Movimiento Ciudadano (MC) iba montado en caballo de hacienda. En medio de la locura de las campañas ilegales de Morena y del Frente que integran el PRI, el PAN y el PRD, MC era el único partido que decidió esperar hasta diciembre para tomar decisiones electorales, en los tiempos establecidos por ley. De otro lado, anunció que (a despecho del liderazgo de Dante Delgado) serían sus órganos internos quienes tomarían las decisiones definitivas sobre la candidatura presidencial, tal como lo establecen sus estatutos. Y, además, promovió la organización “Mexicolectivo” para proponer un programa de gobierno e incorporar la participación de la sociedad civil en sus deliberaciones, sin condiciones de militancia. En conjunto, se trataba de una ruta impecable.
De repente, sin embargo, sobrevino la rebelión del gobernador de Jalisco. Por razones que solo pueden explicarse como un desencuentro personal entre Enrique Alfaro y Dante Delgado, el primero decidió anunciar, de una sola vez, su renuncia a la candidatura presidencial de ese partido, su salida de la esfera política al concluir su mandato y su ruptura con la estrategia que había venido siguiendo el partido que le prestó su registro para ganar elecciones. Con el tono airado y desafiante que suele utilizar en casi todas sus apariciones públicas, el gobernador decidió boicotear la ruta elegida y poner a MC en una situación imposible: o se rinde a la coalición o se rompe por dentro; el suicidio o la muerte.
La estrategia que había defendido Dante Delgado no sólo puso a MC en el centro de los debates, sino que convirtió a ese partido en el único que parecía capaz de sobreponerse a la maquinaria electoral de Morena desde una posición de izquierda socialdemócrata y leal a las instituciones electorales. Dado el alud de cargos públicos que se jugarán en las elecciones del 2024, había apostado por su independencia para colocarse como la opción del voto útil entre el oficialismo y las oposiciones periclitadas. No se cegó por la candidatura presidencial y nada más —como el resto de los partidos—, sino que eligió el camino largo para llegar con más fuerza y autoridad propia al año siguiente. Por lo demás, el colmillo añejado del líder ya había abierto la puerta para sumarse, eventualmente, a una coalición plausible sin cargar con el lastre del PRI, repitiendo una y otra vez que la política se frasea en gerundio: se va haciendo, paso a paso.
Quizás el gobernador no resistió la presión de los partidos de oposición en Jalisco y se sintió obligado a minar el liderazgo de Dante Delgado. Claramente iracundo, decidió deslindarse de las siglas que lo han cobijado —y a las que ha desconocido ya varias veces—, para alzarse como vocero de las otras opciones políticas con el propósito de forzar la alianza total, aun a costa de la derrota inminente que sufriría MC al negarse a sí mismo. Es probable que su conducta responda a la política cocinada en casa, pues no sería la primera vez que Enrique Alfaro pasa por alto las restricciones de la política nacional, como sucedió cuando se propuso romper el pacto fiscal con la Federación, sin éxito.
Como sea, la rebelión del gobernador de Jalisco obligará a MC a modificar la ruta seguida hasta ahora. Para ser consecuente consigo mismo —y no con las ambiciones políticas de otros, ni de sus líderes— el partido podría aprovechar para convocar a militantes y partidarios a tomar decisiones mediante un ejercicio franco de democracia interna: que sean sus propias bases quienes decidan si van solos o (mal) acompañados. A diferencia de los demás, esa consulta no estaría convocando a vulnerar la legalidad electoral sino a respetarla. Que la ruptura de Alfaro no sea un caballo de Troya, sino un acicate para demostrar que MC quiere ser diferente.
Investigador de la Universidad de Guadalajara