El sexto Informe de Gobierno leído ayer por el presidente López Obrador no fue escrito para dar cuenta sobre la situación que guarda la administración pública del país, como lo ordena la Constitución, sino para dejar claro el listado de argumentos que deben seguir sus partidarios para defender los éxitos de su gobierno. Es un guion del que nadie podrá salirse, a riesgo de perder el cobijo del aparato político creado a imagen y semejanza del líder. Ni siquiera la futura presidenta del país podrá romperlo (¿verdad, Claudia?). Por eso importa poco si lo que dijo es cierto. Lo relevante es el argumento y la repetición constante, sin complejos. Desde que salieron los spots en los que se decía que hay menos violencia y menos feminicidios, o que se acabó la corrupción, o que la pobreza se ha abatido y la desigualdad ya no es un rasgo típico de nuestra sociedad, o que la educación ha iniciado una nueva época de éxitos, pensé: todo esto es un magnífico ejemplo de aula para explicar el significado de la posverdad. Un gobierno casi perfecto, construido con palabras dichas para ignorar los problemas y las amenazas con las que cierra este sexenio. Si esos dichos no resisten ninguna prueba de veracidad (nuestro sistema de salud es mejor que el de Dinamarca, por ejemplo) o se pueden contradecir en tres minutos con evidencia indiscutible (el tren Maya restauró el ecosistema, por ejemplo) la negación es del todo irrelevante. Lo que importa es lo que dice el líder y, por esa sola razón, las posverdades han de imponerse como guion para cualquier debate posterior. De ser una religión (que no es, aunque parezca) el último informe del presidente tendría que ser catalogado como el libro sagrado del sexenio: el catecismo de la 4T. Lo llevarán en el bolsillo los voceros y los intelectuales inefables del sistema, para no equivocar las líneas y probar (con más palabras, porque no tienen otra cosa) que las pronunciadas este domingo en el Zócalo de la CDMX. México dejó atrás el periodo neoliberal y disfrutamos ya los frutos de la transformación. Ese argumento, de hecho, ya empezó desde anoche a llenar todos los espacios de análisis y de opinión. Entre las múltiples herencias que nos dejará el presidente inmaculado quedará esta: nuestro Pequeño Libro Rojo (como el que recogía los discursos de Mao para ser memorizados y repetidos por sus fieles) o nuestra Guerra de Guerrillas del creador de la transformación histórica, para que todo el mundo sepa lo que debe decirse o responderse en caso necesario. Y aun sin necesidad, pues este informe no fue escrito para todo el país ni, mucho menos, para que cualquier persona pueda evaluar lo que ha hecho el gobierno a lo largo del sexenio. Este, a diferencia de los demás, fue pensado y escrito como pliego de mortaja para su militancia. Es un documento de consumo interno para no perder el hilo y, por supuesto, para que la presidenta electa (¿verdad, Claudia?) no se olvide en ningún momento de dónde viene y de qué trata su misión. De paso, servirá para aprender esta lección: en la época de redes y realidad virtual en la que estamos, la primera obligación de quien ostenta el mando es crear la realidad política que debe aceptarse para darle coherencia al mundo que nos rodea. Y con mayor razón aún (como nos advirtió Hannah Arendt hace mucho) cuando la realidad tangible de ese mundo es casi insoportable. En esas circunstancias, las palabras de los poderosos armonizan, imprimen sentido al caos y abren horizontes, aunque casi nada sea verdad. Habrá que armarse de paciencia, porque escucharemos sobre el contenido de este informe (con variantes, interpretaciones y exégesis) por mucho tiempo. Al menos, durante el próximo sexenio, cuya legitimidad depende de la fuerza de este credo.
Investigador de la Universidad de Guadalajara