El ambiente político del país se pondrá cada vez peor, porque el presidente decidió iniciar anticipadamente la campaña del 2021. Ya era evidente que su interés mayor (si no es que el único) estaba en concentrar más poder del que ha venido acumulando, en aras de una transformación diseñada y dirigida por él mismo. Para lograrlo, ha usado el argumento bíblico de manera explícita: “quien no está conmigo, está contra mi”. Así que el presidente exige la definición: someterse o rebelarse, porque sabe que sus probabilidades de ganar las elecciones del próximo año para refrendar y acrecentar su hegemonía aumentarán si consigue volverlas plebiscito.

Hay bobos útiles que están cayendo en esa trampa, tan obvia y evidente como el nombre que le imaginaron los aliados del poder: la BOA. Sin embargo, espero que haya dignidad e inteligencia suficientes para escapar de esa obviedad (¿qué parte no entendieron del intento de entrelazar elección y revocación del mandato el mismo día?) y pelear, en cambio, por el renuevo de la pluralidad democrática que hoy está frontalmente amenazada por la estrategia de la polarización política y la concentración cada vez más abusiva del poder presidencial, asentadas en un imaginario ramplón y soso como el que narré aquí mismo la semana pasada.

No obstante, el presidente tiene razón en que ya es urgente esa definición política: con él o contra él. Yo opto inequívocamente por la rebeldía, pues es imposible estar de acuerdo con el desmantelamiento de las instituciones dedicadas a salvaguardar los derechos de las minorías, con el manido pretexto de la austeridad. No es posible hacer la vista gorda ante el silencio rotundo y desalmado que ha merecido la muy urgente petición de establecer un ingreso vital para quienes se están quedando sin trabajo, como secuela del confinamiento, solo porque esa propuesta no surgió del Palacio Nacional. No es digno guardar silencio ante la decisión de acrecentar la presencia de los militares en casi todos los planos de la vida nacional, inopinadamente y por decreto. No se puede respaldar a un gobierno que manipula los datos para inventar que México ha manejado la crisis del Covid-19 mejor que otros países y anticipa así la salida irresponsable a las calles para producir, eventualmente, una tragedia aún más grande.

No se puede aceptar que un gobierno que se declara de izquierda imponga una agenda de derecha: que reivindica como cosa del Estado decálogos de iglesias, que elimina cada día oficinas y presupuestos públicos, que confunde la caridad cristiana con la garantía de los derechos laicos defendidos por instituciones fuertes, que enfrenta como agravio cualquier expresión federalista, que se permite decidir en qué casos y contra qué delincuentes ha de usarse u omitirse el peso de la ley, que crea un muro militar contra los migrantes que huyen de la violencia y la miseria, que va minando poco a poco cualquier manifestación de disidencia en medios, ataca a la ciencia y niega abiertamente la pluralidad política. Es imposible estar de acuerdo con un presidente que elude toda responsabilidad sobre los hechos que lo desafían: la pobreza, la violencia, la desigualdad, la corrupción y cuya respuesta es siempre la misma: acumular poder para derrotar a quienes él considera adversarios del proyecto histórico que encarna.

Sin embargo, repito, tiene razón en la urgencia de definirse a favor o en contra de ese proyecto de reconstrucción del régimen autoritario, encarnado en la voluntad única e incontestable del jefe del Ejecutivo. Hay que urgir a todos los demás. Y especialmente a quienes han luchado con la izquierda democrática y hoy se rinden, cómplices vociferantes, ante la embestida del poder que justifica con palabras lo que niega con los hechos. Que haya definiciones ya, claras e inequívocas: a favor o en contra del país de un solo hombre.

Investigador del CIDE

Google News

TEMAS RELACIONADOS