (y sé de sobra que en política, nada es completamente previsible). Pero ofrezco alegatos para sostenerla: el primero es la inquebrantable vocación de poder del presidente quien, además, ha advertido con toda claridad que su proyecto no terminará con el sexenio y que hará todo lo posible por asegurar que trascienda su mandato. Por lo demás, todos sabemos que miente cuando dice que se retirará de la política en el 24 y sabemos también que ya decidió quiénes podrían sucederlo, obedeciéndolo: la Jefa de Gobierno de la CDMX o el secretario de Gobernación (en ese orden). No escribo el nombre de Marcelo Ebrard, porque el Canciller no le obedecería: tiene agenda propia (y cualquiera que haya tratado a Andrés Manuel más de media hora, sabe que eso le resulta insoportable).

De su parte, el PAN y sus voceros han sido muy exitosos construyendo el argumento según el cual Morena es invencible, a menos que todas las oposiciones se entrelacen en una sola. Léase: a menos que el PAN encabece el voto útil y sume todos los votos contrarios a su némesis. Ya he escrito muchas veces, en este mismo espacio, que los mejores estrategas de Morena han sido los panistas, quienes un día sí y otro también le regalan al presidente la evidencia que va necesitando para demostrar la existencia de un bloque conservador que no quiere otra cosa que defenestrarlo. Añado ahora otra obviedad: la coalición aberrante que han formado con el PRI y el PRD depende por completo del liderazgo que ejerce el PAN. ¿O alguien se imagina a los panistas respaldando (por ejemplo) a Alejandro Moreno como su candidato a la presidencia?

Lo que no vieron venir es la ruptura interna de Morena y la construcción de una candidatura alternativa capaz de sumar, a un tiempo, a los partidarios de la socialdemocracia, a los militantes del viejo nacionalismo revolucionario y a los desencantados del gobierno actual. Eso que Daniel Cosío Villegas oteó como única vía para derrotar al PRI de los setentas, vuelve a ser cierto en nuestros días: si los agraviados del régimen deciden apostar por un gobierno de izquierda democrática y se atreven a romper con su caudillo, le darán su voto a la coalición formada por Movimiento Ciudadano que, en esas condiciones, ya no postularía a Colosio. Contra todos los pronósticos actuales el PAN iría solo al 24.

Ya sé que es muy temprano y que falta mucho por andar para llegar a ese momento; también sé que los fanáticos de los dos bandos principales me caerán a palos por estas conjeturas, que los amigos de Marcelo Ebrard se ofenderán y que Movimiento Ciudadano negará que su futuro dependa de las fracturas de otros partidos. Pero si tuviera que apostar, apostaría a que en el 2024 habrá tres candidaturas a la presidencia del país: la del Presidente, la de los agraviados y desencantados con López Obrador y la del PAN. Una adscrita a la 4T, otra de centro izquierda y otra de derecha. Dicho esto, añado que la verdadera competencia estaría entre los dos primeros, porque Morena no es de izquierda ni es invencible —como sostiene el PAN—; porque el presidente no es eterno ni es imbatible y porque en las condiciones actuales del país, la derecha no tiene nada serio que ofrecer para el futuro político de México. Veremos.

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Investigador de la Universidad de Guadalajara