Nació legalmente hace tres años, pero veníamos trabajando desde hace mucho tiempo. Había una organización de hecho, animada por las causas que nos entrelazaban y la desesperación que nos producía ver que, cada triunfo que creíamos firme caía apenas al siguiente paso: la promesa democrática frustrada por el secuestro de las oligarquías políticas, la desigualdad agigantada por los fracasos de la economía y por el clasismo, la discriminación, la fragmentación social y una espiral de violencia sin respiro.
Apostamos desde un principio por las instituciones: por las que harían posible optar entre partidos diferentes en elecciones bien organizadas, por las que garantizarían la transparencia de la gestión pública, por las que montarían un cerco de rendición de cuentas a las decisiones tomadas por los poderosos, por las que afirmarían la defensa de los derechos humanos y, en particular, los derechos de los grupos vulnerados; por las instituciones, en fin, que habrían de vigilar los contenidos y los resultados de los programas dirigidos a los más pobres.
Detrás de esas reformas que se fueron plasmando poco a poco en nuestro marco constitucional y en nuestras rutinas políticas y burocráticas, había una concepción del Estado y de la sociedad: de un Estado honesto, igualitario y digno, acompañado y acotado por una sociedad consciente, responsable, solidaria y tolerante. Trabajamos colectivamente para que el IFE, el IFAI (y sus herederos nacionales), la CNDH, el Conapred, el Coneval, la ASF y toda la saga destinada a proteger los derechos de las minorías, exigir transparencia y combatir la corrupción nacieran y se consolidaran, a pesar de las resistencias de las elites, de las oligarquías y de la carcoma burocrática.
Era un programa social y democrático que se fue abriendo paso en la periferia del Estado, a duras penas, entre ventanas de oportunidad, inteligencia colectiva y aliados políticos de buena fe y muchas agallas. Sin embargo, para consolidar esa concepción democrática y social de México hacía falta mucha organización social. Faltaba un movimiento como Nosotrxs, que no buscara reproducir la manida mecánica de la ambición política, sino formalizar las causas y organizar colectivos ciudadanos para cuidarlas. A las instituciones democráticas les hacía falta —entonces como ahora— carne y hueso.
Así, en la primavera del 2017 Nosotrxs anunció, a través de un manifiesto, que iría “contra la práctica pervertida de una democracia capturada por intermediarios políticos que dicen representarnos, pero que no tienen otro propósito que abusar del poder; contra la mala calidad de los gobiernos formados por algunos servidores públicos que toman nuestro dinero como su botín; contra los pésimos resultados de los programas creados para engañar, comprar y quebrantar la voluntad del pueblo; contra la oscura administración de justicia que ha usado la ley para negociar privilegios, vulnerar derechos y mantener todas las formas de desigualdad”.
Convocamos a una revolución de las conciencias “para dignificar la política que nos pertenece, exigir cuentas claras, impedir el abuso y el atropello de nuestros derechos, trabajar por la igualdad y combatir la impunidad y el cinismo de negligentes y corruptos. Convocamos a comprender y asumir sin ninguna tregua ni concesiones que Nosotrxs, los ciudadanos, somos el Estado, el poder y la democracia”.
Este fin de semana, Nosotrxs cumplió tres años y sus causas no sólo siguen vigentes sino que son incluso más urgentes que antes, pues al diagnostico que ya teníamos debemos añadir, sin matices, las consecuencias brutales que traerá la crisis derivada del Covid-19 y el evidente riesgo de restauración autoritaria que ha traído consigo la presidencia de López Obrador. Si las viejas razones nos hicieron nacer, las nuevas nos están consolidando. No nos vamos a rendir.
Investigador del CIDE